Tal día como hoy del año 1553, hace 489 años, en Greenwich (Inglaterra) moría sin descendencia el rey Eduardo VI de Inglaterra, hijo del difunto rey Enrique VIII y de la su tercera esposa Juana Seymour. Eduardo, que siempre había tenido una salud frágil, fue motivo de preocupación de su padre, que dispuso en testamento que si moría prematuramente y sin descendencia, sería sucedido por una de las hijas que había tenido con sus anteriores parejas: por María de Tudor y de Trastámara (hija de su primera esposa Catalina de Trastámara —o de Aragón— y nieta de los Reyes Católicos) o por Isabel de Tudor y de Boleyn (hija de su segunda esposa Anna Boleyn).

Eduardo (nacido en 1537) murió prematuramente, con tan solo diecisiete años; y eso sería lo que explicaría que sus dos hermanastras mayores lo sobrevivieran. En este caso se impuso el orden de edad, y María (nacida en 1516) pasaba a ocupar la primogenitura en perjuicio de Isabel (nacida en 1533). María Tudor fue nombrada reina titular de Inglaterra el 6 de julio de 1553, pero no fue oficialmente coronada hasta el 28 de junio de 1554. Estos once meses de demora se produjeron porque la entronización de María generó una fortísima oposición entre los sectores del poder más próximos al núcleo de la estirpe Lancaster-Tudor.

María no decepcionó a nadie, y durante su efímero reinado (1553-1558) fabricó un régimen de terror que perseguiría sin descanso a los anglicanos. En este punto es importante destacar que el conflicto religioso (católicos contra anglicanos) solo era el pretexto de una guerra entre dos grupos de poder: los partidarios de los Lancaster-Tudor (las emergentes clases mercantiles anglicanas del sur de Inglaterra) contra los de los depuestos York (los grandes barones feudales católicos de la isla). Durante el reinado de María, fervorosa católica, el régimen ejecutó a miles de disidentes; y aquel paisaje de represión y de muerte sentó las bases del futuro conflicto entre el rey y el Parlamento del siglo XVII.