Si tuviera que contar las veces que la unidad de España ha apuntado hacia una mujer que quería, o hacia un amigo, para intentar meterme en cintura, me quedaría sin dedos. No hacía falta leer la carta de Pedro Sánchez para descubrir cómo funciona la escopeta nacional. Por unas acusaciones parecidas a las que se hacen a la mujer del presidente español, Lluís Prenafeta y Macià Alavedra acabaron exhibidos en los informativos, mientras se aguantaban los pantalones saliendo de una comisaría. Pero insisto que no hace falta que nadie te mande a los tribunales; el sistema funciona a todos los niveles y tiene sicarios en todas partes, a veces incluso involuntarios.
La novedad es que Sánchez es el prototipo de madrileño sin memoria, deslumbrado por los tópicos de la Transición, que encarnaba el milagro español. Sánchez tenía que servir para europeizar España y para acabar dulcemente con el problema catalán. Sánchez es el último político en activo de la nueva política, el último hijo legítimo que le queda al régimen de la Transición. Pablo Iglesias se inmoló, por pura prudencia, desde la misma vicepresidencia del Gobierno, después de haber decolorado el discurso autodeterminista de Podemos. Andrea Levy ha sacado un libro que explica muy bien, con las cosas que no dice, el precio que la unidad de España ha hecho pagar a los políticos educados en democracia.
Si pienso en ello, todo el mundo que me ha enseñado algo, ha cedido en algún momento a los chantajes que España hace en la vida privada de los catalanes que intentan sacar la cabeza. Quizás de aquí viene que, a medida que el procés se aleja, tanta gente que conozco mire de reescribir su pasado para poder continuar. La carta de Sánchez es como aquellas primarias que hizo el PSOE en la época del procés. Sánchez siempre sobrevive a base de magnificar las contradicciones que la existencia de Catalunya produce a la democracia española. La novedad es que ahora le han entrado en su casa y ha tenido que decir que el rey va desnudo
España ha encontrado a su Artur Mas, un hombre bien plantado, que sabe idiomas y que está dispuesto a hacer valer la idea que se había hecho de su país y de su partido aunque todo le haya demostrado que era una idea equivocada
Como el régimen del 78 no ha podido españolizar a los catalanes a través de unas virtudes civiles que igualaran Catalunya al resto del Estado, ahora intenta mantener la cohesión a través de las taras. No es nada que no nos enseñara Jordi Pujol, en los tiempos dorados de la autonomía, o la CiU de Mas, en tiempos del procés, o la ERC de Junqueras durante el 155. Cuando el poder es débil, se defiende a base de bajar el listón y de degradar el clima politico y social para subir el precio de tumbarlo. El éxito de Sílvia Orriols en las encuestas viene de la sensación que da de ser inmune a los chantajes y de no tener miedo de pagar el precio que haga falta para defender sus ideas.
Sánchez no va tan lejos, pero tiene una capacidad para aguantar la tensión y para conectar sus argumentos con las pulsiones viscerales de sus votantes que no tiene ninguno de los políticos que pretenden darle lecciones. Evidentemente, el líder del PSOE aprovechará el pulso con el PP para intentar vender a Europa que hay que liquidar el franquismo de la cúpula judicial, si se quiere estabilizar España. Los socialistas creen que solo es cuestión de tiempo que Catalunya se funda como un azucarillo en el maremágnum hispano, mientras que la derecha española necesita mantener viva la figura del enemigo interno para poder conservar el monopolio madrileño.
España ha encontrado a su Artur Mas, un hombre bien plantado, que sabe idiomas y que está dispuesto a hacer valer la idea que se había hecho de su país y de su partido aunque todo le haya demostrado que era una idea equivocada. En la oposición hay un entramado de poder que no está para historias y que tiene más experiencia que los chicos de Ciudadanos y Dolça Catalunya. Seguramente Sánchez se cargará el PSOE pero radicalizará el espíritu progre, igual que Mas se cargó a Convergencia, pero radicalizó el nacionalismo. La cuestión es hasta qué punto los catalanes se dejarán arrastrar en una lucha por el poder, cada vez más polarizada, que dejará la política española reducida a los límites mentales de Madrid.
De momento, por las críticas que los partidos catalanes hacen a la jugada maestra de Sánchez, ya veo que la lucha libre madrileña servirá para atizar otra oleada de superioridad moral.