El ritual de estas últimas semanas iba más o menos así: me encontraba a alguien y me preguntaba por las elecciones en los EE. UU., probablemente sabedor de mi interés permanente por la política norteamericana. Convencida, le respondía que ganaría Trump con diferencia y, al momento, reacción de sorpresa mayúscula: "¿segura? Pero si Kamala es muy buena. Si los medios dicen...". Y entonces empezaba una larga perorata sobre las plagas bíblicas que caerían sobre la humanidad si Trump llegaba a la Casa Blanca. Finalmente liberado, el amigo llegaba a la conspicua conclusión de que yo estaba equivocada. Y así, desmentida mi escalofriante hipótesis, disfrutaba de un tiempo añadido de felicidad, inventándose unos Estados Unidos a medida, de los que no sabía nada, ni entendía nada.
Ni sigue entendiendo nada. Uno de los fenómenos más curiosos de estos tiempos extraños es que la mayoría de los medios europeos no informan sobre la realidad americana, sino una especie de fábula sobre una realidad virtual que se inspira en la América que ellos querrían. Por eso erran siempre en los pronósticos, y por eso mismo han dejado de ser creíbles. En algún momento tendremos que hablar de este periodismo que publica más opinión que información, y que explica la realidad en función de sus deseos y sus prejuicios. Nunca en la historia de la humanidad habíamos estado tan informados, y nunca habíamos sufrido de una desinformación mayor. La fuerza viral de las redes y su capacidad de seducción han impregnado los grandes medios, más preocupados por la inmediatez de la información que por su calidad.
Pero, con respecto a la cuestión de los EE. UU., hay que reconocer que no es solo la prensa sino la mayoría de la ciudadanía la que confunde deseos con realidades, amparada por una ignorancia supina sobre la situación del país, y una prepotencia europea que siempre cree saber lo que es bueno para los americanos.
Por eso Europa se enamoró de Obama, que es el primer responsable de la caída libre que sufren los Demócratas, y por eso mismo se ha enamorado de una Kamala Harris que era, de lejos, una de las peores candidatas de la historia electoral de los Estados Unidos. Personalmente, reconozco que me resulta incomprensible esta incapacidad masiva de ver más allá de los tópicos y los prejuicios, pero el hecho es que es un fenómeno incontestable. Sin embargo, más allá de la miopía europea, lo cierto es que Trump ha tenido una victoria rotunda, cuyas claves se escapan en los lugares comunes que se mastican en las tertulias de nuestro país, todas disciplinadamente antitrumpistas, como manda el canon políticamente correcto.
Si los americanos han decidido votar nuevamente a Trump, después de la experiencia anterior, algunas razones solventes deben tener, aunque la arrogancia europea crea que son una panda de tontos
¿Por qué ha ganado Trump? Estos son algunos de los motivos. El primero, la personalidad de los candidatos en un país donde la política se personaliza mucho. Trump se ha mostrado como es, excesivo, hiperventilado, dialécticamente burdo, con un pasado lleno de miserias, pero libre de los vínculos del establishment de Washington. Un candidato pétreo que no permite equívocos, para unos tiempos críticos que reclaman concreciones. Es decir, Trump puede gustar poco o mucho, pero dice claramente lo que quiere hacer. Kamala, en cambio, ha sido una candidata líquida, instalada en una ambigüedad escurridiza que no permitía adivinar qué pensaba hacer realmente en los temas más importantes. De la misma manera que no destacó como fiscal y ha sido la vicepresidenta más anodina e impopular de la historia norteamericana, tampoco ha sido capaz de liderar ninguno de los problemas que preocupan a los ciudadanos, de manera que nadie la veía como posible solucionadora de nada. Si Trump pecaba de exceso, Kamala ha pecado por ausencia y, en tiempo de naufragios, las ideas líquidas no salvan a los náufragos.
La segunda clave, el enfoque. Trump se ha focalizado en los tres temas más sangrantes de la agenda norteamericana: la reactivación económica, la inmigración ilegal y la cuestión de los aranceles. Es decir, se ha situado en el debate central que preocupa al país. Kamala, en cambio, se ha centrado en la agenda ideológica, cada vez más atrapada por las posiciones woke de los demócratas, desde que Obama les hizo perder la centralidad ideológica y los escoró a la izquierda. Él hablaba de economía, ella se focalizaba en la cuestión transgénero, él lo hacía de inmigración, ella de aborto, él prometía controlar China y acabar con la guerra de Ucrania, y ella intentaba en balde centrarse en el feminismo y en la cuestión racial. El resultado ha sido demoledor para Kamala: ni la han votado los latinos, ni las mujeres, ni los afroamericanos. ¿Será porque todos ellos están más preocupados por la realidad cotidiana que por la agenda políticamente correcta?
Finalmente, a Kamala tampoco le ha salido bien el intento de asustar a los norteamericanos con peligros democráticos y futuros apocalípticos, actitud esta que solo le han comprado los artistas de Hollywood que amenazaban con dejar el país si ganaba Trump —diría que no se marchará ni uno—, y la Taylor Swift de turno, cuyo poder fandom también ha quedado al descubierto. El hecho es que los americanos no tienen miedo a Trump, ni a nadie más, porque saben que tienen una democracia muy sólida que va más allá de los efímeros habitantes de la Casa Blanca. Esta idea apocalíptica que Europa ha comprado en abundancia no le ha dado ni un voto a los demócratas.
¿Será Trump bueno, malo, muy malo? No lo sabemos, como tampoco sabemos si la "liquidez" de Kamala habría ido bien o mal. Pero lo que sí que sabemos es que Biden era muy simpático, muy progre y muy bla, bla, y ha sido un desastre. Si los americanos han decidido votar nuevamente a Trump, después de la experiencia anterior, algunas razones solventes deben tener, aunque la arrogancia europea crea que son una panda de tontos. Al fin y al cabo, basta con repasar algunas votaciones en países europeos para preguntarse si nosotros votamos mejor que ellos... Quizás tendríamos que mirar dentro de nuestras miserias para darnos cuenta de que si los Estados Unidos tienen problemas, Europa está trinchada. Quizás tendríamos que recordar el pasado y analizar el presente de Europa para entender que no estamos en condiciones de dar ninguna lección a los americanos.