Que todo el mundo tiene derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión no acaba de ser un derecho humano (fundamental, no opcional) suficientemente reconocido. El artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos establece que este derecho incluye la libertad para cambiar la propia religión o creencia y la libertad, solo o en comunidad, en público y en privado, de manifestar su religión o creencia por medio de la enseñanza, la práctica, el culto o la observancia. La libertad religiosa no es, por lo tanto, libertad de culto y ya. Cambiar de religión (convertirse) tiene que ser posible sin sufrir discriminaciones. Nadie está obligado a practicar una religión que no quiere. Idealmente sería así, pero en varios países del mundo las restricciones —por no hablar de discriminaciones, intolerancia y, en muchos casos, persecución— son evidentes. Y crecen. Según el Informe d'Aid to the Church in Need, una de las entidades no gubernamentales líderes en medir la libertad religiosa mundial, la población mundial sufre cada vez más vulneraciones y un 67% de personas vive en países donde se perpetran graves ataques a este derecho fundamental. África es donde empeora más deprisa. La fe es un derecho que no se protege suficiente en un momento de recortes de otros derechos.
La consellera de Justicia, Lourdes Ciuró, inauguró el Primer Congreso de Libertad Religiosa que se ha celebrado y que ha puesto a Catalunya en una posición puntera en el abordaje de estas cuestiones. En las tierras catalanas hay 7.400 centros de culto de 14 religiones diferentes. Eso conduce inexorablemente a aceptar la diversidad, la libertad de pensamiento y el diálogo interreligioso. Y enriquece en un mundo interconectado y globalizado. Catalunya ha reunido en este encuentro impulsado por la Cátedra de Libertad Religiosa y de Conciencia de la Universidad Ramon Llull a 150 personas de 29 países durante dos días para poner sobre la mesa este derecho. Se ha presentado una nueva herramienta para medir esta libertad religiosa (BIRF por sus siglas en inglés, o Escala Blanquerna Interconviccional de Libertad Religiosa en castellano).
Testimonios de Afganistán, Ucrania, Senegal, Serbia, Estados Unidos o Polonia se han trenzado con experiencias locales, porque a pesar de los riesgos que amenazan la convivencia, la proliferación de ONG, fundaciones, entidades, asociaciones, centros de investigación, redes e individuos que se esfuerzan por una mejor colaboración entre personas que piensan diferente es creciente. No se trata solo de construir pactos de no agresión, sino de propiciar espacios para debates sanos que nos hagan crecer como sociedad, y no quedar atrapados en nuestros marcos mentales.