Los buenos se salvan y los malvados son destruidos. Las páginas bíblicas están llenas de páginas parecidas, pero ninguna de ellas incluye a una mujer tan fascinante en el contexto bélico como la reina Ester. No es que Ester sea la salvadora, porque es siempre Dios quien salva, en esta historia, pero Dios utiliza a personas humanas para llevar a cabo sus gestas. De hecho, tiene un libro dedicado y todo, una anomalía si pensamos en que sólo son tres mujeres (Rut, Judit y Ester) las que disfrutan de un volumen a su nombre. Ni la Virgen tiene uno: no existe un Libro de María en la Biblia. A las mujeres, cuando nos introducen en los textos bíblicos, nos hablan poco de estas mujeres potentes, asertivas, astutas y guerreras y nos sugieren modelos más mansos. Ester es una reina fascinante, y los judíos la recuerdan especialmente estos días en la fiesta del Purim. La historia se ambienta en el imperio persa, estamos en el siglo V a.C. o AEC (antes de la Era Común) si cogemos como referencia textos judíos. Los judíos se salvan del exterminio del primer ministro Amán. El rey Asuero no interviene, pero sí Ester, a favor de su pueblo judío, bajo la guía de su tío Mardoqueo. Esta fiesta, la salvación in extremis del pueblo judío, originó la fiesta del Purim, una de las más alegres dentro del judaísmo. Los niños pequeños se disfrazan y los adultos beben vino hasta llegar a tener la cabeza nublada: no se emborrachan, pero casi.
El Purim contempla también la limosna y el recuerdo y la acción para las personas más necesitadas. No se reza por ellas, se las ayuda directamente.
El Purim no ocupa en el calendario, la fiesta es grande, pero su importancia hoy es primordial: las comunidades judías en la diáspora recuerdan que el mal puede llegar en cualquier momento: acusaciones falsas, calumnias, prejuicios... pueden conducir sin motivo aparente a una rueda peligrosa de noticias falsas y desinformación.
Ester parecía una mujer secundaria en un reinado masculino, que cuando se da cuenta de que tiene un papel en la historia, no lo niega y lo acepta
Los exegetas más puristas han visto en el Libro de Ester una especie de capítulo de entretenimiento más que un documental de La2. Parece un libro superficial, ameno, con intrigas de belleza, astucia, lujo y poder. Pero si examinamos bien este pasaje, nos damos cuenta de que no en vano artistas como Miguel Ángel, Tintoretto o Dalí se han interesado por la reina Ester.
No nos engañemos: la reina no llega al reinado por sus dotes intelectuales o de bondad, sino porque era extremadamente bella. Una preciosidad, nos vienen a decir los textos bíblicos. Una vez allí dentro, Ester no se preocupa en exceso por su pueblo, pero llega un momento en que se da cuenta de que tiene que intervenir. Los textos bíblicos están repletos de momentos de desvelo interior: hay un momento, siempre, en el que pasas de observador a protagonista.
La reina Ester (estrella) en el libro judío no contiene referencias a Dios, hecho que sí que sucede en el Libro de Ester que se utiliza entre los católicos. Los historiadores siguen analizando los hechos, su verosimilitud y exactitud. La lección de Ester podría ser un ejemplo de Disney (los buenos ganan), o un paradigma de venganza (como me hacen daño, devuelvo el golpe). Me inclino más por una lectura en clave de liderazgo: Ester parecía una mujer secundaria en un reinado masculino, que cuando se da cuenta de que tiene un papel en la historia, no lo niega y lo acepta. Por eso algunos lo han visto como el prototipo de la futura mujer protagonista de los textos bíblicos cristianos, María. Aceptar, entender y ejecutar el plan que tenía en los designios divinos la convirtió en una heroína. La Biblia es un compendio de vocaciones: llamamientos a la acción, pero no a una acción individual sino colectiva. Ester no actuó para salvarse a ella, sino a todo un pueblo.