Al mediodía el cielo de Waterloo, en el corazón de Bélgica, era de un azul intenso, no se veía ni una sola nube e Inés Arrimadas llevaba un abrigo cruzado de color granate. Coche, avión, coche, parada, coche, avión, coche. El domingo la líder de Ciudadanos en Catalunya se desplazó con su particular CDR ―algo más de veinte personas― hasta una explanada cubierta de césped situada enfrente de la casa del president Puigdemont. Arrastraban una pancarta que decía: "¡La república no existe, Puigdemont!". Menos mal que estaba en Bélgica, que tienen reyes, y no en Francia, donde la república existe absolutamente e igual los detienen. La operación Waterloo fue un pim-pam. Diez minutos de declaraciones a los medios, y poner pies en polvorosa, como el Napoleón derrotado de 1815. Carles Puigdemont dejó entreabierta la puerta de la Casa de la República, pero Arrimadas y sus mariachis se mantuvieron prudentemente alejados, quizás temiendo que el demonio saliera para, de nuevo, invitarla a entrar y hablar.
Ella no quiere hablar. Ni con Puigdemont ni tampoco con el president Torra, las invitaciones del cual rechaza. Con el enemigo no se dialoga: se le derrota y, si se puede, se le humilla. Ellos prometen aplicar el 155 tan dura y largamente como les convenga y les dé la gana. De hecho, Ciudadanos nació de la semilla del resentimiento contra el catalán y el catalanismo. Ella se apuntó. Hay que pensar que es su forma de agradecer y corresponder a la acogida que encontró en Catalunya desde el momento de llegar.
Arrimadas ganó las pasadas elecciones al Parlament, las que convocó Rajoy a finales del 2017, porque consiguió movilizar y también agrupar el voto más españolista. Desde entonces, se ha dedicado a hacer todo tipo de numeritos, en el Parlament y fuera de él. Provocaciones y payasadas siempre lamentables, que han ido in crescendo. El último numerito tuvo lugar en Waterloo el domingo. No son numeritos inocentes. Tienen todos una característica común. Buscan alimentar las bajas pasiones. También tienen un destinatario: las televisiones (sobre todo), especialmente aquellas con base en Madrid, que también muchos catalanes consumen. Que las protestas de Arrimadas (en las redes la llaman doña Berrinches) mezclen torpemente hechos y mentiras como la peor propaganda y frecuentemente no se sustenten en lógica alguna carece de importancia: todo sea a mayor gloria del vídeo y de la segregación de las vísceras. Así se ha convertido, a base de numeritos y televisiones españolas, en una especie de Juana de Arco de 'la reconquista', siempre lista para insultar o despreciar al independentismo.
Si no reconoce a Puigdemont, ¿por qué va hasta Bélgica, a la casa del president a protestar?
Lo de la lógica es lo que le reprochó justamente el gobierno español y también el PP. Si no reconoce a Puigdemont, ¿por qué va hasta Bélgica, a la casa del president a protestar? ¿No se da cuenta de que, además de resultar contradictorio, eso ayuda a Puigdemont y al independentismo? Pero a Arrimadas y Ciudadanos (cuando oigo que hay quien dice que es un partido "liberal", oigo los huesos de Thomas Jefferson removiéndose en su tumba virginiana de Monticello) la coherencia les importa una patata hervida. Resulta un precio asumible, raquítico si lo comparamos con su ciega ambición.
Arrimadas se ha dedicado a utilizar el Parlament y la política catalana de plató para producir sus fotos ―no hablo ahora sólo de los retratos para Telva en el Saló dels Passos Perduts― y sus vídeos, para hacer de youtuber estridente y llamativa. No ha hecho nunca política en el sentido noble y constructivo de la palabra. No la ha querido hacer. Los que la votaron para que hiciera, se habrán quedado con un palmo de narices. Ella predica el 155, que no significa nada más que suprimir la democracia y las libertades en Catalunya para poderla limpiar de independentistas, pero también de catalanismo y catalanidad. Y del catalán en las escuelas y de TV3 y los Mossos... Hay que escarmentar a los indígenas para siempre y asegurarse también de que no lo podrán volver a hacer.
Ahora, y después de negarlo, se larga al Congreso de Madrid a ayudar a Rivera. Su ilusión, decía Arrimadas en Salvados, es trabajar a favor de los catalanes que habían confiado en ella, llegar un día llegar a presidenta de la Generalitat y bla, bla, bla. En su mentalidad, el Congreso de Madrid es toda una promoción, ascender, un premio. España ―bueno: su delirante idea de España― siempre fue la prioridad. Y Catalunya, las cuatro provincias donde viven los españoles del nordeste peninsular.