Las recientes elecciones en el Parlamento Europeo han dejado el Viejo Continente con una cierta sensación de confusión y desánimo, con el famoso eje París-Berlín (el tradicional eje tractor del proceso de integración europea) especialmente tocado.

En el caso alemán, el partido del canciller Scholz ha recibido el peor resultado electoral de su historia, cosa que genera dudas sobre que sea capaz de acabar su mandato, que en teoría se alargaría hasta octubre del 2025. Además, en este país el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) ha obtenido unos resultados insólitos que despiertan algunas de las peores pesadillas de nuestra historia contemporánea.

En el caso de Francia, el hiperactivo presidente Macron tomó una decisión —en plena noche electoral, incluso antes de que los resultados fueran públicos— que seguramente en aquel momento él consideró audaz, pero que ahora muchos la perciben como irresponsable: la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas.

Y es que parece que ciertos golpes de efecto no funcionan en todas partes y, hoy por hoy, el escenario en el país galo es más bien desolador, incluso caótico, y en cualquier caso, diametralmente opuesto a lo que Macron pretendía provocar con una decisión tan precipitada. Una parte de la derecha tradicional se ha lanzado a los brazos de la extrema derecha del clan Le Pen, convencida de su victoria; mientras que el Partido Socialista empieza a renacer de sus cenizas en torno a un nuevo Frente Popular con la izquierda más radical de Mélenchon. Y en medio, Macron y su partido, que se quedan totalmente solos en contra de lo que supuestamente el presidente francés había planificado.

A todo eso, hay que sumar el crecimiento sustancial, menos de lo que se preveía, de la extrema derecha en un gran número de países de la UE, si bien es cierto que en otros (sobre todo nórdicos, pero también Polonia y Países Bajos), en cambio, ha bajado.

Y en medio de este desconcierto, destaca, de manera todavía más paradójica, la figura de Giorgia Meloni, la primera ministra italiana y abanderada de los partidos ultraconservadores, como ahora se les llama para diferenciarlos de la extrema derecha europea más dura.

Europa está confundida y perdida, en parte, a causa de las elecciones europeas, que en su momento se concibieron precisamente para lo contrario: para reforzar el proceso de integración europea

Como muy bien ilustraba un artículo de The Guardian de la semana pasada, solo hay que repasar algunas de las imágenes de la recientemente celebrada cumbre del G-7, de la cual ella fue la anfitriona. La retransmisión de la llegada de los líderes del G-7 parecía una escena shakespeariana. Una Meloni pletórica (como anfitriona del G-7 y todavía celebrando unos magníficos resultados en las europeas) recibiendo a un conjunto de señores vestidos de color oscuro, la mayoría de ellos cadáveres políticos. Incluso, hay quien ha bromeado diciendo que el libro de honor en el cual estos invitados firmaban, más bien parecía un álbum de despedida.

El primero en ser recibido fue Charles Michel, presidente saliente del Consejo Europeo; seguido del primer ministro británico, Rishi Sunak, que dentro de pocos días parece que liderará uno de los peores resultados de la historia reciente de su Partido Conservador. Resultados que, en cualquier caso, no podrán ser peores que los que acababa de conseguir el siguiente invitado a entrar en escena, el canciller Scholz. Los siguientes serían los primeros ministros japonés (Kishida) que, a priori, será relevado por su propio partido en septiembre, y el de Canadá (Trudeau), que lidera un partido que actualmente tiene la popularidad más baja de los últimos cincuenta años en su país. Los siguió Macron, del que ya hemos hablado lo suficiente, para acabar —después de una larga espera que en algunos momentos rozó la comicidad— con Biden, cuyo futuro político también cuesta ver claro.

Todo ello una metáfora, triste y preocupante, de la situación política en Europa, y también de las principales democracias de matriz occidental. Como también es ilustrativo de este nuevo contexto en que estamos entrando, más en clave global, el hecho de que Meloni despuntara igualmente en la segunda parte del G-7 donde participaron, por invitación suya, el papa Francisco, el primer ministro indio (Modi) o el histriónico presidente argentino, Milei, en una clara operación de "blanqueo" del último, aliado ideológico de Meloni, como de los dos lo es también Vox.

Y es que tampoco tenemos que olvidar el hecho de que Meloni promoviera hace unas semanas, vía la estatal italiana Enel, el nombramiento como miembro del consejo de administración de Endesa de un abogado muy cercano de su aliado, el líder de Vox, Santiago Abascal.

Una muestra y una metáfora más de lo confundida y perdida que está Europa, paradójicamente, en parte a causa de unas elecciones, las europeas, que en su momento se concibieron precisamente para lo contrario: para reforzar el proceso de integración europea.

Ciertamente, y a posteriori de la cumbre del G-7, Meloni no ha sido incluida en la primera tanda de negociaciones para determinar el nuevo liderazgo europeo, y es conocido su enfado —y el de su entorno— al respecto. Se han mantenido las dinámicas clásicas entre los partidos Popular, Socialista y Liberal europeos. Pero también es cierto que dentro de unas semanas la presidencia de la UE pasará a manos del ultraconservador Orbán, íntimo aliado de Meloni. Y que cuando eso pase, el panorama político en París puede haber cambiado sustancialmente, y no a mejor, cosa que a buen seguro acabará teniendo impacto en Bruselas.