A las puertas de confirmarse la candidatura de Puigdemont a la Presidencia de la Generalitat, es indiscutible que esta noticia cambia el panorama político catalán. La pregunta, sin embargo, es si también cambiará el paradigma autonómico.
De momento, queda claro que el retorno del presidente legítimo, a quien en 2018 se le hurtó la investidura por gracia y poder del Constitucional, y que hace seis años que lucha contra la cacería judicial española, que ha vencido en los tribunales del Reino, en diferentes juzgados europeos, y que ha demostrado una extraordinaria resiliencia ante las fuerzas de todo un estado, sacude completamente el panorama electoral y polariza la tendencia del voto. Por muchos esfuerzos que haga al presidente saliente, cuya dimensión histórica se acerca al vacío matemático, es un hecho que el 12M basculará entre Puigdemont y Illa, es decir, entre el voto independentista y el voto españolista. No hay que decir que, en ambos casos, habrá muchas otras opciones políticas, que, en las sumas y restas, decantarán las posibilidades presidenciables de cada uno, pero la polarización está bastante asegurada. Por eso el PSOE y ERC han hecho todos los malabarismos para intentar dificultar el calendario del retorno del presidente, especialmente los republicanos, que hace tiempo que esta posibilidad les hace entrar en pánico. Pere ha imitado a Pedro, que también hizo un adelanto electoral para ganarle el paso al PP, cosa que de momento le salió bien, pero no es previsible que la misma jugada le salga bien a Aragonès. Ni Feijóo tenía la dimensión política de Puigdemont, ni ERC está en condiciones de plantar demasiada batalla, después de los errores estratégicos en Madrid, y la pésima gestión en Catalunya.
Por muchos esfuerzos que haga el presidente saliente, cuya dimensión histórica se acerca al vacío matemático, es un hecho que el 12M basculará entre Puigdemont y Illa, es decir, entre el voto independentista y el voto españolista
Sin embargo, si es indiscutible la relevancia política y mediática del retorno de Puigdemont, que ocupará el centro de la pantalla catalana y también española, lo que está por clarificar es la trascendencia histórica que representará. ¿Vuelve para cambiar el paradigma autonómico y devolver el país al ciclo independentista del Primero de Octubre, o para hacer política independentista dentro del autonomismo? Esta es la pregunta clave en torno a la cual pivotan las esperanzas de unos y las desazones de los otros. En este 12M se jugarán muchas partidas. Por una parte, el gobierno de Sánchez, que, a pesar de ser un gran malabarista, está en la cuerda floja sin red y en el pie cojo. Se lo juega todo a la carta Illa, pero esta es una carta que lleva la mochila del caso Koldo, cuyas bombas retardadas van explotando adecuadamente y podrían hacerlo en su cara. El resto de partidos también juegan partidas complejas, con el PP decidiendo si echa finalmente a Ciutadans y consigue alejarse de Vox, los comunes, seriamente tocados por la derrota de las gallegas y por el fuego amigo que sufre Yolanda Díaz desde las filas socialistas, y ERC que puede desangrarse aún más de lo que lo ha hecho en las últimas contiendas.
Pero la verdadera partida es otra: la clarificación de la causa catalana, que cerrará definitivamente el ciclo empezado en 2012, sea porque se abandona generacionalmente, sea porque se replantea con las variables que exigen las nuevas contingencias. Dicho de otra forma, serán unas elecciones presidenciables o un plebiscito, y la respuesta cambia completamente la situación de Catalunya. En este aspecto, si esta fuera la intención de Puigdemont, que no parece probable que vuelva a Catalunya para ir a ver la Moreneta, hace falta tener en cuenta cómo se formulan los compromisos y cómo se levantan las expectativas, porque el independentismo ha demostrado mucha paciencia y mucha fortaleza, pero está desorientado, herido y enfadado, y no tolerará otra promesa fallida. Si nuevamente Catalunya votara mayorías independentistas, y estas solo sirvieran para peinar el gato autonómico, el hundimiento de la ciudadanía comprometida sería tremenda.
Dado que Puigdemont tiene muy clara la responsabilidad que asume y el enorme caudal de ilusión que puede levantar, la opción del plebiscito y sus consecuencias, si gana, son altamente probables. No hay que decir que por el camino actuarán los jueces patrióticos, los desperdicios de Ciutadans, los eurodiputados de la España ultra, los micrófonos de la revuelta aznarista, las trampas parlamentarias del PP y el largo etcétera de obstáculos para que Puigdemont no vuelva, y si vuelve, no gane, y si gana, no haga lo que tiene que hacer. La buena noticia es que el presidente lo sabe, hace seis años que lo combate y parece estar decidido a asumir el reto. Después de doce años de grandes movilizaciones, de siete del gran envite al Estado, y de siete de brutal represión, el 12M puede ser crear las condiciones para un nuevo momentum independentista. Y esta vez no habrá margen para los errores, no habrá margen para las dilaciones, no habrá margen para las dudas.