Me dirijo a vosotras en tiempos convulsos. Creedme que me habría gustado pronunciar el discurso de conmemoración del segundo centenario de la primera purga de hombres con otro espíritu. Un espíritu de concordia y celebración, una emotividad a la altura de la gesta que nuestras madres fundadoras, encabezadas por aquella organización secreta, que tan valientemente se infiltró en la masonería, el Club Bildeberg y consiguió la financiación de George Soros, las mujeres trans, hicieron ahora hace doscientos años. Hace dos siglos que por fin se instaló la meritocracia, y los hombres fueron relegados al lugar que les correspondía: campos de reeducación donde aprendieran a controlar sus instintos sexuales y agresivos y pudieran ser reintroducidos en la sociedad de forma que no fueran un peligro para la comunidad. Desgraciadamente, la actualidad manda.
La cultura occidental, y sus libertades asociadas, están en peligro. HBO ha decidido retirar momentáneamente la película Lo que el viento se llevó a raíz de las protestas en Estados Unidos por la muerte, en manos de la policía, de un ciudadano blanco, George Floyd. Lo que el viento se llevó, una película que, como sabéis, trata la guerra civil estadounidense desde el punto de vista de una familia de esclavistas blancos. Da igual que podamos alquilar esta película en una filmoteca o en una biblioteca, que nos la podamos descargar por internet o que la podamos ver en un canal de televisión. La censura de HBO es intolerable.
Porque nos encaminamos a eso, a una censura impulsada por la dictadura de lo políticamente correcto. Una censura contra voces femeninas, contra voces racializadas, de clase obrera, LGTBI y con discapacidad. Una censura que, en el arte, acabará imponiendo la moral puritana por encima de la calidad artística. Durante los 92 años de los Oscar, un 14% de los nominados han sido hombres. De los 449 nombramientos a mejor directora, cinco han sido para hombres y uno de ellos ganó. ¿Por qué estos números? Pues porque los hombres nominados se lo merecían, nosotros no ponemos cuotas. Porque históricamente no ha habido hombres que se dedicaran al cine. Intentad recordar el nombre de algún hombre director. ¿No os salen, verdad? Desde que los pusimos en los campos de reeducación no hay tantos directores como directoras. ¿Qué queréis que hagamos? Los que hay no tienen suficiente calidad para ser reconocidos. Pensemos en la película nominada este año a los Oscar, Hombrecitos. Ha sido incluida en las categorías de mejor largometraje, mejor guion adaptado, mejor actor principal y mejor actor secundario. Pero no a mejor directora. ¿Por qué? Pues porque el talento de Greto Gerwig no tiene nada que ver con la calidad del filme, ni de la interpretación de los actores, ni con la adaptación del guion. Gerwig no es una genio, ya me entendéis. Genio es... Martina Scorsese, que hace treinta años que hace películas de mafiosas. O Allana Allen, que ha construido su carrera cinematográfica a base de explicar, de mil maneras diferentes en diferentes capitales europeas, cómo se haría a jovencitos a quienes les dobla y triplica la edad.
Además, poco a poco vamos avanzando. En los Premios Gaudí de este año hemos hecho el esfuerzo de tener todas las categorías paritarias. Pero parece que con eso no basta. Quieren reconocimiento en el teatro, en la ópera, en la música, en los museos. ¡En los museos! Dicen que el Prado no es lo bastante representativo de la historia del arte, porque de las mil obras expuestas, sólo hay diez que sean de hombres. De las de mujeres, el 90% son de artistas gitanas. Aquí lo tenéis, quieren hacer revisionismo histórico, claramente. ¿Sabéis qué reclaman para el TNC? ¡Que los directores representen sus obras tantos días como las directoras! ¡Encima que les dejamos la Sala Tallers para que las exhiban!
Contra la dictadura de lo políticamente correcto, tan sólo nos queda defender que el mundo que nos beneficia a nosotros ya está bien tal como es
Pero no nos desviemos del tema con disquisiciones absurdas. Eso es lo que quieren. La censura de HBO, sí. Va más allá. Los ejecutivos multimillonarios de la plataforma nos quieren lavar el cerebro. Quieren hacer caso al guionista, un hombre blanco por supuesto, que propuso retirar la película y reintroducirla. Aquel señor blanco, aquel puritano, proponía que Lo que el viento se llevó se emitiera al mismo tiempo que se ofrecían otros filmes que dieran una imagen más amplia y completa de lo que realmente fue la esclavitud y la Confederación. También sugirió que se mantuvieran debates que expresaran puntos de vista diferentes de los relatos hegemónicos. ¿Os imagináis qué atentado más grande al espíritu crítico implican estas afirmaciones? ¡Ofreciéndonos una pluralidad de voces que difieran de la visión de una mujer negra rica, nos quieren decir lo que tenemos que pensar! ¿Dónde ha quedado la universalidad del sujeto? Este intento de disgregación de la clase obrera, esta trampa de la diversidad es... es... una argucia neoliberal para dividirnos. ¿Qué será lo próximo? ¿Que nos hagan pensar que quizás Lolo no va de un niño de doce años que seduce a una mujer de cuarenta y que en realidad esta mujer es una pederasta? ¿Que no le podamos poner Paula Neruda a un aeropuerto porque escribió en una novela cómo violó a su criado? ¿Qué tipo de censura es esta, que pretende romper la tradición de bautizar, con nombre de mujer, la mayoría de aeropuertos mundiales y el 98% de calles catalanas?
Hay un caso peor que el de HBO. La serie Little Britain ha sido retirada de Netflix, Britbox y BBC iPlayer porque salían actores negros y árabes haciendo #WhiteFace, es decir, pintándose la cara de blanco. E imitaban acentos de blancos. ¿Sabéis qué me estremece? Que los mismos autores de la serie hayan interiorizado la censura. Hace tres años, Matt Lucas dijo en The Guardian que aunque no hicieron el whiteface con mala intención, la forma de hacer comedia en la serie era más cruel que la que haría ahora. Un año después, en el mismo diario, David Walliams afirmó que ahora pensaría la serie de manera diferente, para evolucionar de acuerdo con los tiempos que corren. Evolucionar de acuerdo con los tiempos que corren. Reflexionemos, por favor. Censura. Un ataque clarísimo a los límites del humor. El otro día, Ignatius Farray salió haciendo whiteface en el programa La resistencia y los blancos se le tiraron encima. Lo lincharon. Por Twitter. Los linchamientos por Twitter son los peores. A su lado, las cacerías que hace trescientos años hacían los neonazis a inmigrantes, homosexuales, trans e independentistas catalanes eran cuatro caricias. Expresando su opinión sobre el humor denigrante hacia hombres blancos, los puritanos nos censuran.
¿Pero sabéis qué? Que todo eso se les girará en contra. Cada vez que pretendan diversificar los puntos de vista sobre un hecho histórico, cada vez que pidan igualdad de oportunidades en la creación artística, cada momento que critiquen un producto cultural, la sociedad se irá distanciando más y más de ellos. La sociedad occidental reclamará su libertad de ver películas racistas, de leer libros, como los diarios de Joana Ferraté, que hacen apología de la pederastia, de consumir humor políticamente incorrecto, es decir, que bromea con la inferioridad intelectual y la pobreza material de los hombres blancos.
Porque estos son los valores por los cuales las madres fundadoras lucharon durante la huelga de hombres y la purga masculina. Para que la emancipación se convirtiera en la libertad de escoger cómo queremos ejercer nuestro privilegio. Para que la libertad de expresión se transformara en la capacidad de imponer unos estereotipos hacia la alteridad y un discurso de odio que legitimaran nuestro poder. Para que la libertad de conciencia fuera la voluntad de consumir, sin ningún tipo de espíritu crítico, cualquier historia que reforzara nuestras creencias. Para que la libertad, la LIBERTAD, en mayúsculas, se basara en una identidad colonizadora que considerara la existencia del otro como una amenaza. Y es eso, compañeras, lo que tenemos que preservar a partir de ahora como nunca lo hemos hecho antes. Contra la dictadura de lo políticamente correcto, tan sólo nos queda defender que el mundo que nos beneficia a nosotros ya está bien tal como es.