Tres días después del asalto al Capitolio, Twitter suprimió para siempre la cuenta de Donald Trump después de un juicio que podríamos calificar de sumarísimo. La razón dada por la red social es que puede interpretarse que dos mensajes de Trump del día 8 de enero —dos días después del asalto al Capitolio— podían incitar a la violencia. Otras grandes redes sociales emprendieron acciones parecidas, aunque no tan contundentes.
Intelectuales, periodistas y dirigentes políticos de todo el mundo han mostrado su inquietud ante estos hechos. Twitter ya había tomado otras medidas contra los mensajes de Trump, como etiquetarlos advirtiendo de que contenían falsedades o impidiendo los retuits. Entre los que expresaron su inquietud ante la decisión de Twitter está Angela Merkel, que vivió su infancia y juventud bajo el régimen totalitario de la Alemania del Este.
La posición de Merkel la transmitió el portavoz de su gobierno. Para Merkel, en contra de que se pueda interferir en la libertad de expresión, un derecho fundamental, eso se tiene que hacer según la ley y dentro de un marco definido por el legislador, no porque así lo decida la dirección de una red social. "Por eso la canciller encuentra problemático que las cuentas del presidente estadounidense en las redes sociales estén cerradas de forma permanente".
Tratar de establecer los límites de la libertad de expresión es extremadamente complejo y tiene un punto de perturbador. Por lo tanto, el mejor consejo que se puede seguir es intentar —partiendo de unos preceptos básicos— analizar cada caso autónomamente. Atendiendo —como nos enseñó John Stuart Mill hace más de ciento cincuenta años— al contexto y a las consecuencias que se pueden derivar directamente de un determinado mensaje. Teniendo eso presente, el caso de Twitter contra Trump obliga a hacer algunas consideraciones.
En primer lugar, parece que Twitter —y el resto de redes— van aceptando —con gran dificultad— que no son solamente un canal, una mera conducción. Van asumiendo por la vía de los hechos que en buena parte pueden asimilarse a un medio de comunicación y, por lo tanto, tienen responsabilidad sobre los mensajes que difunden. Naturalmente, las redes sociales no quieren esta responsabilidad, porque es enorme y porque el coste de tomar el rol editorial que se les reclama es literalmente incalculable.
Una compañía privada, con una posición de dominio en el mercado, decide qué se puede decir y qué no se puede decir
Naturalmente, en las redes como Twitter, Facebook o Youtube circulan mensajes de todo tipo de locos, fanáticos, dictadores, etcétera, que Twitter ni las otras redes censuran. Ya hemos dicho que evitan esta responsabilidad. Que la acción sea selectiva, ad personam, es un punto débil en la actuación de Twitter.
Otra flaqueza en la decisión es el cierre permanente. Twitter considera inadecuados dos tuits, pero, en cambio, no se limita a borrarlos, sino que suprime la cuenta de Trump para siempre, censurando de paso todos los posts anteriores. En el momento en que eso pasa, el presidente de los Estados Unidos tiene 88.783.083 seguidores, a los cuales se les niega también su derecho a recibir información. Twitter mismo reconoce que al actuar contra Trump está lesionando los derechos de los seguidores. Podríamos añadir perfectamente que también del resto de los ciudadanos de todo el mundo.
Anulando para siempre la cuenta de Trump parece que lo que pretende Twitter es desarmarlo del enorme poder que le da el hecho de tener tantos millones de seguidores. Twitter se erigiría así, de un modo paternalista e inaceptable, en el juez supremo de lo que le conviene o no conviene oír a la gente.
La tercera cuestión es la que resalta Merkel: una compañía privada, con una posición de dominio en el mercado, decide qué se puede decir y qué no se puede decir. Si queremos poner nombres y apellidos, tenemos que mencionar a Jack Dorsey, cofundador y presidente del consejo de administración de la red social. Dorsey y su gente censuran, como señala Merkel, subjetivamente, siguiendo su criterio y amparándose en su propio código (las reglas de Twiter), al margen de cualquier legislación. Lo pueden hacer por un único motivo: son los propietarios del altavoz.
Sin embargo, ¿qué decían los tuits de Trump? Leemos en el primero: "Los 75.000.000 de grandes patriotas norteamericanos que votaron por mí, AMERICA FIRST y MAKE AMERICA GREAT AGAIN, tendrán una VOZ GIGANTE en el futuro. ¡¡¡No serán ofendidos ni tratados injustamente por ningún medio, modo o forma!!!". En el segundo tuit, se limitaba a confirmar que no asistiría a la toma de posesión de Joe Biden, como así fue.
Twitter argumenta en su blog oficial de forma extensa contra los dos tuits. Subraya que existe el riesgo de que puedan ser interpretados por algunos sectores como una incitación a la violencia (no que lo sean objetiva y explícitamente). Lo que hace Twitter es una interpretación sobre una posible interpretación. El argumento está, a mi entender, bastante cogido por los pelos, aun considerando el contexto de aquel momento en los EE.UU.
Añadimos, para acabar, que como aprendimos también de John Stuart Mill, en caso de duda, en caso de que las razones para recortar la libertad de expresión no sean claras, en caso, digamos, de empate, siempre hay que decantarse a favor de la libertad.