Existe una afiliación que no entiende de esos ejes de izquierdas ni de derechas. Ni de soberanismos, centralismos, federalismos. Es un perfil, el del militante del vicio, que se encuentra en cualquier lugar donde haya migajas, dinero ajeno, y ansias de figurar. Suele ser directamente proporcional a los complejos del sujeto, a sus conflictos internos no resueltos, y a su mezquindad. Como señalaba, no es imprescindible afiliarse a un partido concreto, porque el militante del vicio puede encajar perfectamente en cualquiera. De hecho los hay en asociaciones, fundaciones, y hasta en comunidades de vecinos. Da igual. El caso es tener acceso a la gestión de lo ajeno.
Existen militantes del vicio con cargos: concejales, alcaldes, vocales, consejeros, ministros. Pero también los que ansían llegar algún día a ellos, y por ello se “arremolinan” cerca de los que ya han llegado a tocar sillón. Son los lamebotas, los mensajeros, los muñidores, los siervos, los lacayos que se sienten útiles cuando el amo les acaricia el lomo y les tira alguna migaja para que estén contentos. Son alérgicos a la ética. No saben, de hecho, lo que es. También suelen carecer de currículo presentable. Pero eso no es problema. Porque todo se soluciona con títulos que se consiguen sin estudiar, sin hincar codos, incluso se conoce de algún caso donde se llega a ser Catedrática sin pasar por la Universidad. Es lo que tiene ser militante del vicio.
La vergüenza tampoco existe. Es imprescindible carecer de capacidad de sonrojo, porque si no, es imposible hacer nada de lo que hacen. Militar en el vicio implica necesariamente tener la cara de cemento. Porque para eso no vale cualquiera, qué duda cabe. Ser capaz de tirar del erario público para que te acompañe una jovencita a vista de todos, es el top del militante del vicio. Hace falta valor. Estar dispuesto a pagar más de mil euros por cada “acompañamiento”, sin rubor, sin la más mínima sombra de sonrojo, es de ser un verdadero artista del vicio.
Como celebrar fiestas privadas mientras te dedicas a encerrar al común de los mortales. Forrarte a costa de vender mascarillas inútiles mientras impones que las compre todo el mundo, forma parte también del “top” del militante del vicio. Cuanto más asco de todo, más alto parece llegar este tipo de militante. Y ojo, porque sale a la luz pública lo que, aunque nos cueste, podemos digerir de algún modo. Hay cosas que no se sabrán nunca, pero que son parte de su cultura propia del delito, la oscuridad y la miseria moral.
Los militantes del vicio configuran grupos de poder que se sostienen sobre secretos infames. Y se ascienden entre ellos, se “colocan” y se protegen. Al que no pase por el aro lo defenestran, lo apartan, lo fulminan
Para ser militante del vicio necesitas que otros lo sean. Esto significa que necesitas tener un “alma vampírica”, un interés en que otros participen contigo de tu “activismo”. Es la manera de sentirte reforzado pero, sobre todo, de tener al otro “cogido por los huevos”. Así funciona la campaña de afiliación. Por eso se cierran acuerdos, se firman contratos, entre putas y coca. Y se hacen fotos y se graban videos. Para después asegurarse que nadie “tirará de la manta”. Hay militantes del vicio en todas las instancias, en todas las áreas de poder. Algunos viajan a países lejanos donde se podrían llegar a celebrar orgías con menores, porque no es ilegal o está menos perseguido. Y de esta manera, después configuran grupos de poder que se sostienen sobre secretos infames. Y se ascienden entre ellos, se “colocan” y se protegen. Al que no pase por el aro lo defenestran, lo apartan, lo fulminan. Dicen las malas lenguas que así se configuran los equipos, los gabinetes, y que después de las asambleas y reuniones “oficiales” vienen las del vicio, que es donde realmente se resuelven las cosas.
Es rara la presencia de mujeres militantes en la cumbre del vicio. Pero haberlas, haylas.
Y desde luego, es muy difícil llegar a algún puesto de cierto poder sin saber que esto sucede a tu alrededor. Algún caso se da (menos mal), porque hace falta que alguien tire del carro, que alguien sea decente, que alguien mantenga la maquinaria funcionando. Pero desgraciadamente suelen ser minoritarios y acaban reventando entre el hedor insoportable. Militar en el vicio es lo que comúnmente se conoce como “vender tu alma al diablo”. Y suele ser una escalada, un no parar. Hasta que toca sacrificar al tonto útil, destapado por los suyos, y señalado como si los demás no pertenecieran al clan. Así es como refuerzan su poder porque sirve de medida aleccionadora para el resto: si te sales del tiesto, te comerás todas. Lógicamente, jugar con gente sin principios resulta peligroso siempre.
La batalla está realmente aquí y no en lo que quieren, precisamente estos militantes del vicio, que pongamos nuestra atención.