“Catalunya ha vuelto para mejorar España”, dice el presidente que quiere serlo “de todos los catalanes". También dijo que "todo el mundo que venga a mejorar Catalunya es catalán" (un concepto que el propio detector de falsedades de Twitter le desmintió, mencionando el texto del Estatut). El factor determinante para el nuevo reparto de carnets de catalanidad sería el de la “mejora”, excluyendo a aquellos catalanes que, teniendo todo el derecho a serlo, lamentablemente la empeoran. No quiero mirar a nadie, ni es el centro de este artículo, pero no me da buena impresión que alguien con autoridad pretenda juzgar quién “mejora” Catalunya y quién no. Lo que me preocupa es cómo el presidente autonómico de mi país intenta, día a día, transformar su representación institucional en una simple condición administrativa española, en una presidencia equiparable a la de la comunidad de Extremadura, como si mejorar España fuera el sentido último de nuestra existencia desde 1714 (que es lo que afirman, coincidentemente, las tesis de Societat Civil Catalana). Illa tensa la cuerda en exceso, sabiendo, como sabe, que para muchos catalanes mejorar España es tan importante y vocacional como mejorar Nueva Zelanda.
En primer lugar, si Catalunya "ha vuelto" significa que hasta antes de ayer Cataluña se había marchado. De España, se entiende, porque cuando Illa habla de “volver” siempre se refiere ahí mismo. Me pregunto si, cuando los catalanes tuvimos la ocasión de votar si nos marchábamos o “volvíamos”, se nos permitió decidirlo en libertad (y cuál fue el resultado del voto). Me pregunto si este “retorno” a la “normalidad” de 1978 implica que, ahora ya sí, los catalanes nos regimos por una norma de autogobierno que hayamos votado. Aunque sea un Estatuto de Autonomía. Me pregunto si instalar la bandera española el despacho indica en todo caso un “retorno” al orden impuesto. Y sobre todo me pregunto si, habiéndonos “marchado” todos juntos hasta que él se convirtió en presidente, esto significa que hasta este mes de agosto hemos sido una especie de república independiente (“sí que existe”) o un territorio en disputa. Ah, no: lo único que ha cambiado en los últimos meses es que ha “vuelto” la mayoría (frágil) socialista al Parlament. Nos lo tomaremos como un aviso para los abstencionistas: “si tú no vas, ellos vuelven”.
Los independentistas podemos ir perdidos, pero somos la mitad de la población y seremos tenidos en cuenta.
Hay algo que intelectualmente sí es interesante: cuando no se ha sabido, o querido, o tenido la competencia suficiente para forjar la independencia, es legítimo que muchos se conformen con “mejorar España” como ya lo intentó Pujol en los años 80 y 90. El espóiler de esta tentativa, sin embargo, lo conocemos todos, por mucho que el president se haga fotos con el expresident. Illa pretende descaradamente tomar prestado y ya no sé si robar el concepto pujoliano de San Pancracio: salud y trabajo, y dejémonos de otras historias. No va a funcionar. Primero, no funcionará porque nadie ha venido al mundo a trabajar, sobrevivir y callarse (excepto en los modelos autoritarios). Y no funcionará porque el más miope de los analistas sabe prever el futuro de la nueva propuesta de financiación, o la absoluta inconcreción del concepto de “plurinacionalidad” tan invocado por Iván Redondo, o la artificialidad de esta “paz” procurada a golpe de indultos y amnistías. No funcionará, en definitiva, porque ignorar el 2017 es ignorar una herida demasiado grande e ignorar lo que todo el mundo ve como la evolución natural del catalanismo. Y, sobre todo, porque ignorar a España no suele funcionar. Ni para quienes intentaron la independencia, ni para quienes intentan “mejorarla”.
Illa quiere representar a “todos los catalanes”, pero retira el busto de Macià de su despacho, mientras invoca a Tarradellas (un presidente nunca votado, como el nombre del aeropuerto). Quiere representar a “todos los catalanes”, pero no hace ni una referencia al 40/50% que ni queremos ni hemos querido nunca existir para mejorar España. Quiere representar a “todos los catalanes”, pero se mostró entusiásticamente favorable al 155 y se manifestó con el españolismo ultra. Illa es un presidente tan “divisor”, “parcial” y “partidista” como puede ser cualquier demanda de referéndum de autodeterminación, con la diferencia de que esta última idea incluye perfectamente la expresión de la voluntad (y la posibilidad de victoria) de los demás. Illa no extiende la mano: te enseña la llave de la celda. Su opción se limita a mantener el orden vigente y prometer algunos retoques inciertos. Illa nos divide, porque no presenta ninguna idea verdaderamente inclusiva.
Durante los años más álgidos del Procés, gente de Ciutadans, del PSC o del PP decidieron que eso no iba con ellos. Que lo boicotearían políticamente y también socialmente. No sé por qué el 40-50% de catalanes no podrían plantearse ahora boicotear una “concordia” basada en una represión feroz, en un exilio y una persecución judicial no resueltos, en una imposición de simbología no inclusiva, en discursos de la Diada que no hacen ni una tímida mención a las reivindicaciones catalanas, en una normalización del 25% del castellano en las aulas o del imaginario “mesetario” en TV3, en una falta de propuesta de autogobierno concreta y que podamos votar, en saludos reverenciales al rey que desafió a los catalanes, en festivales náuticos y en incumplimientos terrenales. Yo, si fuera él, intentaría disimular ese posado de paseo militar. Como decía, si tira tanto la cuerda se romperá. Los independentistas podemos ir perdidos, pero somos la mitad de la población y seremos tenidos en cuenta. Por las buenas, mejor.