Japón nos queda lejos, pero al papa Francisco no. Él siempre ha querido ir a las islas niponas y como buen jesuita ha acariciado el sueño misionero y el celo apostólico desde joven. Pero hasta ahora no hay ha puesto un pie en la isla. Francisco ha llegado a Japón, donde uno de los grandes temas del país es todavía la pena de muerte, vigente en el país.
La Campaña Mundial contra la Pena de Muerte ha propuesto una moratoria olímpica en el 2020 para las ejecuciones capitales. La Worldwide Campaign Against the Death Penalty ha recibido el apoyo del Grupo Interparlamentario por el Futuro de la Pena de Muerte en Japón, donde el papa Francisco ha estado estos días en su viaje apostólico después de pasar por Tailandia.
Cada año, el 30 de noviembre más de 2.000 ciudades de todo el mundo, empezando por el Coliseo en Roma, se iluminan contra la pena de muerte. Hay todavía países que mantienen como forma de castigo —a mi entender cruel, inútil e inhumana— la pena de muerte. La pena capital no hace de nuestro mundo un lugar mejor. Naturalmente la culpa de una víctima y la de un verdugo no es equiparable, pero poniéndonos a la altura de un verdugo no solucionamos nada. La Comunidad de San Egidio es una de las entidades que más acelera la moratoria para la pena capital: creen que la pena de muerte contradice una visión rehabilitadora de la justicia y rebaja a toda la sociedad civil hasta el nivel de quien asesina y legitima la violencia hasta el nivel más alto. Además, la pena de muerte se convierte en una herramienta discriminatoria y en un instrumento de represión para minorías políticas, étnicas y religiosas. Hoy hay 58 países con pena capital. Han disminuido las penas pero todavía hay 20.000 personas sobre las cuales pesa una condena a muerte.
Quien quiera a un Papa que reflexione sólo sobre ángeles, santos, purgatorios, devociones, liturgias, derecho canónico y teología escolástica se tendrá que esperar
Dominique Green, a quien tuve ocasión de escuchar una vez, es uno de los condenados a muerte que recibe cartas de personas que han decidido escribir a los condenados en el corredor de la muerte y enviarlos fuerza y esperanza.
El Papa no ha visitado Japón (uno de los lugares donde de pequeño soñaba al ser misionero) para reprenderlos por este tema, sino para dar una señal a los pocos católicos que hay en el país, de mayoría budista y con grandes números de ateos, que el sucesor de Pedro no los olvida. Pero sobre todo ha ido con un mensaje político contra las armas nucleares. Muchos católicos no entienden que el papa Francisco piense más en ir a visitar sitios inverosímiles donde no hay casi cristianos en vez de ir a peregrinaciones en lugares católicos de toda la vida. Es porque no lo escucharon atentamente cuando lo escogieron. Él es el Papa de las periferias, el Papa que habla al mundo y que quiere intervenir en temas que afectan a todo el mundo; por eso habla de refugiados, del clima, de la pobreza, de la pena de muerte y de las armas nucleares. Quien quiera a un Papa que reflexione sólo sobre ángeles, santos, purgatorios, devociones, liturgias, derecho canónico y teología escolástica se tendrá que esperar. Su agenda no es intraeclesial, y con sus viajes da fe de ello.