Se van los buenos. De la vida, de los trabajos, y de los obispados también. Ahora, si lo tuviera aquí mientras escribo este artículo, el cardenal Omella me corregiría y puntualizaría que él no se va de ningún sitio. Pero es cierto que si te escogen presidente de la Conferencia Episcopal Española, con sede en Madrid, la asiduidad de reuniones en la capital española será ingente. Y lo veremos no tan a menudo por tierras barcelonesas. Oportunidad que resultará positiva para los dos obispos auxiliares de Barcelona, que tomarán todavía más musculatura y presencia pública. Omella, como presidente de los obispos españoles, es un poco menos arzobispo de Barcelona, por razones lógicas y logísticas.
Desde ahora, Omella es nuestro hombre en La Habana. Es un facilitador, un pontífice, en el sentido etimológico de constructor de puentes, y de paso un candidato a ser papa, por qué no. Disponemos de un obispo de Catalunya por primera vez en Madrid, de presidente en la sede de Añastro, que es como se conoce la Conferencia Episcopal Española. Esta casa de los obispos está situada en un lugar con poca tensión de Madrid, bastante idílico, sin coches. Se escuchan los pájaros, hay árboles alrededor y se respira bien, a pesar de tratarse de una metrópoli. Desde hace poco han reformado algunas oficinas de comunicación del edificio episcopal: ya no tienen paredes sino cristales. Esta transparencia física es una declaración de intenciones en una Iglesia que no quiere esconder los trapos sucios en casa: se ha acabado ser opacos. Por motivos académicos y profesionales, he tenido que frecuentar a menudo este edificio. En su momento escogí como tema de tesis doctoral la política de comunicación de la Conferencia Episcopal Española. Todo un poema. Pasan los años y los problemas que detectaba en su momento persisten, pero cambian las personas y los talantes. Y Omella es parte de un cambio.
Su presidencia abre un capítulo inédito en la política eclesial española, que tiene temas en la mesa nada fáciles: desde la educación a la eutanasia, desde el IBI a la acogida de los refugiados. Y Catalunya...
La semana pasada estuve en el edificio cuatro días antes de que los obispos lo escogieran. Me hablaron muy bien de él todos los que me crucé por los pasillos. Era el mejor candidato: suficiente astuto como para ir a lo suyo, con cintura para escuchar a sus hermanos obispos, fiel al Papa, afín al nuevo nuncio y con perfectos canales de interlocución abiertos con el gobierno. Como aptitudes personales, es un cardenal que sabe sonreír y ser próximo y que no por casualidad escogió como lema cardenalicio la misericordia. Habla a menudo de fraternidad, diálogo, puentes. Sabrá hacer respetar las demandas de la Iglesia, que no quiere privilegios, sino poder existir con paz para hacer su trabajo. Le otorgo la confianza porque me consta que los obispos que lo han escogido no se equivocan. Quieren mano firme pero no inflexible. De ideas claras pero no obtuso. Corazón grande pero no disperso. Manos tendidas y no puños.
Quienes no lo querían despistaban sugiriendo un obispo más joven. Ay, los obispos jóvenes. En la Iglesia, la juventud episcopal no es un mérito. No se cuenta según estos parámetros. Es mucho más relevante a qué distancia estás, física y éticamente, del Papa, por ejemplo, que no los años que tengas. Y Omella tiene carta blanca con Francisco, que algo ha tenido que ver con esta elección. Los obispos españoles están preocupados por Catalunya, y el cardenal Omella los puede tranquilizar, porque no es alarmista, conoce lo que pasa y quiere ser parte de la solución. Su presidencia abre un capítulo inédito en la política eclesial española, que tiene temas en la mesa nada fáciles: desde la educación a la eutanasia, desde el IBI a la acogida de los refugiados. Y Catalunya. El arzobispo de Barcelona aportará un tono, una clarividencia y una alegría que facilitarán las deliberaciones. Porque es perfectamente sabedor de que por eso es el presidente que tiene que hacer salir a la Iglesia de las trincheras: para que circule el aire, se pueda hablar de todo y se abran puertas.