Hace unos días –de hecho, la misma mañana que salió–, fui a comprar la biografía que Xavier Pla ha escrito sobre Josep Pla. La primera cosa que me llamó la atención, cuando cogí el libro, fue la medida intratable del volumen y su peso demencial. De entrada me sorprendió. Desde antes del procés que no veía ediciones de esta contundencia, que podrían matar a un jabalí de un golpe en la cabeza. Entonces, los intelectuales de Madrid buscaban españolizar las grandes figuras de la prensa en catalán liquidada por el franquismo. Mientras tanto, aquí, las izquierdas les ayudaban cómo podían, atizando las visiones maniqueístas de la guerra y de la dictadura.
Fue una época de una pedantería salvaje, que nos hizo perder un tiempo precioso. Como ahora, parecía que el conocimiento podía reducirse a la fuerza cruda del dinero y de los datos, con la diferencia que la inteligencia artificial estaba en la cuna y que, a pesar de la influencia de Internet, todo era más de andar por casa. Entonces parecía que el Estado quería dar la sensación que España era un país culto, que adoraba la industria del libro y la ciencia y que, por lo tanto, quería a Catalunya. Ahora me da la impresión que más bien se nos quiere calmar con la idea que nos lo volverán a prohibir todo, como es costumbre, pero que esta vez dejarán que nos desahoguemos en nuestra propia lengua.
Cuento esto porque los elogios que ha recibido el libro de Xavier Pla me parecen incomprensibles, si no los enmarco en un ambiente de provincianismo truculento como el que acabo de describir. Supongo que la idea de Xavier Pla era utilizar la profusión de papeles acumulados a lo largo de los años estudio para poner a Josep Pla en su salsa, y dejar que los hechos hablaran por sí solos. Me parece, y lo digo sin ironía, que Xavier Pla ha querido hacer una biografía al estilo de Josep Pla, y que le ha salido una compilación de apuntes y documentos sin ninguna distancia entre el admirador y el académico; o entre el académico y el burócrata que hace política para mantener las subvenciones.
Una biografía no puede ser una exhibición constante de los procesos y los problemas del trabajo del investigador, ni una plataforma para hacer relaciones públicas con los colegas
El libro da mucha información, pero no creo que la presente con eficacia ni, mucho menos, que la relacione bien. Una biografía no puede ser una exhibición constante de los procesos y los problemas del trabajo del investigador, ni una plataforma para hacer relaciones públicas con los colegas. Un biógrafo no puede transmitir la sensación que idolatra los papeles, ni tiene derecho a cargar al lector con el peso –y la responsabilidad– de sacar conclusiones de los aspectos ásperos o inconclusos de sus estudios. Si buscamos meter la vida de los hombres importantes en libros es para poder entender mejor su época y así aprender de sus decisiones y sus problemas. No tiene mucha justificación presentar una biografía de 1600 páginas, si no está escrita con una disciplina férrea y un gusto exquisito.
Las biografías de Josep Pla fueron innovadoras en su tiempo porque rompían los esquemas narrativos, y porque jugaban a hacer ver que ponían sus protagonistas en el marco informal, caótico y arbitrario de la vida. Pero las biografías de Pla eran sintéticas; no se encallaban en psicologismos de poca monta, ni perdían de vista el fondo histórico –y poético– de la existencia. No creo que esta biografía sirva para presentar a Josep Pla y su época a nadie que no sea un estudioso o un admirador consolidado de su figura. Como trabajo de un académico, dudo que pase la frontera del Atlántico o de los Pirineos, ni siquiera estoy seguro de que pase el Ebro.
Naturalmente, yo me lo he pasado bien leyendo el libro. He encontrado anécdotas que no sabía, papeles que me han hecho pensar y planteamientos que me han gustado más o menos. Pero insisto que, como biografía, el libro falla por la base y te recuerda que un historiador como Borja de Riquer ha necesitado exactamente la mitad de páginas para poder explicar a Francesc Cambó. Me ha sorprendido que la prosa de Xavier Pla haya evolucionado hacia el tono sentimental y pedagógico que domina hoy el periodismo catalán. Es como si su sensibilidad se hubiera amanerado y hubiera hecho suyos los vicios y los trucos de Jordi Amat, que el otro día nos descubría como si nada, que el mejor amigo de su abuelo era Josep Maria Planes —ya ves que detalle más oportuno—.
Visto con un poco de malicia, también podría ser que, detrás del maremágnum de documentos que presenta Xavier Pla, en el fondo haya la intención de continuar controlando la interpretación del escritor, como ha pasado desde que murió: es decir, que existan los mismos miedos de siempre —y los mismos intereses—. Pensábamos que esta sería la biografía definitiva de Josep Pla. Pero quizás lo que se nos presenta es una buena base de papeles para que otro biógrafo pueda hacer, algún día, un libro más corto y luminoso, que no necesite explotar comercialmente la falsa complejidad y las idolatrías enquistadas y morbosas de un antiguo país vencido.