Estamos en una época del año en la que se acumulan experiencias, pero, sobre todo, recuerdos. Por Navidades, todas las familias tienen sus costumbres, "ritos" que se repiten año tras años con muy poca variación, empezando por los días de más fiesta (si es la Nochebuena, o los días de Navidad y Sant Esteve), si se hace cagar el tió, se pone el belén o un árbol de Navidad, si somos más de Papá Noel o de los Reyes, más caldo y cocido, canelones o marisco, turrones o polvorones. Estas costumbres reiteradas forman parte de nuestras vivencias y nos acompañan siempre en la memoria. Parece que una Navidad es menos Navidad si cada año hemos cantado villancicos y este año no lo hemos hecho, o si no comemos turrones, o si hay una silla vacía en la mesa este año, por las ausencias de las personas que amamos. Muchas ausencias son debidas a la muerte de algún pariente, y se nos hace un nudo en la garganta por ese vacío sordo y de un dolor penetrante, y nos cuesta sonreír y comer con la alegría que se supone acompaña a las fiestas. Cada vez más, hay ausencias por viajes de trabajo o estudios, y a todos nos acongoja tener que poner un plato menos en la mesa, esperando que quizás el próximo año sí que podamos estar todos juntos. Y bien que se aprovechan en época navideña los anunciantes de esta marea de sentimientos de añoranza, pertenencia y calidez, que nos hace sentir arraigados. Tiempo de tanta calidez que deja fuera en la máxima soledad a tantos otros. ¡El mundo nunca ha estado bien repartido!
Las familias crecen, se separan, se adaptan a nuevos familiares y amigos, en un proceso inacabable de expansión y decrecimiento, en un reflejo de nuestra vida, edad y circunstancias. Guardamos los objetos que nos traen buenos recuerdos y tiramos los de las personas que nos han hecho daño. Las fotografías de nuestros seres queridos nos acompañan, están en las estanterías del comedor, observándonos en blanco y negro, en color o en sepia. Esa foto con los abuelos, en una Navidad de hace 20 años, con los primos y tíos a los que quizás hace tiempo que no vemos. Y nuestra mirada se detiene unos instantes, en reconocimiento de todo lo que nos ha unido. Memorias, porque los humanos tenemos memoria de largo plazo. Memoria de las personas con las que hemos compartido mucho tiempo o, a veces, solo un breve periodo de nuestra vida. Recordamos las caras y las voces y, a menudo, el nombre de todos los que salimos. Mirando una foto descolorada por el tiempo, podemos recordar la vida que acompañaba a la imagen de las personas, aquel breve sonreír que todo lo iluminaba, ese mirar socarrón por el rabillo del ojo, las arrugas que empezaban a asomar en la frente... Y sentimos de nuevo un runrún dentro de nuestro corazón; la estimación, la confianza o la melancolía son sentimientos unidos al recuerdo. La memoria nos ayuda a recordar quiénes éramos y quiénes somos.
La memoria humana es tan poderosa en la reminiscencia, que nos parece una calidad que nos define como humanos. Pensamos que otros animales no tienen memoria, y nos sorprende cuando alguna otra especie demuestra tener capacidad para el recuerdo y la memoria. Las aves migratorias tienen memoria, pueden recordar de forma precisa lugares y regiones, incluso localizan árboles, ramas y nidos concretos para refugiarse o poner los huevos. Cuando alguien tiene mucha memoria (normalmente, de alguna ofensa), decimos con ironía que tiene memoria de elefante. El elefante es un mamífero de vida larga que puede llegar a ser muy longevo y que recuerda a las personas que lo han cuidado y también, a los que le han hecho daño. También los perros tienen memoria, aunque suelen guiarse por el olfato y la voz más que por la vista, y los delfines, que tienen una excepcional memoria auditiva. Pero es cierto que, dentro de la inteligencia animal (dejemos de lado la IA), la memoria visual de largo recorrido, como el reconocimiento de las sutiles diferencias entre rostros muy similares, incluso después de muchos años, parecería ser una singularidad de la especie humana. Sin embargo, podemos preguntarnos si realmente esta capacidad de reconocimiento visual de personas que han formado parte de nuestra vida es solo humana.
Se acaba de publicar un estudio de conducta que demuestra que los chimpancés y bonobos también tienen capacidad de memoria a largo plazo y además, pueden reconocer la cara de congéneres con los que han tenido una interacción, como miembros de la misma familia y el mismo grupo social, décadas después de la relación. En un grupo de 26 individuos (15 de ellos hembras) de cuatro localizaciones distintas, los investigadores han querido estudiar si eran capaces de reconocer fotos de sus conocidos. Para averiguarlo, en una pantalla han proyectado, una al lado de la otra, dos fotos de otros chimpancés/bonobos, y con una máquina que mide el movimiento de los ojos y el rato que la mirada queda fijada en cada foto han llevado a cabo una evaluación. En general, los animales miran muy por encima las fotos y no muestran mucho interés. Excepto cuando en una de las fotos aparece un miembro pasado o presente del mismo grupo social. Obviamente, a nosotros nos costaría mucho reconocerlos, ya que no estamos acostumbrados a reconocer caras de chimpancés (las veríamos todas muy similares), pero ellos pueden ver que son asimilables a ellas y que hay conocidas, porque las miran más rato. Además, no lo hacen al azar, ya que saben reconocerla de entre las dos que se les muestran a la vez. De hecho, actúan de forma parecida a cuando nosotros nos cruzamos con alguien por la calle y nos lo quedamos mirando porque nos "suena" de algo su cara, hasta que lo reconocemos. Este incremento del tiempo de visualización de la foto del compañero/compañera es consistente en todos los animales, cada uno con sus referentes. En este estudio, el caso de memoria social de tiempo más largo es el de Louise, una bonobo adulta que reconoce a su hermana y a su sobrino después de más de 26 años de perder el contacto con ellos, porque se la llevaron a un santuario de primates de otra localidad.
Es evidente que los humanos no somos primates aislados, y que las relaciones intragrupales en los primates se habrían beneficiado de esa capacidad de unir emoción a la memoria, ya que permitiría establecer relaciones dentro del grupo de confianza o desconfianza y de reconocimiento de amigos/enemigos a lo largo del tiempo
A continuación, los investigadores se preguntaron si existía algún tipo de emoción vinculada a esta memoria visual, por ejemplo, una relación de proximidad o una relación de jerarquía social. Los resultados muestran —aunque con un efecto leve, pero significativo— que el reconocimiento (es decir, el rato que estaban mirando fijamente la imagen) era mayor cuando la relación había sido positiva. Hermanas o miembros del mismo grupo, con los que han compartido ratos de "cuidado y contacto físico" (grooming) son reconocidos antes y más consistentemente que cuando la relación ha sido corta (como un compañero sexual) o de dominancia. Este punto "emocional" distinguiría a la pura memoria de largo plazo de la memoria con reminiscencia. La verdad es que este trabajo se me queda un poco corto, aunque reconozco su relevancia como prueba de principio. Además, el número de animales estudiados no es muy grande, y habría que replicarlo. Sin embargo, es un estudio que sugiere que la memoria a largo plazo puede tener una relevancia biológica más allá del uso que los humanos le asignamos. Es evidente que los humanos no somos primates aislados, y que las relaciones intragrupales en los primates se habrían beneficiado de esa capacidad de unir emoción a la memoria, ya que permitiría establecer relaciones dentro del grupo de confianza o desconfianza y de reconocimiento de amigos/enemigos a lo largo del tiempo. Pero yo no puedo dejar de preguntarme, ¿qué ha sentido Louise cuando ha visto la foto de su hermana? ¿Solo ha sentido una leve señal de reconocimiento en una zona remota de su cerebro? ¿O el recuerdo estaba un poco teñido de la melancolía de esos momentos compartidos? Porque esta es la cuestión de la memoria humana, el complejo trenzado de emociones que comporta.
Por otra parte, y ya como bióloga, también me sorprende que los investigadores en ningún caso hayan discutido la relación entre el tipo de memoria y el sentido más desarrollado de los animales estudiados. Discriminar de forma tan fina y precisa entre dos congéneres requiere poseer una capacidad sensorial muy elevada acompañada de una percepción e integración en el córtex cerebral. La memoria requiere la percepción unida a la cognición discriminativa. En cuanto a los sentidos, los humanos y los primates, a diferencia de otros mamíferos, tenemos una zona en la retina denominada mácula, donde se concentran los conos, las células fotorreceptoras encargadas de la visión en color y la agudeza visual. Los primates somos animales eminentemente visuales, con gran capacidad discriminativa y, por eso, percibimos las diferencias sutiles de pequeños cambios en la composición facial. En cambio, no somos nada buenos en la percepción olfativa. Es también lógico que los delfines sobresalgan en la memoria auditiva, ya que este es el sentido que tienen más desarrollado y el que les permite una discriminación más fina de las frecuencias y los timbres sonoros.
Quizás en lugar de extrapolar la memoria humana y las emociones que nos causan los recuerdos a otros animales, podríamos estudiar si sus memorias, aunque dependan de estímulos sensoriales muy distintos a los nuestros, también tienen más sentido cuando existe una reacción emocional correlacionada. Evolutivamente, tendría más sentido biológico, ya que originalmente la memoria precisa y discriminativa de los estímulos, serviría para prever qué sucederá, y favorecería la supervivencia del individuo y la especie. Esta sería la base conductual y cognitiva que podría evolucionar a memorias unidas a experiencias más complejas, de modo que la memoria comportara también la reminiscencia de las emociones, como sucede en los humanos. Como veis, ¡todavía queda mucho por investigar!