Esta es la respuesta de la presentadora de TV3, Laura Escanes, al clásico reproche por utilizar públicamente el catalán. En las redes en este caso, que es donde más proliferan los macarras. Un clásico porque no es un hecho excepcional este despropósito. Ni nuevo. Es una circunstancia que han sufrido todos los famosos que utilizan públicamente el catalán, sea habitual o esporádicamente. No es una anécdota aislada. Utilizar el catalán genera el rechazo automático por un universo indeterminado de españoles de habla castellana que viven el uso del catalán como una anomalía. Incluso como una provocación. Hay un rechazo militante por parte de una minoría. E inconsciente a veces por amplias capas de la población española. Las grandes cadenas musicales que emiten por toda España raramente pinchan ningún grupo que se exprese en catalán. Hay, muy de vez en cuando, alguna excepción. A Manel los pincharon cuatro días. Pero es una rareza puntual. La norma es que en la radiofórmula española no programan grupos que canten en catalán. Entre otros, porque la audiencia no es receptiva a ello. Pueden escuchar grupos en inglés. Pero no en catalán. Hay una intolerancia latente al catalán y de rebote a cualquier aspiración catalana por justa que sea.

Cuando la cantante Shakira hizo una versión del 'Boig per tu' de Sau recibió un alud de insultos tan bestia por cantar en catalán que la polémica incluso llegó a los Estados Unidos. No todo el mundo responde a este patrón. Pero no es menos cierto que genera un amplio consenso transversal en la piel de toro.

Mi abuela Neus tenía cerca de ochenta años cuando tuvo que aguantar una marranada de un funcionario de Renfe por pedir un billete en catalán. Le respondieron "en cristiano que estamos en España". Ni siquiera era un problema de comprensión de un funcionario recién llegado. Era un rechazo visceral, soberbio, supremacista. Al mismo tiempo era desprecio. Y también muy mala baba y mala educación. El episodio sucedió a finales de los años ochenta u o a principios de los noventa. No lo recuerdo con exactitud. Y le pasó en la estación de Renfe de Sitges. Puedo dar fe.

Mi madre sufrió un episodio todavía más desagradable de bien jovencita. Con su madre Montserrat, la abuela Magdalena y sus hermanos, cinco, habían ido a hacer un viaje por España. Querían saber de una rama familiar. La madre, la abuela Montserrat, no conducía. Como la mayoría de mujeres no tenía carné y las que lo tenían era porque habían sido autorizadas por el padre o el marido. Es por este motivo que iban haciendo los desplazamientos en autobús. Estaban aquel día atravesando Castilla-La Mancha, por parajes áridos, la tierra del señor Page. También la del Quijote. Hay de todo en la viña del Señor. Los niños se sentaban en la parte de detrás y, como chiquillos que eran, los hermanos charlaban distendidamente, alegremente, entre ellos, con toda desenvoltura e inocencia. Repentinamente, un hombre que se sentaba cerca de los niños se puso literalmente a ladrar. No hacía "bup, bup, bup!", claro está, sino "¡guau, guau, guau!". Como fue tan enérgico y los miraba fijamente, los niños callaron intimidados. La abuela de las criaturas se enfrentó a él y le pidió explicaciones. El hombre-perro respondió que, igual que los niños hablaban como los perros, él los imitaba. Claro que la abuela de las criaturas, mi bisabuela, era una mujer con mucho carácter y supo poner en su sitio a aquel desaprensivo. El suceso no fue más allá. Pero el mal ya estaba hecho e hizo que los hermanos se abstuvieran de seguir hablando.

Si esta financiación no mejora, difícilmente Catalunya podrá dar respuesta a todos los retos que plantea el futuro. Está lastrando no solo el progreso económico y social sino como nación que quiere salir bien.

La enésima polémica que sacude la política española, la financiación singular para Catalunya, no solo ha recibido el rechazo frontal de la derecha. También de buena parte de una izquierda que apela a gloriosos ideales. Invoca la igualdad, la solidaridad y todos los principios habidos y por haber que apelan a la justicia social. Eso cuando no se niega la mayor, se pone en duda o se le resta importancia: Catalunya no ha dejado de aportar recursos al sistema durante los últimos 44 años. Y como contraprestación ha recibido una cantidad escasa. Tanto que a veces ni siquiera se ha respetado el principio de ordinalidad. Eso es que redistribuidos los recursos ha pasado que la renta disponible en Catalunya queda por debajo de comunidades que partían de una renta inferior.

¿De qué equidad estamos hablando pues? ¿Cómo pueden seguir dando lecciones de solidaridad aquellos que no han ejercido nunca ningún tipo de solidaridad, sino que han sido sistemáticamente beneficiarios? Como los Pages o los Lambanes.

Se tiene que responder como respondió mi bisabuela, que era una mujer de armas tomar y no dejaba pasar ni una. Con dignidad, con coraje.

La financiación es la madre de todas las batallas. La financiación es infinitamente más trascendente que cualquier ley de amnistía. Es imperioso presentar batalla prioritariamente en este frente ni que parezca, de entrada, predicar en el desierto. Ni que suscite todos los tópicos anticatalanes, todos los estigmas que tan bien retrataba Mendoza (el expresidente del Real Madrid) cuando decía aquello de 'los catalanas se lo quieren quedar todo'. Se tiene que responder, con datos, con firmeza, con actitud. Con resiliencia, sin perder la calma. Entre otros porque el déficit endémico de financiación genera en Catalunya un amplio consenso social y político. Las causas como más ampliamente son defendidas —contrariamente a lo que mantiene una de las principales corriente del independentismo— mejor.

Si esta financiación no mejora, difícilmente Catalunya podrá dar respuesta a todos los retos que plantea el futuro. Está lastrándola, no solo su progreso económico y social, sino como nación que quiere renacer. Como país, como colectividad, este es el colosal reto a corto y medio plazo.

Es infinitamente mejor para la ciudadanía catalana un Gobierno de pacotilla que gestionara una buena autonomía financiera que otro ufano de ideales patrióticos que se aferra a la poesía ante la incapacidad de dar respuesta —por falta de medios— a los principales retos de presente que son los que condicionarán el futuro en un sentido o en otro.