Medio plantado en la primera fila de butacas, Richard Gere parecía uno de esos invitados que asisten a una boda en la que no conocen a nadie y, a media ceremonia, resulta que tú eres el padrino, como una broma pesada preparada por tu mujer, Alejandra, y un tipo llamado Antonio, que también es actor, y que dice que es muy amigo tuyo porque un día te llevó en moto por Los Ángeles. Entiendo que el cine es el arte de los sueños, pero para Gere, los Goya parecieron una verdadera pesadilla.
Y como la ceremonia se celebraba en Granada, la gala empezó con la aparición estelar de un granadino llamado Miguel Ríos cantando Bienvenidos, otra gloria de la discografía patria que tiene tanto que ver con el cine como la Santa Espina. Y con una arrancada tan rockera y geriátrica, la cara de Gere era un poema, y el televidente buscaba el plano de cámara que mostrara al protagonista de Days of heaven, la maravillosa película de Terrence Malick, atado a la butaca para intentar que no huyera como alma que lleva el diablo. A Gere, lamentablemente, le tocaba recibir el Goya Internacional por toda una carrera cinematográfica, que contiene todo lo que acompaña la vida de una estrella de cine: buenas y malas películas, buenas y malas interpretaciones, y muchos fans y muchos detractores acumulados. Y Gere salió a mitad de una ceremonia alargada como un chicle pasado por la trituradora mandibular, pronunció un noble discurso con el Goya en la mano, llamó perdonavidas a Trump y, una vez fuera del escenario, ya no regresó al patio de butacas. "El invitado en fuga", sería el título de una buena película. Gere tiene 75 años, el cuerpo le pide descanso y en el ocaso de tu vida, los minutos tienen el valor de las horas y el discurso de Fernando Méndez-Leite, presidente de la Academia, duró seis días.
A Gere se lo notaba entre cansado y asustado ante la avalancha de vehemencia popular. Y es que le habían recibido en Granada con un fervor parecido al de Bienvenido, Mister Marshall, con Berlanga, en cuerpo presente, rodando una nueva versión de su película. Una imagen que daba cierta vergüenza ajena y que recordaba esa España que quería y no podía ser moderna por culpa de ese sentido de la inferioridad que tan mal han digerido los partidos patriotas españoles. El sentido de la inferioridad de los nacionalistas catalanes es de otro talante. Y poco faltó para que a Gere lo adornaran con peineta y mantilla y lo pasearan por las calles de Granada como a la Virgen de las Angustias, la patrona de la ciudad. A Gere no se le notaba angustiado, pero sí agotado de tanta histeria.
A mi amigo Richard le puedo asegurar que mi hijo agradeció vivir y morir en un lugar más próximo al Paraíso que al tanatorio
Y voy a confesar un secreto. Gere y yo hace años que somos amigos, aunque él no lo sepa. Y si llego a estar en Granada, lo habría abrazado con fuerza antes de explicarle que nos conocimos, curiosamente, en una sala de cine llamada Alhambra, situada en La Garriga, el pueblo de mi familia materna. Yo tenía doce años, y la sesión consistía en dos películas: la primera solía ser una españolada interpretada por viejas glorias de la talla de Manolo Escobar, y la segunda, la buena. Así las llamábamos mientras comprábamos las palomitas en bolsas de plástico. Y fue con American Gigolo cuando Richard y yo nos hicimos amigos, aunque él no lo sepa. Desde esa tarde del año 1978, me quise hacer mayor caminando como Gere, llevando el Mercedes que conducía Gere, con la canción Call me de Blondie como banda sonora, y, como Gere, follando como un gigoló. Y como somos tan amigos, aunque él no lo sepa, en Granada le habría confesado que, desgraciadamente, la vida no es cine, y ahora cojeo por culpa de un problema en la cadera, conduzco un Peugeot 208 y follo intentando que mi pareja no mire el reloj mientras yo me siento Manolete.
Pero entre Richard y yo hay más vínculos que nos hace amigos para siempre, frase barcelonesa por excelencia y que nos ha traído tanta fortuna como la de "ni un paper a terra". Y es que Gere apadrinó un proyecto desde su fundación que consistió en la reforma del hospital del Niño Jesús, donde mi hijo vivió unos cuantos ingresos y en el que murió el 30 de abril de 2021. Con el lema "El Retiro invade el Niño Jesús", se cambió la estética de las plantas para que la vida de los niños ingresados fuera más próxima al verde clorofílico de uno de los parques más bonitos del mundo. Y a mi amigo Richard le puedo asegurar que mi hijo agradeció vivir y morir en un lugar más próximo al Paraíso que al tanatorio.
Tan solo por este gesto, Richard Gere es un gran amigo mío, aunque él no lo sepa. Yo, que quería ser gigoló, también aprendí a tocar la trompeta como lo hacía Gere en Cotton Club, aunque no pasé de interpretar con una tímida sonoridad el Summertime de George Gershwin, y quise ser tan golfo como Jesse Lujack, el personaje de Breathless, la versión americana de À bout de souffle, que siempre pronunciaba una frase dirigida a Monica Poiccard, la chica de sus sueños: "o todo o nada, nena". Y así me fue la vida, acabando en un centro de rehabilitación donde, por cierto, algunas tardes ejercí de veterano del multipremiado Eduard Fernández.
Y como Gere y yo hace años que somos amigos, aunque él no lo sepa, si llego a estar en Granada, le habría dicho que no soy budista, pero que admiro su causa a favor de la libertad del Tíbet. Una postura que lo ha convertido en una persona prohibida por el gobierno chino, y non grata en Hollywood a consecuencia de sus posturas políticas, situadas en las antípodas de los MAGA.
Gere y yo hace años que somos amigos, aunque él no lo sepa. Pero, afortunadamente para él, no encontré billete de avión para viajar a Granada y darle la turra hasta las tantas de la noche.