La Iglesia católica tiene una manera de organizarse que desde fuera directamente no se entiende. Las áreas en las que trabaja se llaman "pastoral" y los organismos que velan por estas llevan nombres como dicasterios, congregaciones, consejos pontificios, prefecturas... Y la palabra pastoral es muy habitual. Pastoral proviene de pastor y es, por lo tanto, tener cuidado, asistir, como un pastor al rebaño. Los creyentes ya no quieren sentirse rebaño. Pero pastoral no es despectivo, sino que forma parte de aquella cultura del cuidado que la filósofa neoyorquina Marta Nussbaum reivindica. Es responsabilizarse de personas. Pastoral también nos remite a la magnífica sexta sinfonía llamada Pastoral de Beethoven.
Así pues, en el catolicismo abundan conceptos como pastoral familiar, de jóvenes, vocacional... y en algunas diócesis tienen una particular, que es la pastoral de la gente del circo, ferias y personas de vida itinerante. En Roma son muy fuertes y el papa Bergoglio, si le preguntáramos, posiblemente preferiría antes ir al circo que a una recepción diplomática. El papa Francisco hizo una visita en 2016 a uno de los parques de atracciones más antiguos que hay cerca de la urbe romana, el famoso Lunapark de Ostia, en el litoral. El Papa entró en las roulottes y se interesó por la vida nómada de sus habitantes. Justo allí se estableció una comunidad de religiosas, que han optado por vivir también en una caravana y no en una cómoda casa con jardín de las que abundan en la capital italiana. En este caso el Lunapark no es un circo itinerante, sino un parque de atracciones fijo. En recuerdo de la visita del Papa, el camino que lleva a la vivienda de las religiosas ha sido bautizado como "Via di Papa Francesco".
Las religiosas pertenecen a la comunidad Piccole Sorelle di Gesù, siguen a Charles de Foucauld y dejan siempre la puerta abierta para quien quiera pasar a saludar o hablar un rato del bien y del mal, o simplemente pedir una plegaria. El mayor es suor Amelia, de 76 años. Viven con 12 familias y las consideran una presencia natural y de acogida. Ellas argumentan que Jesús llevó una vida itinerante y que predicaba a los márgenes, y por lo tanto, entienden que este es su campo de evangelización. Otras comunidades se dedican también a vivir con personas que circulan: migrantes, exiliados, refugiados, prófugos, gente que vive en el mar...
Es un catolicismo olvidado, itinerante, auténtico, que no se puede controlar ni contabilizar demasiado. Nada humano es ajeno a las religiones, por muy estrambótico que parezca
En España se calcula que hay 2.500 familias y una cuarentena de circos itinerantes. El confinamiento ha sido, naturalmente letal: nadie salía y el circo no podía instalarse en ningún sitio. A la Conferencia Episcopal Española el encargado de la Pastoral del Circo es el sacerdote José Aumente, que defiende que hay que hacerse presente también en este mundo no sólo como asistencia espiritual y administrador de sacramentos, sino como acompañamiento humano. Los circos y las ferias se instalan continuamente en territorios donde las parroquias no suelen considerarlos: son gente que pasa.
Recuerdo que el obispo Francesc de Girona también ha visitado —y bendecido— un circo, Charlie Rivel, cuando se instalaron unos días en Figueres. Habitualmente se aprovecha la visita y en este caso bautizó a uno de los hijos de los artistas, el del payaso.
El Papa ama la vida itinerante. Cada vez que puede, invita a Roma a gente del circo: en una de las últimas audiencias que fui en el aula Pau VI nos deleitaron con acrobacias varias. A Ratzinger no le gustaba. A Bergoglio, este mundo no le resulta lejano. Ahora el Vaticano ha organizado un macroencuentro, auspiciado por el que antes se llamaba Pontificio Consejo para la Pastoral de Migrantes e Itinerantes en Roma y que ahora está integrado en una estructura que comprende el Desarrollo Integral. Será en el mes de diciembre, "para mostrar el especial afecto de la Iglesia por las personas que proporcionan una sana diversión al mundo", para decirlo en palabras vaticanas. Todos estos domadores de animales, equilibristas, magos... no tienen domicilio habitual, ni parroquia asignada, ni suelen tener los domingos y días de culto libres. Son católicos al margen. Pero ellos no se olvidan de sus objetos religiosos y del cuidado de las personas mayores, porque viven todos en comunidad. Es un catolicismo olvidado, itinerante, auténtico, que no se puede controlar ni contabilizar demasiado. Y no son sólo católicos. Muchos son ortodoxos y de otras iglesias cristianas. Nada humano es ajeno a las religiones, por muy estrambótico que parezca. Y a estas, con sus miserias humanas y sus infinitas aspiraciones espirituales, no les va nada mal recordar no sólo a las personas que trabajan en estas catedrales de fe bajo una carpa, sino el tipo de espectáculo que ofrecen: a veces un número en el circo hace reír, o es un disfrute estético, mientras que otras veces es un auténtico sufrimiento y un riesgo.