El martes pasado, de madrugada, Xavi Argemí faltó. Tenía veintinueve años y distrofia muscular de Duchenne, una enfermedad que le fue limitando progresivamente la movilidad hasta que prácticamente le impidió moverse. A pesar de las circunstancias, me parece que Xavi, desde su silla, avistó el sentido de la vida con una lucidez con la que muchos no la avistarán nunca. Quieto y necesitado de brazos para valerse, encontró dentro suyo y en el amor de los suyos aquello que muchos salen a encontrar haciendo viajes estrambóticos o persiguiendo un éxito tramposo que no sacia nunca del todo. En Aprender a morir para poder vivir (Grijalbo), explicaba que "la libertad no solo reside en el hecho de que puedas escoger. También se encuentra en la manera en la que respondo a las situaciones que no has podido escoger". Yo diría que Xavi escogió ser libre. De hecho, me parece que dependiente e inmovilizado, lo fue bastante más que muchos de los que disfrutamos de unas condiciones existenciales más convencionales. Con una vida atravesada por la enfermedad y el dolor, con todos los motivos del mundo para anclarse y dejarse absorber por la desgracia, consiguió sobreponerse a las limitaciones desde la gracia. Así, lo esencial se reveló ante sus ojos.
"Mi vida tiene sentido", explicó la semana pasada en La Vanguardia, "quiero y me siento querido". Necesitar ayuda todo el rato implica, necesariamente, tener siempre a alguien al lado dispuesto a ayudarte. Alguien dispuesto a hacer el esfuerzo —por pequeño que sea— que tú no puedes hacer para hacerte la vida posible. Alguien movido por el amor y el convencimiento de que tu vida —y no solo tu supervivencia— tiene que ser posible porque es valiosa. Alguien que vele por las necesidades físicas, claro está, pero que también vele por tu opción a una plenitud emocional y espiritual completa. O que contribuya a ello, porque de las cosas de uno mismo uno es el penúltimo velador. El último es Dios, por supuesto. Xavi se sentía querido porque era querido. Ser querido y observar el amor recibido desde la conciencia redondea la mirada, la perfecciona, la refina: la hace más agradecida, incluso cuando parece que las circunstancias dejan poco margen para el agradecimiento. Y ser feliz y estar agradecido, de hecho, siempre son la misma cosa. Escribía G.K. Chesterton que "el agradecimiento es la forma más elevada del pensamiento, y la gratitud es la felicidad duplicada por la maravilla".
Xavi se sobrepuso a las circunstancias y trazó un camino que todos nos podemos hacer nuestro: la proximidad con Dios, la conciencia de su amor y la conciencia del amor de todos los que lo acompañaron le concedió el don de una mirada enamorada
La experiencia del dolor ordena las prioridades; la experiencia de un dolor profundo y constante otorga una sabiduría que se derrama también sobre los que están cerca de la persona que sufre. Para entender los males de los otros, a menudo tenemos que hacer el ejercicio de ponernos en su piel. Con Xavi pasaba que sus circunstancias eran tan extremas que cualquier intuición de su cruz llevaba al examen de la cruz de uno mismo. Y también, claro está, al examen de la deportividad con la que se está llevando la cruz en cuestión. De la misma manera, el amor que recibía Xavi era tan extremo que llevaba al examen del amor que recibe y ofrece uno mismo. El sufrimiento funciona como un espejo: nos revela alguna verdad sobre quiénes somos que solo puede revelarse cuando hay una sacudida. A mí, Josep y Emília —los padres de Xavi— enseguida me hicieron pensar mucho en mis padres: en su servicio, en su ternura y en su resiliencia vi el tipo de amor incondicional que a menudo uno solo recibe en casa y que muchas veces uno da por descontado. Una mirada agradecida de verdad, sin embargo, no da nunca nada por descontado.
Cuesta referirse a Xavi Argemí sin recurrir a los términos "lección", "testimonio" o "ejemplo". Es importante dejar escrito que su vida habría sido tan valiosa como cualquier otra aunque hoy no supiéramos su nombre. O aunque él no hubiera escrito un libro, y ofrecido entrevistas, y procurado explicar su experiencia para ayudarnos a entender las nuestras. Aun así, el caso es que su actitud ante las contingencias ha sido un servicio y una inspiración para cualquiera que ha conocido la historia o ha podido estar en contacto con él. En el argot católico a veces hablamos "de ofrecer el dolor". Diría que la consecuencia última de este "ofrecimiento", de esta voluntad de buscar un sentido a unas circunstancias que parece que no lo tienen y de procurar sobreponerse a ellas, es el camino que trazamos para todos aquellos que nos ven hacerlo. Sin poder moverse, Xavi se sobrepuso a las circunstancias y trazó un camino que todos nos podemos hacer nuestro: la proximidad con Dios, la conciencia de su amor y la conciencia del amor de todos los que lo acompañaron le concedió el don de una mirada enamorada. Y a su padre y su madre —y a sus hermanos, y a su extensísima familia— les fue concedida la posibilidad de cambiar un poco el mundo, desde la intimidad de una sala de estar de Matadepera, queriendo a Xavi.