Se lo han inventado en Eslovenia, país pequeño pero determinado. Son unas placas digitales que se colocan en las tumbas y ofrecen posibilidad de "conectar" con el más allá virtual del muerto. De hecho, contienen información del muerto, una especie de disección de su vida (fotos, música, textos...). En el Poblenou ya hace tiempo que en nuestro espectacular cementerio tenemos los códigos QR, para situarte y localizar rápidamente a tus difuntos, o las estatuas más impresionantes. Pasillo 3, segundo piso, izquierda E. Un Ikea sin colas.
La muerte es el negocio más seguro, susurran los abuelos. Y tienen razón: la tecnología, que por una parte intenta alargarla, mientras tanto va innovando sobre el tema. El Tema.
El invento esloveno consiste en una pantalla de cristal con fotos, vídeos, música preferida del difunto... se llama, naturalmente, iTernal, y como adelantó Efe ayudará a mantener vivo el recuerdo de los seres vivos a través del mundo virtual.
No sabemos qué hacer cuando se muere alguien: ¿lo dejamos de seguir enseguida en las redes? ¿Mantenemos el perfil de Facebook donde los familiares y amigos cuelgan recuerdos, fotos, canciones? El luto digital es una modalidad nueva y no estamos acostumbrados. Con la muerte no se acaba todo. Empieza un proceso de recuerdo, de recuperación digital de la memoria, inédita.
Había un ejercicio matemático sencillo que consistía en mirar lápidas (tradicionales) e ir viendo a qué edad se moría la gente, qué apellidos tenían, qué santos ponían (en Catalunya gana la Moreneta, en Italia el Padre Pio y santa Rita). Y en los cementerios, a los que nos gusta ir a menudo, siempre había la tumba de los gitanos, que suele ser la más cuidada de todo el territorio. Milan Zorman, el ingeniero que ha ideado ahora la lápida digital que cuesta 3.000 mil euros ha asegurado que con este invento más gente irá a los cementerios. La lápida digital es resistente a vientos y temporales y no tiene límite, se puede ir cargando como un ordenador con citas, cartas, mensajes, discursos de la persona que murió, e, incluso, el vídeo de su funeral.
El luto digital es una modalidad nueva y no estamos acostumbrados. Con la muerte no se acaba todo. Empieza un proceso de recuerdo, de recuperación digital de la memoria, inédita
Cuando vuelva a Eslovenia me acercaré a Probrezje a probar estas lápidas. La primera que han instalado es falsa y se activa cuando te acercas. La típica foto del difunto desaparece y empiezan a salir datos del difunto. Dependiendo de la época del año también se adaptan. Si es la primavera, salen fotos de él primaverales o la melodía de Vivaldi que se ha programado, si procede. Con esta información post-mortem, desaparece parte de nuestra imaginación. Si en la tumba del lado había un muerto con el mismo apellido, podías pensar que había estado casado con una parienta. O que no se hablaban pero provenían de la misma familia. Ahora ya no habrá que imaginar nada, el botoncito te hará el árbol genealógico y tendrás al alcance cartas, documentos, datos, papeles, certificados.
Para que el sonido de una rumba muy estimada por el muerto no distraiga a los otros plácidos familiares que se paseen por el cementerio, las lápidas llevan una conexión para los auriculares y por lo tanto todo lo escucharemos conectados a nuestro móvil. Intimidad a partir de las entrañas de los muertos. El despropósito de un cementerio convertido en discoteca con salas polivalentes y música a toda potencia todavía no ha llegado.
Hay funerarias que ya ofrecen los funerales en streaming. La nieta de una persona que se muera hoy podría estar en California estudiando y no llega al entierro, o no puede desplazarse. Pues se conecta y asiste a un funeral. Pero no sólo un familiar. Hay acceso abierto a este tipo de ceremonias. En el mundo off line, cualquiera de nosotros si ve un entierro puede entrar en un tanatorio, o en una iglesia, sentarse y seguir la ceremonia. La transformación digital puede llevar al usuario a consumir también este tipo –íntimo pero bien real– de último acto social. Podremos asistir a funerales de todo el mundo, a todas horas.
En torno a la muerte hay mucha literatura pero también logística. Los tanatoprácticos, por ejemplo, que preparan con maquillaje y cuidado a los difuntos para su último acto social. Los que preparan las cenizas y las tiran en el espacio (eso ya se puede hacer en Catalunya).
Legalmente los problemas de las lápidas digitales ya han empezado. ¿Cuando yo me muera, quién decide que me gustaba más Emily Dickinson que Flannery O'Connor? ¿Y usted, qué cartas querría que salieran y qué fotos y de qué edad? ¿Y los vídeos de la calçotada? ¿Y un escritor famoso? ¿Querría toda su obra, o sólo aquella que considera inmortal? Todo permanece arbitrario. Todo, menos morirse. Ya lo decían las abuelas. A muertos y a idos, no hay más amigos