Johan Cruyff ha desaparecido pero su fútbol lo seguiremos viendo cada semana y lo seguiremos disfrutando durante mucho tiempo. Él fue el creador del actual sistema de juego que ha convertido al Barça en un equipo ganador. Cruyff acabó con las urgencias históricas, el victimismo y el conformismo que había caracterizado al club históricamente y, primero como jugador y, después sobre todo como entrenador, situó al Barça en el mundo con el Dream-Team.
Pero la aportación de Cruyff va mucho más allá del fútbol, porque su personalidad se ha convertido en un referente de país, por encima de diferencias de colores o de afinidades deportivas. Cambiando al Barça, también contribuyó a cambiar la manera de ser de los catalanes. Su gran virtud fue abrirnos los ojos y demostrarnos que podemos ganar, no sólo deportivamente, sino como país. Su mentalidad de victoria se hizo contagiosa al conjunto de la sociedad catalana. Pero a la vez demostró que eso se consigue trabajando, con esfuerzo, tenacidad y audacia. El éxito no es nunca gratuito, es fruto del trabajo. Y todo eso con un punto lúdico, con el salid a jugar y disfrutad, tan saludable en muchos aspectos. Los valores de su carrera deportiva y personal son sobradamente compartidos por una sociedad catalana que hoy también tiene fijados horizontes ambiciosos.
Su paso como entrenador de la Selección Catalana de Fútbol, un gesto que lo honra, acabó de demostrar su compromiso con el país que lo acogió. El ejemplo de Cruyff sirve para dejar en evidencia a los que no quieren que nada cambie, a los que dicen que no hay nada que hacer, a aquellos que todavía hacen suyo el lema “qui dia passa, any empeny”. Los que firman un empate antes de saltar al césped para jugar el partido. Ahora siempre salimos a ganar, fieles a su legado. Y eso vale para todos los aspectos de la vida. Él superó un ataque cardiaco, cambió el cigarrillo por el xupa-xups, y ha luchado hasta el último día contra el cáncer. Cruyff ha muerto, pero no ha perdido, porque su imagen irá siempre asociada a la victoria.