Finalmente, el papa Francisco ha decidido que las mujeres tendrán voto en el Sínodo. Hace vergüencita pensar que no era así, y me cuesta explicarlo a los alumnos, que no entienden nada, pero la Iglesia tiene sus tempos y hasta ahora no se ha admitido claramente que era incoherente seguir pregonando la igualdad que ya se encuentra en los textos fundacionales como el Evangelio, y en tantos discursos, encíclicas e instrucciones pastorales. No era suficiente con alabar el genio femenino y decir bondades de las mujeres, si no podíamos votar en un Sínodo, que es un encuentro de obispos donde hay, también, miembros expertos y consultores. Este paso adelante, que celebro en Roma invitada para hacer una clase sobre Mujeres e Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana, es digno de ser celebrado. Las mujeres, hace poco tiempo, no dábamos clase en las universidades pontificias, y todavía hay alumnos que lo recuerdan. Por lo tanto, un brindis y más mujeres que hablen, que enseñen, que opinen, que decidan y que voten. Naturalmente, es un movimiento todavía pequeño, pero es innegable su trascendencia. Los motivos de que no hubiera participación de la mujer en la normalidad de la vida eclesial son muchos. Uno, y muy claro, es el miedo.
Prácticamente, proyectamos hacia afuera los miedos y conflictos que somos incapaces de gestionar o de ver dentro nuestro. La manifestación externa es la descarga sobre un objeto o situación de alguna cosa que nace dentro nuestro. Por eso, los miedos no son una enfermedad a tratar, sino un mensaje a escuchar
En un libro que acaba de publicar Salvo Noé, El miedo como don, el Papa habla explícitamente de qué miedos tiene. El papa Francisco confiesa que "el miedo es un sentimiento", no es una idea. "Surge en mí, tengo una relación". En una conversación con este psicólogo le ha explicado que el miedo para él es una alarma que indica peligro, pero cree que el miedo también puede ser un consejero que te muestre la dimensión de las cosas. Para ser claros, si me hago esclavo del miedo, se puede convertir en un límite que me bloquea y me impide avanzar en la vida. De hecho, la persona que tiene miedo está como si se diera golpes en la pared. En cambio, si sé utilizar el miedo para entender el mensaje que se me quiere dar, me puede servir de ayuda. El miedo excesivo es una actitud que nos hiere, nos encoge, nos paraliza. Prácticamente, proyectamos hacia afuera los miedos y conflictos que somos incapaces de gestionar o de ver dentro nuestro. La manifestación externa es la descarga sobre un objeto o situación de alguna cosa que nace dentro nuestro. Por eso, los miedos no son una enfermedad a tratar, sino un mensaje a escuchar. Quejarse constantemente es malo para la salud. Una actitud proactiva ayuda a no enredarse en los problemas. El Papa ha roto con el miedo secular al dar voz y voto a la mujer en las decisiones eclesiales. Porque sabe que no es suficiente con ser un consejero, un asesor. El voto es performativo, el voto es una acción que otorga poder, y no podía dividir a hombres y mujeres que habían estado comentando, trabajando y proponiendo juntos.
En la relación con las mujeres dentro de la Iglesia, la estructura ha sido demasiado rígida y masculina durante demasiado tiempo. Es una lástima que se haya perdido tanto talento. Que de tantos doctores que tiene la Iglesia, menos de diez sean mujeres.
Ha habido un miedo secular a la mujer. La mujer como portadora del peligro. La mujer como ser histérico que rompe la armonía. La mujer como prácticamente un animal difícil de domar. Ha tenido que llegar un Papa de más de 80 años para decir una obviedad para el mundo, pero una revolución para la Iglesia, y es que el voto de la mujer es importante, aporta, hace las cosas mejores. Cuánto, cuánto miedo durante demasiado, demasiado tiempo.