Tienen un nombre feo, pero son una realidad preciosa. Las beguinas constituían un movimiento medieval de mujeres que se unían por motivos espirituales. Eran mujeres libres que querían vivir al margen del poder masculino y no se agrupaban en ningún monasterio ni dependían de la institución eclesial. Se reunían, estudiaban la Biblia y asistían a quien lo necesitaba: pobres, presos, enfermos. Popularizaron los textos bíblicos en lengua materna, una novedad. Auténticas místicas en la ciudad, nos las tenemos que imaginar como mujeres con formación cultural, también religiosa. Históricamente han pasado a llamarse también mujeres santas, "mulieres sanctae".
Apostaban por la austeridad y por el acceso directo a Dios, que era lo que pretendían, unirse con Dios. Solían ser de clase alta —la mayoría— y no buscaban ningún tipo de organización ni de normas. De hecho, podías ser beguina un tiempo y después volver a tu vida anterior. No había constituciones ni votos perpetuos. Hacían votos privados en pequeñas comunidades, pero no había ningún control sobre ellas. Unas precursoras de la espiritualidad que ha guiado a las laicas consagradas, que no son religiosas. Navegar entre dos aguas y considerarse heredero de una espiritualidad no es fácil. Son mujeres laicas que viven solas o en comunidad, rogando pero sin tener relación con la jerarquía eclesial. Monjas sin ser monjas.
Las beguinas eran cristianas, pero no se organizaban como una orden o una congregación. Al final del siglo XIII eran 200.000 y vivían en varios lugares de Europa. Ricas o pobres, eran europeas y sobre todo circunscritas a la zona de Flandes. En Catalunya hemos tenido beguinas como Elionor d'Urgell o Brígida Terrera.
Una de las mayores expertas en las beguinas, Elena Botinas, las define como mujeres con "deseo de libertad en la Edad Media". En Catalunya las hemos denominado rescluses o también beguines. Crearon un auténtico movimiento. Vivían la espiritualidad libremente, no en el interior de un convento. Su claustro era el mundo, normalmente la ciudad. Ramon Llull nos habla de ellas en Blanquerna: "mujeres viudas privadas en la ciudad, las cuales eran beguinas y buenas mujeres". No todas eran viudas, algunas no se habían casado. Vivían en beguinajes, conjuntos de casas y dependencias fundadas en el siglo XIII en los Países Bajos, que hoy forman parte de la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Uno de los más extensos era el beguinaje de Sint-Truiden. Hoy las beguinas podrían regresar y crear una nueva manera de vivir en la ciudad, inyectando su mística en organizaciones obsoletas y recordando que hay mil maneras de vivir la espiritualidad. Y que, a menudo, en los márgenes está donde resulta más auténtico.