El pasado julio, tras cruzar muy jubilosa la Porta dels Països Catalans (donde le esperaban una decena de feligreses) y de retratarse con el puño en alto en la Plaça Major de Vic más sola que la una, Marta Rovira declaraba regresar a Catalunya para "acabar el trabajo que dejamos a medias". No ha pasado ni medio año de todo este despliegue de fuerza, pero ahora mismo la todavía secretaria general de Esquerra ha decidido que la tarea de la liberación nacional será mejor perpetrarla... ¡desde Ginebra! En casa nos hemos quedado de piedra, querida Marta. Según cuentan los cronistas, la decisión de Rovira radica en una ensaladilla de motivaciones personales y políticas; su hija ya se ha pasado seis años escolarizada en el sistema del país (esto del multilingüismo es una ganga, ciertamente) y, a su vez, Rovira estaría interesada en exportar la lucha procesista a un ente político de ámbito internacional.
Yo entiendo perfectamente el postexilio suizo de esta gran política. En efecto, la globalización mundial y las nuevas tecnologías han provocado, entre otras muchas cosas admirables, que uno pueda hacer la independencia, si le sale de los mismísimos, ¡incluso escondido en una cueva de Afganistán! Por otra parte, ahora que Oriol Junqueras volverá a liderar Esquerra con la única competencia de su propio ombligo, es normal que Rovira quiera apartarse de la cosa partidista y exportar la ética "lo volveremos a hacer" a su país de adopción, para así acabar convenciendo de la necesidad de una Catalunya segregada incluso a las Perca fluvitatilis del lago Lemán. De hecho, resulta del todo lógico que Marta Rovira regrese a Suiza, el país predilecto de la izquierda catalana, el lugar al que Anna Gabriel se largó de Erasmus para olvidar el empate infinito en el que dormita la CUP y donde Jordi Cuixart también ha establecido su bisnes.
Entre la purga que habrá en ERC y la peña que huirá de Catalunya para no tener que afrontar la cara de pocos amigos de sus ciudadanos, la cola del postexilio tiene pinta de ser muy larga
Lejos de escarnecerla a la hora de implementar la independencia haciendo teletrabajo, hay que alabar a Marta Rovira por su valentía. Hay que tenerlos muy bien puestos para abandonar la comodidad existencial de la cebolla vigatana y de las patatas del bufet, de la somalla y de las judías del Collsacabra, para abocarse a la pastosidad insufrible de los Äplermagronen o al picante nauseabundo del Landjäger, con esa sobredosis de pimienta negra y cilantro. ¡Dónde vas a parar, hija mía! Aparte de la cosa culinaria, Rovira podrá andar por las bellas calles de Ginebra sin que ningún independentista alocado le recuerde las toneladas de mentiras que la líder de Esquerra se regaló durante el procés y también en sus postrimerías; porque esto de pasarse seis años dando la vara con volver a casa y, por si fuera poco, decir que vuelves para acabar el trabajo para después largarte, ay que pena, podría ofender a hipersensibles.
Es normal, en definitiva, que gente como Marta Rovira haya entendido que el universo de la coherencia ya hace mucho tiempo que ha explotado y que, puestos a asumir contradicciones, mejor encarar la tercera parte de la vida lo más cómodamente posible. En esta lucha de la puta y la Ramoneta, la antigua lideresa de Esquerra no está sola. Esta misma semana, hemos visto a uno de los primeros independentistas de piedra picada y nacido fuera del armario autonomista, el ilustre Miquel Calçada, jurando su nuevo cargo como consejero de RTVE (haciendo honor a la cosa convergente, nuestro Mikimoto no acató la Constitución ni la fidelidad al rey, sino la lealtad "al régimen jurídico vidente en cada momento", lo cual sería lo mismo). Si la tónica sigue igual, muy pronto veremos al espíritu de Francesc Macià fichando por el Real Madrid o a la mayoría de articulistas indepes escribiendo en el Quadern de El País (añadir emoticono).
Deseo toda la suerte del mundo a Marta Rovira y le recomiendo que encargue unas cuantas camas supletorias para su nuevo hogar (eso que toda la vida hemos llamado un plegatín), porque entre la purga que está a punto de verse en Esquerra y la peña en general que huirá de Catalunya para no tener que afrontar la cara de pocos amigos de sus ciudadanos... la cola del postexilio tiene pinta de ser muy larga. Bon vent.