Vida fulgurante, cortísima, de una santa sin Iglesia, de una anarquista, sindicalista, mística, filósofa. Una persona coherente, en la que no se pueden separar vida y experiencia, atenta a la verdad, al trabajo, a lo sobrenatural. Robert Chenavier, presidente de la Asociación por el Estudio del Pensamiento de Simone Weil (1909-1943), la define como una mujer que "desorienta y desconcierta", y avisa de que no se puede entrar en su pensamiento si uno mismo no está entrenado en el arte de las contradicciones, los imposibles, las rasgaduras. Su periodo creativo, concentrado hasta que muere, está lleno de etapas que se suceden con rupturas y retrocesos. Filosóficamente, parece que pase del materialismo a un platonismo cristiano. Políticamente, salta de las breves simpatías comunistas y de un anarcosindicalismo a un reformismo liberal y a una doctrina política reaccionaria, que en el plano religioso la lleva del agnosticismo a la mística. Como Hannah Arendt, su pensamiento se nutre de su experiencia y es indisociable de ella. Se pasa la vida rechazando identificarse con nada. Ni comunidades cristianas ni el entorno burgués ni raíces judías ni tampoco la feminidad. Desde la derecha, alaban que una militante de izquierdas, una pacifista sistemática, reconociera la importancia del arraigo a la patria. Desde la izquierda, destacan a la intelectual que se baja a la fábrica y se hace obrera, se implica con la España de 1936 y critica el colonialismo. La suya es una pasión auténtica por la realidad, que no se deja encajonar ni etiquetar.
Su padre era médico y su madre, rusa, muy acostumbrada al arte, la música y la poesía. Los dos de un judaísmo poco observante. Simone fue una niña con complicaciones, salud frágil, no crecía, no comía. Su hermano fue un genio precoz de las matemáticas. El éxito de su hermano la hace sentirse mediocre, poca cosa. Ya de mayor empieza a dar clases y vive muy austeramente, no pone la calefacción y da lo poco que gana a los parados. Se solidariza con la clase obrera y precaria. Sufre terribles migrañas. Su primer contacto con el cristianismo tiene lugar en Portugal, donde asiste a una lánguida procesión, que le hace pensar que el cristianismo es un refugio para los esclavos. Y ella se siente próxima. El segundo encuentro tiene lugar en Asís, donde San Francisco rogó. Reconoce que "algo más fuerte que yo misma me ha obligado, por primera vez en mi vida, a arrodillarme". En Solesmes, con unos dolores de cabeza insoportables, en 1938, confiesa, después de los oficios y del canto gregoriano constante, que "el pensamiento de la pasión de Cristo ha entrado en mí de una vez por todas". Murió tuberculosa en Londres en 1943, muy próxima al catolicismo, pero rechazó el bautizo porque bautizarse implicaba entrar en un sistema, en una organización, y ella era muy celosa de su individualidad y singularidad. Fue una mujer muy compasiva con los desventurados de la tierra, y con una fuerte interioridad poco gregaria. Desconcertante Weil, ejercía "una cierta fascinación", dijo Georges Bataille de ella; tanto por su lucidez, como por su pensamiento alucinado.