Algunos jóvenes con ínfulas económicas admiran a Elon Musk. De él admiran su ambición y su creatividad empresarial, sin preguntarse qué hay detrás de este hombre —el más rico del mundo—, que en los últimos tiempos ha entrado en una megalomanía muy inquietante. La vanidad de Musk se ve alimentada por unos éxitos empresariales que le han supuesto que le pongan la alfombra roja de entrada en la Casa Blanca de Donald Trump. Parece que el futuro presidente de Estados Unidos lo necesita para llevar a cabo sus planes expansionistas, y Elon ha encontrado en la ambición económica, social y política de Donald al padre que deseaba y del que no disfrutó en su infancia, pubertad y primera madurez. El padre de Elon —dicen los especialistas en la vida del magnate— educó a su hijo como lo hacen los maltratadores psicológicos y físicos. Que Donald es un putero lo sabe hasta la portera del malogrado Josep Lluís Núñez, pero entre el futuro presidente de EE.UU. y Elon se ha establecido una relación paternofilial de manual, como la de esos padres que antiguamente llevaban a los niños a los prostíbulos para convertirlos en un hombre. Por suerte, ambos ya están en otra fase de la vida: Donald tiene el poder político del primer, segundo y tercer mundo; Elon es el dueño del mensaje global.
La figura del padre biológico de Elon Musk es interesante. Se llama Errol y todavía respira. Y escriben las crónicas que la relación entre Errol y su hijo Elon es de esas que llaman tortuosas, por la incapacidad del progenitor de amar a su hijo con algo de ternura. Una de las aficiones favoritas de Errol, un sudafricano constructor de hoteles, de centros comerciales, de fábricas y traficante de esmeraldas —de ahí viene su gran fortuna—, era la de enviar a sus tres hijos a las veldskool, unos campamentos de verano de Sudáfrica donde la violencia física y mental era el padre nuestro de cada día. Y también dicen las crónicas que los hábitos de las veldskool eran los que Errol solía imponer en casa, origen del amor-odio que siente Elon por su padre y la génesis de las ambiciones mesiánicas del dueño de Tesla, SpaceX, The Boring Company, Neuralink, Open IA y X Corp. Cualquier padre estaría orgulloso de un hijo como Elon, pero un hombre que vive inculcando la autocrítica severa a los demás y a sí mismo, nunca tiene bastante. Una de las aficiones favoritas de Musk sénior era sermonear largamente a sus tres hijos, tachándoles de inútiles y patéticos, para, seguidamente, comportarse con una amabilidad característica de los narcisistas psicopáticos. Y si pudiéramos mirar furtivamente por la mirilla un encuentro entre Errol y su hijo, asistiríamos a una verdadera obra shakespeariana, donde Elon pide la bendición paterna, el padre lo trata con una condescendencia asfixiante, y el hijo acaba matando a la autoridad para poder ser, finalmente, libre de sus pecados. Como decía Freud, matar al padre sirve para recuperar la confianza propia y el sentido de la independencia.
Elon ha encontrado en la ambición económica, social y política de Donald al padre que deseaba y del que no disfrutó
Sin la figura de Errol, Elon no sería como es. Y no me refiero a su genialidad creativa, porque, si hay una evidencia, es que Elon es un superdotado. Pero si hay algo que verdaderamente hermana a Donald y a Elon es la necesidad de superar al padre y, a pesar de haberlo logrado con creces, el subconsciente de voz paterna les sigue castigando hasta convertirlos en unos predadores a escala mundial. Y es que la figura del padre, si no la tienes debidamente digerida, puede convertirte en un intolerante a la felicidad, lo que me hace pensar que ni Elon ni Donald son felices, a pesar de las apariencias. Yo conocí a un médico muy famoso del que una editorial me encargó escribir una biografía. Acabé el libro, pero no se publicó cuando el médico se vio retratado como un ser inseguro y descubrió que el secreto de su éxito era la sensación constante de no estar a la altura de las expectativas paternas. Con Elon cuesta creer, pero los caminos del subconsciente son inescrutables.
He dudado a la hora de escoger el título de este artículo. En un primer momento, elegí "Elon desencadenado", pero opté finalmente por el de "Matar al padre", un título que puede llevar a engaños y lo entiendo. Por suerte, yo ya hace tiempo que maté a mi padre y lo tengo en el lugar reservado a las personas que añoro.
El título "Elon desencadenado" le pega a un magnate que se ha sacado de encima la timidez que nadie le suponía, y se ha travestido en el hombre político que hace y deshace gobiernos en todo el planeta, reflejado en la peligrosa dinámica de los golpistas de escala global. Elon es un Henry Kissinger 2.1, con la ventaja, con respecto al secretario de los secretarios de Estado estadounidenses, de que vive en un mundo en el que las nuevas generaciones están olvidando los estragos que provocaron los totalitarismos. Elon se siente poderoso porque necesitan sus redes para borrar lo que queda del "maldito" progresismo surgido después de la Segunda Guerra Mundial. Elon financia el extremismo derechista en todas partes con el beneplácito, de momento, de Trump y de una generación de jóvenes que lo admiran por ser el ejemplo del hombre emprendedor, olvidando que Elon no es un self-made man y que, a la mínima que se despisten, tratará de condicionarles la vida, sin la posibilidad de liberarlos matando al padre putativo de la tecnología.
Errol y Elon se parecen más de lo que querrían.