Después del estreno en TV3 de Murs de silenci, la magnífica docuserie dirigida por Anna Teixidor, ha surgido una polémica sobre qué se tiene que hacer con el recuerdo de José Luis Ortega Monasterio. En el documental, queda demostrada la vinculación de Ortega Monasterio con la propiedad de varios prostíbulos de los años 80 y 90 del Alt Empordà, Huesca y Barcelona donde, en al menos dos casos, había menores de edad. José Luis Ortega Monasterio era militar, nacido en Cantabria, de infancia vasca, pero para la cultura catalana había pasado a la historia por ser el compositor de la habanera El meu avi. A raíz de la emisión de este trabajo periodístico, se ha generado el debate de si se tiene que cancelar esta canción, es decir, lisa y llanamente, si a partir de ahora se tiene que dejar de cantar El meu avi en los eventos donde se canten habaneras, y especialmente en la que cada julio se hace a Calella de Palafrugell.

El debate sobre separar la obra del artista hace tiempo que se arrastra y no creo que esté bien resuelto en ningún caso. Pablo Picasso era un maltratador de mujeres, pero dudo que se tenga que borrar la importancia artística e histórica del Gernika. La generación de mis hijos tiene derecho a conocer su trascendencia igual que la conocieron sus padres y sus abuelos. La novedad pasa porque ahora, mientras se contempla, se estudia y se debate el Gernika, a las explicaciones se le puede añadir este apunte biográfico del autor. Lo mismo podría pasar con Aristóteles, defensor de la esclavitud, y que se sigue enseñando en las clases de filosofía o con Thriller del pederasta Michael Jackson que, hasta donde yo sé, no ha desaparecido ni de las radios ni de las listas de Spotify.

Se cancela El meu avi con mucha rapidez y nadie se plantea cancelar al Estado español por el uso de Pegasus

A la misma velocidad con la que en este país nos planteamos debates de este tipo con un grado de sofisticación moral próxima al purismo, van apareciendo evidencias sobre la precariedad democrática (y también ética) de diferentes Estados, entre ellos el español. En Catalunya ya teníamos constancia de ello, pero ha sido también a través de un documental periodístico, Surveilled (Max, antigua HBO), que ha quedado demostrada la existencia de Pegasus, el software de espionaje en teléfonos móviles que han utilizado gobiernos de todo el mundo contra opositores, disidentes, periodistas, activistas y también compañeros de viaje para tenerlos controlados. Y al Estado español nadie lo ha cancelado. El Estado español espía impunemente, se mete remotamente en la habitación de matrimonio del espiado y con la información obtenida ilegalmente hace chantaje y extorsión con finalidades políticas. Y todo no es obra de un lobo solitario policial, sino que Pegasus ha sido adquirido, ejecutado y utilizado por parte del Estado español en toda su dimensión institucional. Es decir, la compra se ha hecho con fondos públicos, las personas que han trabajado con el programa son funcionarios del Estado y ni siquiera se ha hecho el paripé de disfrazarlo bajo las siglas del GAL o de la policía patriótica; todo llevaba el sello del Estado como tal. A su vez, las leyes vulneradas por este espionaje ilegal son también españolas, de la misma manera que las víctimas espiadas tienen también pasaporte español.

A pesar del escándalo, a pesar del bochorno internacional de salir en medios de todo el mundo como los primeros de la clase en el uso de Pegasus, no se ha planteado ninguna campaña de cancelación contra el Estado español. Nadie contempla darse de baja del censo, romper el DNI, dejar de pagar impuestos o arrancar la bandera española de cada mástil de donde cuelga. Claro que nadie canceló la monarquía ni la familia Borbón con todos los escándalos reales, ni tampoco cuando el rey emérito huyó a ese paraíso democrático que es Emiratos Árabes Unidos después de haber admitido solo la punta del iceberg de su fraude fiscal con Hacienda. Fue más fácil cancelar a Convergència y Jordi Pujol porque el Estado todopoderoso sabe que siempre tiene más fuerza el tribunal de la moral que la Corte Europea de Derechos Humanos. Este órgano, por cierto, acaba de condenar Hungría esta semana por haber espiado ilegalmente a un periodista. Sí, la Hungría de Víktor Orbán. Pero las comparaciones son odiosas, claro.

Dejar de cantar El meu avi en Calella sería un gesto estético, estéril, pero sobre todo desproporcionado

Y ya puestos a cancelar todo lo que hizo José Luis Ortega Monasterio, quizás hay que recordar que fue capitán del ejército español y a raíz del documental nadie se ha planteado ninguna acción contra ningún estamento militar ni ha habido pintadas en la escuela militar de Jaca, de donde fue profesor. Tampoco se ha cancelado a la Guardia Civil, de donde fue jefe de fronteras en Puigcerdà. Todos los ojos de la pureza moral se han concentrado en El meu avi, una habanera que, igual que el Barça es más que un club, era más que una habanera porque había llegado a hacer de marca blanca de himno cuando los himnos estaban prohibidos. Pero todavía más importante que eso, El meu avi ha trascendido el mundo de la habanera, el de la canción y por supuesto el de la persona, el proxeneta José Luis Ortega Monasterio, a quien se puede cancelar perfectamente (como ha hecho Palamós) retirando placas, medallas y estatuas, sin que se vea afectada su obra principal.

Porque si no, como tantas veces en este país, el próximo verano nos encontraremos con un nuevo gesto estético, estéril, pero sobre todo —una vez más— desproporcionado: se dejará el concierto de habaneras de Calella sin El meu avi en una anulación que solo satisfará a los mismos que, desde su laboratorio ético, piensan y celebran las luces inclusivas del Raval. El resto de público lo acogerá con diferentes sensaciones: habrá una parte de silencio temeroso de ser considerado cómplice, mientras que otros —también hay que decirlo— sí que se opondrán públicamente a la cancelación. Pero apuesto a que la mayoría de personas, ron cremat en mano, desconocerán la triangulación entre Gran Escala 2000, Ortega Monasterio y El meu avi y se preguntarán por qué esta vez no han podido cantar, como cada año, aquello de "Visca Catalunya y visca el Català!".