María Zambrano (1904-1991), filósofa del compromiso, pensadora, escritora, filósofa o poeta, o "todo al mismo tiempo", en palabras de Rogelio Blanco, es una mujer que pasó media vida en el exilio, un lugar del cual no se vuelve fácilmente, o se regresa tarde. Fue la condición de exilio la que hizo aflorar su obra más potente. La autora de Filosofía y poesía, Agonía de Europa, Delirio y Destino, Persona y democracia... coge sentido a la luz de estos días pascuales y post-procesales. Con María Zambrano se puede llegar a meditar sobre el porqué de todo. El 22 de abril hará 114 años que nació la pensadora que supo unir filosofía y poesía y que intuyó que esta fusión vierte a la trascendencia. María no era alérgica a esta fusión. Esta derivada de la filosofía hacia la poética que incomodó a su maestro Ortega i Gasset es su originalidad y su fuerza.
Zambrano, que quiso ser enterrada en una caseta entre un limonero y un naranjo que se hizo construir en el cementerio de Vélez-Màlaga, donde nació, tiene como eje estructural de su pensamiento el sagrado. Un sagrado que irremediablemente va unido a la pregunta sobre la muerte. Su "razón poética" no se puede disociar de una visión mística de la vida, mística heterodoxa, como buena mística. La racionalidad no es suficiente y, por lo tanto, la razón se tiene que nutrir de la poesía para poder acceder a la realidad.
En una entrevista cuando ya era mayor, María habla de la muerte. ¿Qué es para usted la muerte?, le preguntan. Y ella responde: "Para mí no: yo soy para ella", y añade que cree que la muerte es el "paso a la verdadera vida". La muerte como "revelación de la vida y de la verdad". La pensadora lamentaba que se haya hecho de la muerte una cosa "fúnebre y funeraria" y no el "comienzo, la revelación de la vida verdadera". Gran Zambrano.
María Zambrano, una excelente mujer para ser descubierta o releída
La mujer de los gatos —la expulsaron de Roma porque un vecino fascista la acusó de vivir con miles de gatos— era una apasionada de Parménides y los griegos. También reflexionó mucho sobre el arte de escribir. Para ella, escribir es "defender la soledad en la que se está", una acción que sólo brota desde un "aislamiento efectivo pero comunicable".
La Habana, Roma, Ginebra, México, La Pièce en Francia, Puerto Rico, Nueva York, París... Zambrano gira y va forjando amistades de la altura de Albert Camus, Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Octavio Paz, Rosa Chacel, E.M. Cioran, José Bergamín... María era una niña que quería "ser" una caja de música —ser, no tener—, una niña que comprendió que se llamaba María como la Virgen, un nombre impregnado de aguas amargas y de pureza, una amargura que ella veía positiva "porque es activa y se diluye", y "los pensamientos amargos confortan" porque acercan "a la verdad y a la creación". María, joven adolescente que leyendo Rudolf Otto descubre aquello "sagrado", que no es lo mismo que aquello "santo", concibe el sacro como algo adscrito a un lugar, pero aquello divino está adscrito al pensamiento: lo divino es una órbita, escribirá, está "dentro de la razón". Y la filosofía es para ella la transformación de lo sagrado en divino, aquello entrañable y oscuro que aspira a ser salvado en la luz. María Zambrano, una excelente mujer para ser descubierta o releída, una mujer que como Cioran sentenció, "no vendió su alma a una idea". Una pensadora interesada por la mística y la religiosidad no por el concepto de libertad sino por el de liberación. La vocación extática, la salida hacia "alguna cosa más", la "presencia" que querríamos encontrar siempre y que aunque no encontramos "sabemos que está" son conceptos zambranistas que vierten a una búsqueda y a una esperanza con sentido. Zambrano pensaba, elaboraba y exponía ideas como "sólo da libertad quien es libre", y citaba frases como "La verdad os hará libres". Ahí es nada.