Una fiesta con un nombre tan diáfano como "Mercè" de entrada es una festividad mariana femenina. La ciudad de Barcelona sabe declinar muy bien el segundo aspecto y no recuerda con tanta vehemencia el primero.
El alcalde Collboni ha dicho que "celebrar la Mercè es celebrarnos a nosotros mismos y mismas. Celebrar nuestros valores de convivencia, diversidad y solidaridad. Celebrar
todos los apellidos de la libertad: la libertad creativa, la libertad de amar, la libertad de disfrutar y de compartir Barcelona". Comulgo en cada palabra y en el espíritu de la fiesta.
Donde no sobresalimos tanto es en saber el origen y el motivo de la festividad, que sí tiene un origen religioso. El protocolo querría que las celebraciones religiosas estuvieran en el programa municipal, pero hace años que no aparecen. Sería más fácil ser realmente inclusivo y añadir al programa también las misas de la Mercè.
Porque no podría ser que si celebramos todos los apellidos de la libertad, no tuviéramos en cuenta la feliz relación entre laicidad y religión, entre cultura y espiritualidad. Es incongruente obviar que la Mercè se llama así porque es la fiesta (religiosa) de la Mercè. Porque estáis leyendo este artículo el día fijado en el santoral como Mare de Déu de la Mercè, y no como Festival de la Mercè, o Gincana de la Mercè.
Es incongruente obviar que la Mercè se llama así porque es la fiesta (religiosa) de la Mercè. Porque estáis leyendo este artículo el día fijado en el santoral como Mare de Déu de la Mercè, y no como Festival de la Mercè, o Gincana de la Mercè
No la encontramos al programa, pero dentro de la ciudad también cuesta priorizar la Mercè. Esta Virgen de la Mercè está encapsulada en una basílica que tiene demasiados rivales en la ciudad: la catedral, santa Maria del Mar, el Tibidabo... Tampoco es un lugar de facilísimo acceso y ahora tiene más turistas que devotos alrededor. Además, tiene que convivir con la rival Eulàlia. Las dos protegen la ciudad condal. Mercè salvó a la ciudad de una plaga de langostas el siglo XVII y se convirtió en su patrona. La advocación mercedaria tiene inicio cuando el día 1 de agosto de 1218 esta Virgen se aparece en sueños al rey Jaime I, a san Pedro Nolasc y a san Ramón de Penyafort. Les encomienda la misión de fundar una orden religiosa que rescatara a los cristianos cautivos. 800 años más tarde, los mercedarios siguen con este carisma, sobre todo asistiendo a las personas internadas en las prisiones y también trabajando en el ámbito de la marginación.
La imagen que se encuentra en la basílica se salvó de milagro, y es una restauración: en julio de 1936 quemaron la Iglesia y Teresa Coll Muñarch consiguió coger a la Virgen de la Mercè y llevarla a Capitanía General, donde aquel mes de septiembre se entregó a la Junta de Salvación del Patrimonio y posteriormente al Museo de Arte de Catalunya, desde donde volvió a la iglesia después de la restauración (no tenía brazo ni ninguna de las dos manos). En los Goigs que compuso mosén Cinto Verdaguer lo nombra "princesa de Barcelona". Su día, hoy 24 de septiembre, el templo acoge 7 misas, la principal presidida por el cardenal Omella por la mañana, donde asiste el alcalde Collboni como ya hacía cuando era concejal, pero también hay una en lenguaje de signos por la tarde. La Mercè que se celebra con trabucaires, séquitos populares, grupos danzantes, pasada de enanos y gigantes, redobles de campanas y bailes de sardanas, cabalgata, festividad castellera, matinal de gralleros, jornadas de puertas abiertas a decenas de museos, también ofrece, señoras y señores, celebraciones religiosas, y sería natural poder saberlo desde el programa oficial y no teniendo que ir a rastrear webs de la basílica y de la orden de los Mercedarios. Sería un servicio a los ciudadanos que ahora no se brinda.
Collboni también recuerda que "la Mercè es un acto de amor que nos regalamos para iniciar el curso con las pilas cargadas". Los Goigs de la Mercè ya hablan, también, de amor: "Barcelona enamorada, vos fa trono del seu cor, puix del Cel li sou baixada, feu-ne del de vostre amor". Que este amor universal y que nos hace a todos mejores no se olvide de las raíces. Sería, qué triste, un amor decapitado, como la pobre imagen que se quedó sin las manos en la Guerra Civil.