De entrada hay que decir que fake news, expresión que ya se ha convertido en común, es, tanto en inglés como en castellano, una pedante chabacanada. Mentira es la palabra que todo el mundo sabe, entiende y dice cuando alguien de forma consciente se aparta de la realidad para engañarnos. Fake news es, diría, una mezcla de vacía modernidad y de cierto pudor para no llamar las cosas por su nombre, no sea que o nos pasemos o alguien se ofenda, que la piel fina va muy barata.

Aunque las mentiras constituyan un elemento frecuente en las relaciones humanas —mentiras de todo tipo y sentido—, en política son especialmente peligrosas y, por lo tanto, censurables. La Altright —la Derecha alternativa—, en buena medida hija del Tea Party y de corrientes libertarias ultramontanas en los EE. UU., que está en la base trumpiana, no ha hecho más que poner al día el ejemplo a gran escala del nazismo. Con sus alternative facts ha creado todo un mundo de fake news. O lo que es lo mismo: desde un laboratorio de mentiras perfectamente estudiadas y diseñadas para deformar la realidad, los creadores de fantasías paralelas hechas pasar por la realidad, han encontrado en medios de comunicación ya existentes y con no poca influencia, en otros nuevos y/o creados ad hoc y en las redes sociales, debidamente manipuladas, los vehículos para difundir estas mentiras.

No menor importancia ha tenido la existencia de movimientos claramente reaccionarios y conspiranoicos, como los preexistentes de la extrema derecha, ciertas corrientes religiosas tendentes al fundamentalismo —más allá y más anterior al musulmán. La conjunción de todos estos elementos ha producido una poderosísima amalgama que hace de la mentira disfrazada de verdad el ariete para el asalto a las instituciones, para no devolverlas a la gente. O dicho de otra forma: se deforma la realidad, se miente sobre ella, para crear un mundo al servicio de los que se cruzan imbuidos de la verdad de ser los dueños del universo, los masters of univers de los que hablaba Tom Wolfe.

De esta forma, se ha creado un relato —otra palabra a desterrar— que mucha gente, millones, ha dado por bueno. En parte por convencimiento de la propia amargura derivada de derrotas y en otra porque los emisores de las mentiras tienen apariencia de seriedad y legitimidad. El trabajo de los fact checkers —verificadores—, nueva profesión en alza, pretende desmentir mentiras que van desde la inexistencia del cambio climático a que el feminismo es una ideología tan totalitaria como disolvente de la sociedad como el hombre no ha pisado la luna o las vacunas son tóxicas y utensilios de control masivo. No hace falta que mencionemos nombres de personas e instituciones domésticas para no hacerlos enfadar, nombres que todos conocemos sobradamente.

En este contexto, como para algunos era previsible, la mentirosa cadena por cable FOX, la más importante de los EE.UU., ha pagado cerca de 800 millones de dólares a Dominion Voting Systems. La cosa iba de que la FOX, vía sus programas y, especialmente, entre otros, sus principales presentadores, Tucker Carlson, Sean Hannity y Maria Bartiromo atizaron la campaña emprendida por Trump —y sus abogados con Rudy Giuliani al frente— sobre que las elecciones del 2020 le habían sido robadas. En efecto, según su relato falso —Trump tiene otro y muy importante pleito en Georgia por intimidación al secretario de estado de este estado y petición de falseamiento de las actas electorales—, Biden sería el real perdedor de los comicios que lo han llevado a la presidencia. Hechos alternativos, no reales. Pura fantasía.

La mentirosa cadena por cable FOX, la más importante de los EE.UU., ha pagado cerca de 800 millones de dólares a Dominion Voting Systems. La cosa iba de que la FOX, vía sus programas y sus principales presentadores, atizó la campaña emprendida por Trump sobre que las elecciones del 2020 le habían sido robadas

Pura fantasía que se ha podido acreditar con documentación interna de la propia Fox en la cual los comentarios de los mencionados presentadores y de otros directivos de la cadena eran altamente despectivos hacia Trump, su visión alterada de las cosas y su capacidad de mentir. O sea que la Fox News —ahora sinónimo de Fake News— a ciencia y conciencia expandió las mentiras que fundamentaban el fantasioso cuento del robo electoral. ¿Cómo se hizo? De muchas maneras. Una, la de manipular las máquinas de contar votos. Aquí es donde entra Dominion, titular del hardware de recuento electoral en siete estados durante las presidenciales de 2020. Fueron, según Trump y la Fox, los manipuladores de los votos. O sea: donde no llegaban los votos emitidos, Dominion Voting System los ponía. Gravísima acusación.

La compañía no se cruzó de brazos. A pesar de saber que la primera enmienda de la constitución de los EE.UU. garantiza —como es debido— una omnímoda libertad de expresión, demandó a la Fox por daños y perjuicios, lo que en derecho norteamericano se consideran daños punitivos por valor de 1.600 millones de dólares. Ha conseguido la mitad, que es la indemnización por difamación mayor abonada en la historia judicial de los EE.UU. —y seguramente del mundo—. Y ha conseguido más: que en el acuerdo extrajudicial al cual se ha llegado in extremis —literalmente, en la prórroga dada por el juez ya constituido el jurado—, la Fox reconociera que mintió. Normalmente, en los acuerdos extrajudiciales por daños esta declaración, por razones obvias, no se incluye. Aquí sí. En buena medida eso es fruto de que una productora, Abby Grossberg, demandó hace pocas fechas la FOX, pues fue presionada para mentir en el juicio de Dominion.

Estamos ante un triunfo de la libertad de expresión, que tiene su límite en la mentira, tal como la fundamental sentencia del Tribunal Supremo norteamericano The New York Times Co. v. Sullivan (1964) estableció: quien, o sabe que miente o no le importa nada que lo que dice tiene toda la pinta de ser mentira, no está amparado por la libertad de expresión dado que presenta lo que denomina actual malice, que no es fácil de traducir con una sola expresión. Aquí sería o con malicia —intención y conocimiento— o con ignorancia deliberada. Esta doctrina, de hecho, es la dominante también en Europa desde la STEDH del caso Lingens (8-7-1986) y en España desde la STC 6/1988, que la hace suya. No se puede mentir a la brava ni por lo tanto se está amparado por la libertad de expresión.

La pena, para algunos sufridores de la toxicidad de la Fox, ha sido que el acuerdo evita el juicio y que Murdoch, el patrón, y los demandados individuales suban al estrado a declarar como testigos. Realmente, hubieran sido sesiones judiciales de gloria. Pero agua que no has de beber, déjala correr..

Con todo, no es el último capítulo de esta historia de mentiras à gogo. La propia Fox tiene otra demanda civil —por esta vía las indemnizaciones por difamación resultan infinitamente más jugosas. Otra empresa de recuentos electorales, Smartmatic tiene en marcha un segundo pleito contra la fábrica catódica de mentiras con motivos similares, haciendo todavía mayor el pozo de la mala fe. Ahora, el importe reclamado deja pequeño lo que pidió Dominion: 2.700 millones de dólares. Palomitas.