No hay política lingüística de éxito si no se aborda la desigualdad. Esta semana, los compañeros de Top Manta denunciaban una situación que pone al descubierto uno de los problemas más urgente e invisibilizado de nuestro país: la dificultad de más de 2,3 millones de personas para acceder al aprendizaje o mejora del catalán por culpa de obstáculos administrativos, económicos y laborales. Esta cifra no es solo escandalosa, sino también reveladora de una realidad incómoda que no podemos ignorar: el derecho a aprender y desarrollarse en catalán en Catalunya, a día de hoy, no está garantizado.

Hay que recordar que existe una voluntad generalizada por parte de muchísimas personas, provenientes de contextos sociales y geográficos diversos, de formar parte de un proyecto compartido a través de la adopción de la lengua catalana. No obstante, chocamos con un sistema que no solo no facilita este aprendizaje, sino que lo dificulta, y de forma explícita, excluye a estas personas del derecho a desarrollarse plenamente en catalán. Es, por lo tanto, una emergencia lingüística y social al mismo tiempo. El derecho a aprender el catalán no se puede limitar solo a las escuelas: tiene que extenderse a todos los rincones de nuestra sociedad. Adultos de todos los orígenes, especialmente aquellos que no tienen el catalán como lengua familiar, también tienen que poder acceder libremente y sin trabas. La lengua catalana es la herramienta más poderosa de cohesión social que tenemos como país.

Ahora bien, esta tarea, que interpela en primera instancia a la responsabilidad de las instituciones, debería movilizar los esfuerzos de toda la sociedad catalana. Si bien es evidente que hay que reclamar más recursos y políticas públicas para facilitar el acceso al catalán —más plazas, más facilidades materiales y económicas, más flexibilidad temporal—, y que insistiremos hasta la saciedad a cualquier administración para que así sea, nosotros, como sociedad civil, debemos asumir también nuestra responsabilidad. A lo largo de la historia, hemos aprendido que no solo se hace política desde los plenos y los hemiciclos, que hay país más allá de los gobiernos, que las naciones y los pueblos los construyen aquellos que los viven, los luchan y los sueñan colectivamente.

Hay que desarrollar estrategias lo suficientemente ambiciosas que no solo fomenten el aprendizaje, sino que construyan una vinculación afectiva y simbólica con la lengua y el país

En este sentido, nuestro compromiso y acción como sociedad tiene que ser generosa y expansiva. Tenemos que trascender la fase de mera resistencia y adoptar una postura proactiva, que haga del catalán un espacio de acogida y de arraigo, pero también, y sobre todo, de orgullo y pertenencia para todos los que viven en este país. Eso significa, inevitablemente, vincular la promoción del catalán con la mejora de las condiciones materiales de vida de toda la población. Que la experiencia de la catalanidad sea positiva, sea motivo de esperanza, sea orgullo de país.

Nuestro país es histórica y estructuralmente diverso. La presencia de centenares de lenguas que enriquecen el patrimonio lingüístico de Catalunya hace que el catalán se pueda convertir en la lengua de encuentro y adopción para nuevos catalanes. Para que eso sea posible, sin embargo, hay que desarrollar estrategias suficientemente ambiciosas que no solo fomenten el aprendizaje, sino que construyan una vinculación afectiva y simbólica con la lengua y el país. El catalán tiene que ser una lengua querida por todos, y eso solo se conseguirá si es también un instrumento de justicia social, un puente de inclusión.

En este sentido, desde Òmnium, ya hace dos años que impulsamos Vincles, un proyecto que apuesta por el aprendizaje y el uso informal de la lengua como vía para fortalecer los lazos comunitarios y, en definitiva, construir país. Por ello, este año ponemos toda la carne en el asador, porque queremos que crezca, que en cada rincón del país haya grupos de conversación y que, a través de las palabras, dibujen una nación diversa, fuerte y más cohesionada.

Entre todos, podemos hacer crecer nuestra lengua, podemos facilitar que cada día tenga más hablantes, podemos sentirnos parte de una comunidad que avanza, con un "bon dia" cuando vamos a tomar el café, con un "com va tot?" a la vecina. Hagamos de la preocupación, compromiso y, de la queja, acción. Hagamos de la voluntad, esperanza, y de la lengua, país. La construcción de esta comunidad compartida es, en última instancia, el núcleo del proyecto de país que queremos ser.