Para explicar y entender lo que soy ahora, es fundamental conocer mi pasado.
7 de noviembre del año 1977. Teatro Argensola de Barbastro. Els Joglars, la compañía de teatro que yo fundé en 1962, estrena "La Torna". La obra recreaba los últimos días de la vida de Heinz Ches, ejecutado a garrote vil el año 1974 como compensación procesal que sirvió al régimen franquista para justificar de alguna manera la ejecución de Salvador Puig Antich.
El 2 de diciembre, el día siguiente de representar la obra en el Bartrina de Reus, la autoridad militar (por supuesto) nos la prohíbe, nos detiene y inicia un Consejo de Guerra contra los integrantes de la compañía. A partir de aquel momento empezó una gran campaña a favor de la libertad de expresión que consiguió acabar con la censura teatral existente y que ha dejado como símbolo para la historia esta imagen:
Pero, hablemos de qué nos pasó a mí y a la compañía. Cuando nos hicieron el Consejo de Guerra yo me había marchado al exilio, después de una histórica huida por los tejados del Hospital Clínic de BCN. Otros dos integrantes de Els Joglars, Ferran Rañé y Elisa Crehueras, también habían huido a Francia. Andreu Solsona, Arnau Vilardebó, Gabi Renom y Myriam de Maeztu, fueron juzgados y condenados a 11 meses de prisión.
Pero por el medio hubo mucho malestar entre un servidor y el resto. Nos enfrentamos por la elección de mi abogado, fiscal militar durante la posguerra; por las estrategias a seguir por parte de las defensas y, sobre todo, por las movilizaciones en la calle. Yo estaba en contra y todos los otros a favor.
A partir de aquel momento, el distanciamiento fue total. Y la cosa empeoró cuando tocó decidir quién se quedaba la autoría de unas obras creadas a partir del trabajo colectivo y asambleario propio de los hippies que éramos todos juntos hace 45 años. Y, como yo era quien iba a registrar las obras, las puse a mi nombre y, por lo tanto, constaban como mías. ¿Sencillo, no cree? Por eso el año 2005 pude estrenar en el Romea de BCN "La torna de la torna", una recreación de la obra de 1977, diciendo que yo era el autor. Y por mucho que el resto de Joglars me llevó a juicio reclamando la coautoría, no tuvieron nada que pelar.
Pero ya que estamos en el 2005, marquemos esta fecha como la época, año arriba, año abajo, en que se me empezó a pasar definitivamente el arroz creativo, como a muchos otros compañeros de mi generación. El mundo había cambiado y muchos actores de teatro no supimos, o no pudimos, o no nos dejaron adaptarnos al nuevo mundo audiovisual y a su nuevo lenguaje. Y mientras otros se dedicaban a la producción, a la gestión o, directamente, dejaban la profesión, yo opté por dejarme utilizar. Políticamente hablando. Oiga, que de alguna cosa tenemos que vivir la gente, ¿no?
De ser un toca-cojones crítico con el poder (con uno más que con el otro, también hay que decirlo), pasé a participar en la fundación de Ciutadans y hasta caer rendido a los brazos de Esperanza Aguirre. Ella me adoptó, me pagó la nómina, me dio un cargo, me dejó estrenar mis más que justitas obras que, en otras circunstancias, no habrían sido admitidas ni como ingreso en el Instituto del Teatro y, a cambio, yo le hice de bufón agradecido.
El problema es que, para llamar la atención en mi nuevo mundo ultraneoliberal y alérgico a cualquier cosa que no sea "una grande, libre y por cojones," cada vez tenía que hacer y decir cosas más extrañas y freaks. Y, cuanto más cosas extrañas y freaks haces, sobre todo según a qué edades, más haces el ridículo, más quedas en evidencia y, en consecuencia, menos gente te hace caso. Pero, como resulta que cuanta menos gente te hace caso, más caso te hace la poca gente que todavía te hace caso, tú tienes que alimentarlos con dosis todavía más duras de provocación infantil para mantener este pequeño residuo de gente extraña. Y al final sólo interesas a grupos tan de derecha extrema que incluso a mí me da vergüenza que me consideren un referente.
Es por eso que ahora mismo este es mi nivel.
¿Pobre? ¡Mucho! Para quien en un momento fue referente de la sátira y la burla, acabar haciendo eso para contentar a cuatro ultras jubilados vestidos con pantalones de tergal, es terriblemente deprimente. Pero es la manera que he encontrado de sobrevivir...