“Al tercer día de nacer ya me estaba cagando en la sociedad española”
Luis García Berlanga
Al fin una buena noticia, al fin normalidad. Tanto drama, tanto golpe de Estado, tanta crisis irresoluble que finalmente tenía solución y, aunque por caminos llenos de recovecos, se la han dado. Ya ha nombrado por unanimidad el CGPJ los dos magistrados que le correspondían para el Tribunal Constitucional —un administrativista conservador, una progresista laboralista y feminista—. A tomar por rasca las enmiendas venenosas, las rebajas de contrapesos democráticos, los actos de sabotaje del presidente del TC y los enrocamientos partidistas de los llamados a elegir. A la porra el bochorno de hacer rebajar un contrapeso democrático en el Congreso para lograr elegir al candidato que te apetece en un órgano que no te compete.
César Tolosa, presidente de la Sala III del Tribunal Supremo, y María Luisa Segoviano, presidenta de la Sala IV hasta su jubilación hace dos meses, acaban de ser nombrados por unanimidad magistrados del TC. Unanimidad, palabra mágica y gran lecho de legitimidad. Ahora unos les dirán que si son más o menos conservadores o progresistas, pero eso precisamente es lo que llama a celebración: que no siendo los preferidos de los partidos ni de los gobiernos, que pretendían imponer su voluntad por persona interpuesta en el CGPJ, son dos personas que tienen experiencia y trayectoria y que no resultan odiosas o inaceptables para los de la ideología contraria. Esa es la esencia del pacto y eso es lo que la exigencia de 3/5 de los votos pretende asegurar. Se ha conseguido in extremis, pero sirve para desactivar la destrucción institucional en marcha y eso, al menos a mí, alivia mucho.
Todo tiene una intrahistoria y este acuerdo también la tiene. Era lo mejor, era lo deseable y precisamente por eso parecía imposible.
He contado antes que era pura propaganda gubernamental que, al menos en las últimas semanas, el bloque conservador del CGPJ pretendiera impedir la mayoría progresista derivada de la lógica constitucional. Eso fue en un primer estadio, pero no lo era ahora. Pretendían los progresistas nombrar a un candidato concreto que era del gusto de Moncloa. En ese sentido, tal vez la amenaza de las reformas haya surtido el efecto de purga preventiva, no digo que no. Tomada la cucharada del vomitivo —la amenaza de cambio a mayoría simple para nombrar sí o sí al candidato preferido del gobierno— las cosas han cambiado. Ha habido un hombre esencial para hacerlas cambiar: se trata de Enrique Lucas, nombrado vocal con el respaldo del PNV hace ya casi nueve años.
Breve telegrama. El bloque progresista, que barajó al principio varios candidatos —entre los que estaban Pablo Lucas, Bandrés o Segoviano— se plantó de pronto en Bandrés, o Bandrés, o Bandrés. Jose Manuel Bandrés, un buen magistrado y un buen técnico, era el candidato fetén apoyado no solo por su asociación, JpD, sino a tope por Moncloa. Ningún otro les servía porque, según contaban, ningún otro aseguraba un alineamiento perfecto con Cándido Conde-Pumpido ni un voto cerrado para su presidencia. Bandrés y Cándido se llevan muy bien. Eso era perfecto.
Breve telegrama. El bloque conservador odia a Cándido Conde-Pumpido desde que se manchó la toga en el borde del camino. Así que se encegaron en que Bandrés ni de coña. Proponían en su lugar a Pablo Lucas, el magistrado que ahora mismo controla el CNI, el que firmó los autos de Pegasus. Fuera de eso es un técnico correcto.
Nadie con dos dedos de frente y consciente del abismo al que nos acercábamos podía defender que la estabilidad institucional dependiera de que la operación Bandrés-Conde-Pumpido tuviera efecto. Pretender que sus nombres y sus ambiciones fueran más importantes que la estabilidad de las instituciones era una locura.
En esa tesitura, Enrique Lucas —hermano de Pablo y vocal a petición del PNV— se abstuvo voluntariamente de las votaciones. Tras peleas y refriegas del peor estilo, la situación parecía encallada. Por eso los conservadores, al jugarse la baza de reforma de la forma de elección, decidieron hacer una jugada arriesgada que ha resultado efectiva. Pidieron que se convocara un pleno, dejaron aparcado a Lucas y propusieron un tándem de conservador —César Tolosa— y de una figura de mujer progresista, laboralista y experta en género recién jubilada, María Luisa Segoviano. Al salir un Lucas de la propuesta, el otro Lucas podía votar y su voto era decisivo. De su voto dependía que el nombramiento se efectuara.
Curiosamente, muchos progresistas ofuscados hablaban del “tamayazo” que se iba a producir si Enrique Lucas decantaba la votación. Otra vez los tropos aplicados donde no hay lugar. Pactar y desbloquear no es un “tamayazo”; un “tamayazo” —según quedó esculpido en los anales del oprobio— es sobornar y ocultar a unos señores para que no voten.
Nadie con dos dedos de frente y consciente del abismo al que nos acercábamos podía defender que la estabilidad institucional dependiera de que la operación Bandrés-Conde-Pumpido tuviera efecto. Ni a mí ni a ustedes ni a decenas de millones de ciudadanos nos dan de comer ninguno de esos dos señores. Pretender que sus nombres y sus ambiciones fueran más importantes que la estabilidad de las instituciones era una locura.
Así que estaba sobre la mesa la nueva candidata progresista propuesta por los conservadores y el voto decisivo de Enrique Lucas. Así se llegó en la mañana del martes a la mesa de votación. Segoviano tiene varias ventajas: es mujer, tiene 72 años —pocos favores va a necesitar de ningún partido para el futuro— y es laboralista, una especialidad que escasea en el TC. Junto a eso es una señora bien feminista y desenfadada que representará bien la visión de las mujeres de este país a la hora de interpretar la Carta Magna. Lucas, dolido por la pinza de exclusión sobre su hermano, se caracteriza por ser un tipo de principios. Nunca pensó en usar su voto a la fuerza para volcar la mayoría. Más bien pensaba votar en blanco si no conseguía que se pusieran de acuerdo. Ven que ya no hablamos de ambiciones y de nombres y eso nos ha salvado.
Es muy posible que el propio Gobierno, que se inmiscuyó sin título habilitante en este nombramiento, se haya dado cuenta del desgaste y del abismo al que les iban a conducir las enmiendas malditas y de la maldita gracia que iba a tener para el propio José Manuel Bandrés llegar a magistrado del TC con un cambio de reglas del juego al que ya habían bautizado como “la segunda enmienda Bandrés”, con relación a la enmienda Bandrés que cambió la forma de elección de los vocales del CGPJ en 1985. Es muy posible que el propio Gobierno, ante el órdago de los conservadores proponiendo a una figura progresista, mujer y feminista, haya bajado la presión sobre los vocales de su cuerda. Es muy posible que hayan entendido que había que ser muy forofo y muy poco crítico para seguirles el relato de que lo que se intentaba impedir era una mayoría progresista en el TC, porque se la estaban poniendo en bandeja: una mayoría aunque no SU mayoría.
Todo es posible en martes de milagro y creo que todos los demócratas nos debemos alegrar de ahorrarnos un estropicio. Ahora dejarán caer la presentación de nuevas enmiendas como proposición de ley para rebajar las mayorías porque ya no hace falta. Incluso podrían retirar las que están en el Senado paralizadas, el TC no se pronunciará sobre nada y los cuatro candidatos podrán tomar posesión cuando terminen de pasar los Magos. Así decae la tensión insoportable que ponía los contrapesos democráticos en el filo de la navaja. Así García-Trevijano y los demás se irán ya a su casa. Así ya solo nos queda la anomalía de la no renovación del CGPJ que deberían resolver urgentemente también y ese encargo es para Feijóo.
¿Es o no es día de milagro? Berlanga, siempre Berlanga.