A raíz del terrible incendio de la Ribera d'Ebre y de las condiciones que se auguran para este verano, cuando posiblemente ―ojalá que no― tendremos fuegos muy importantes y destructivos, se vuelve a debatir con fuerza sobre el cambio climático y sus consecuencias.
Señalan los expertos que un verano muy caluroso o cualquier episodio puntual no se puede extrapolar automáticamente como prueba del cambio climático. Sí en cambio las tendencias. Y las tendencias son claras: el cambio climático es una realidad. Un grave problema que, además, tiene unas características que lo hacen especialmente complejo.
La primera de ellas es que se trata de un asunto cuyas causas y consecuencias no se encuentran en uno u otro país, sino que es un problema planetario, global. Las iniciativas individuales y colectivas a nivel social son trascendentes, y lanzan un potente mensaje. Pero el grueso de la solución debe venir de la política. Y la política no es global, sino básicamente local. Cada país tiene los políticos y los gobiernos que tiene, y también sus intereses.
Como es sabido, los Estados Unidos es el segundo país que, en términos absolutos, más contribuye al calentamiento global, precedido por la China. A lo largo de las últimas semanas he estado siguiendo de cerca, y desde los EE.UU., el debate político sobre el cambio climático entre republicanos y demócratas.
Resumiendo mucho, en los EE.UU. la cuestión, lejos de convertirse en un problema que en Catalunya llamaríamos "de país", se ha convertido en un asunto partidista, es decir, uno de los elementos ―uno más― de confrontación entre rojos ―aquí el rojo representa a los republicanos― y azules ―demócratas―.
Como suele suceder, cuando una política se convierte en una política de confrontación, los diferentes bandos tienden a radicalizarse, en un ciclo vicioso que hace imposible el acuerdo
Donald Trump hace caso omiso del cambio climático. Al contrario: está orgulloso de que ahora su país sea autosuficiente en petróleo y gas, y que además los exporte. Su obsesión es promover la industrialización tradicional, con poca atención a las tecnologías verdes. En el trasfondo está el pánico a que China se erija pronto en la primera potencia económica mundial.
Además, el marco mental trumpista ―y republicano, porque el partido le sigue, en parte por convicción, en parte porque no tienen otro remedio― es el de "Make America great again!". Esto significa aislacionismo, procurar en primer lugar y antes que nada por los intereses exclusivamente estadounidenses, no implicarse en assuntos globales, distanciarse de los aliados tradicionales, deshacerse de compromisos multilaterales, etcétera. Por eso, Trump abandonó en 2017 el Acuerdo de París sobre el cambio climático, tal como había prometido en su campaña presidencial de 2016.
Por su parte, los republicanos, que ahora han comenzado su proceso para elegir candidato presidencial para 2020, proceso al que han concurrido más de una veintena de aspirantes, están haciendo en algunos casos propuestas muy y muy ambiciosas contra el calentamiento global. Los demócratas son partidarios de volver al Acuerdo de París. Pero algunas de las propuestas van mucho más allá, hasta el extremo de que resulta imposible que los ciudadanos estadounidenses las acepten.
Como suele suceder, cuando una política se convierte en una política de confrontación, no compartida ―en el caso norteamericano no bipartidista― los diferentes bandos tienden a radicalizarse, en un ciclo vicioso que hace imposible el acuerdo. Esta división, esta confrontación que se da en Estados Unidos, evidentemente, no sólo perjudica a los ciudadanos de ese país, sino a los de todo el mundo.
Es por ello importante que algunos asuntos ―el cambio climático es emblemático, pero hay más― se excluyan de la batalla partidista, que se sitúen y se mantengan en la zona de los intereses compartidos, del consenso. En Estados Unidos y en todas partes. También en Europa, España y Catalunya.
Preservar estos espacios de consenso no resulta fácil. Al contrario: ahora es más difícil, en tiempos de polarización, de extremismos, de populismos, que unos años atrás.
Pero hay que luchar por conseguirlo. Para proteger algunas cosas esenciales de la demagogia y la radicalización. Por el bien de todos.