En la Santa Sede están viviendo momentos de transición. Están afinando instituciones. Desde hace dos años se está llevando a cabo una ingente reforma comunicativa querida ya por Juan Pablo II, pero que se ha puesto en marcha durante el pontificado de Francisco. 650 personas —que pertenecen a nueve instituciones relacionadas con la comunicación— han quedado abducidas en una sola nueva estructura denominada Secretaría para la Comunicación, el equivalente a un ministerio de comunicación. Al frente está el sagaz monseñor Dario Viganò, que es el prefecto, y el ejecutor y número dos es el sacerdote argentino Lucio Ruiz, que había sido el director de la Oficina de Internet del Vaticano, que ya no existe. De hecho, ya no existe nada de lo que conocíamos los que nos dedicamos a este mundo de la comunicación y la Iglesia. De las 650 personas que hasta ahora formaban parte de entidades diversas, desde la Sala de Prensa de la Santa Sede pasando por el diario el Osservatore Romano o Radio Vaticano, el Papa ha querido que ni uno de ellos sea enviado al paro. Hacer una reforma laboral sin prescindir de nadie no es inviable en la mentalidad del Papa, y dice mucho a favor de la institución vaticana. Pero ni el mejor manager es capaz de fichar a los mejores y conservar a los peores sin echar a nadie. El papa Francisco no se ha preocupado por hacer una reforma de los medios comunicativos vaticanos, sino que ha obligado a su gente a "repensar" la comunicación para que sea lo que tiene que ser. La institución vaticana, única en su especie, no puede perder energías con mentalidades antiguas, y tiene que adaptarse a los nuevos tiempos. Digitales. La digitalización, sin embargo, comporta unos tiempos y una aceleración que hace difícil ver los objetivos finales. Hay tanta información, que nadie la digiere. Tantos hitos fundamentales, que todo se vuelve importante y las jerarquías de importancia se diluyen. El Vaticano no se puede poner a hacer noticias como si fuera la BBC o la CNN porque saldría perdiendo. Ni tiene la gente competente, ni los recursos. Pero lo que sí que puede hacer es ofrecer un contenido único, que no se agota con el Papa pero que tiene en su figura la gran fuerza. Es por eso que cuando personalidades como Donald Trump visitan a Francisco, es la misma Santa Sede quien distribuye las imágenes a las televisiones del mundo, porque sería inviable tenerlas a todas en una reducida biblioteca particular del Papa en el Palacio Apostólico.

Armonizar caridad cristiana con eficiencia profesional es un reto que sólo gente con capacidad para equivocarse y rectificar puede emprender

El papa Francisco sabe comunicar muy bien y no le hacen falta talleres ni horas de vuelo. Lo que es difícil es seguirlo. Los equipos comunicativos vaticanos intentan soltarse a su ritmo y ser lo más fieles y transparentes que puedan. Pero no son el papa Francisco ni tienen la fuerza de su carisma. El Papa no interfiere en la vida diaria de la estructura comunicativa vaticana, y de hecho, no ha ni puesto los pies en 5 años en la Radio Vaticana, por ejemplo. ¿No le interesa? Probablemente no lo ve prioritario como acoger a un grupo de refugiados o hablar sobre corrupción. Tiene su agenda, y los medios lo ayudan, pero no los idolatra ni les otorga una importancia primordial. Obediente, es consciente de que tiene que hacer tuits, sabe que tiene que mantener una relación cordial con los periodistas, y por eso en los vuelos papales se entretiene a saludar uno por uno a los corresponsales que lo acompañan.

Que el Papa haya emprendido esta enorme reforma y haya reducido en un solo organismo históricas marcas como el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales —que ya ni existe— significa que no es nostálgico y no tiene miedo de cargarse el pasado. Parece poco papal, este papel innovador. Hay muchas resistencias a la reforma, pero esta sigue impecable hacia adelante. Una convergencia comunicativa no se traduce enseguida en una institución mejor, más evangelizadora, más consciente de su papel de comunión y con respecto a la diferencia. El Vaticano ha entrado en una nueva etapa comunicativa, más empresarial si queréis, pero respetando aquella ley no escrita a la Iglesia, y es que todo el mundo es válido y no se tiene que echar a nadie. Armonizar caridad cristiana con eficiencia profesional es un reto que sólo gente con capacidad para equivocarse y rectificar puede emprender. Saber que tienes la confianza del Papa debe ayudar, pero sus colaboradores no son infalibles. Y alguna cabeza rodará. Se engaña a quien sigue pensando que el Papa no hace nada. Interviene en la concepción de los cambios, y no en su actuación, pero interviene. Cuesta mucho ver los cambios en una institución con tanto de peso. Pero este Papa ha venido con recetas desintoxicantes. El estilo de vida "detox" hace mucho para la mentalidad del Papa cuando se pone a reformar: depuración, mucha vitamina que aporte vitalidad, rebajar el grosor innecesario y agilizar procesos para eliminar toxinas poco saludables. La dieta detox no consiste sólo en regular la alimentación, sino en hacer ejercicio. Un ejercicio que el Papa pide a su curia, que no estaba acostumbrada a tanto movimiento. La reforma comunicativa es parte de una agitación mayor, de un cambio que parece irreversible. Aunque en una institución bimilenaria, la reversibilidad no es imposible.