Esta pasada semana, la tribu ha quedado desconcertada por la aparición de unas fotografías donde se ve a Juan Carlos I besándose bien guapo con la vedette Bárbara Rey. Tiene gracia que las instantáneas en cuestión hayan visto la luz en una revista holandesa como Privé, por el simple hecho de que todavía no haya ningún medio español (¡ni nuestro!) con suficiente gallardía para abanderar la primicia. Pero todavía tiene más cachondeo la ola de indignación de muchos periodistas españoles (y algún catalán ilustre), todos de acuerdo para ponerse las manos a la cabeza y condenar la vida licenciosa de un monarca que se sufragaba los caprichos con el dinero de la desdichada ciudadanía. La cosa tiene bemoles, sobre todo porque la mayoría de los periodistas y grupos de comunicación que ahora dan lecciones a Juan Carlos son los mismos que, durante décadas, solo le han hecho reverencias y le han ahorrado cualquier enmienda en nombre de la unidad de la patria.
Las verdades hace falta publicarlas cuando son relevantes y, sobre todo, cuando hacen daño. Que ahora aparezcan unas fotos del monarca haciendo mimos a la vedette y que los cronistas de la realeza se hagan los indignados porque el monarca se secaba el glande gracias a los impuestos del común habla mucho peor de ellos que del emérito. Estos son los mismos plumillas que se han sufragado la existencia gracias a vivir del Rey y que nunca osaron contradecirlo en nada hasta que ya estaba lo suficientemente chocho y el pasmarote de su hijo ocupaba la trona. ¿Todos estos expertos en la corona que vivieron tantos lustros de comer croquetas en la Zarzuela, no han dispuesto nunca de fotografías picantonas? A pesar de viajar con el monarca decenas de veces, ¿de verdad nunca sospecharon que recibía comisiones de empresarios y jeques orientales? Lo sabían todo, of course, pero decidieron callar como putas porque la corte los parasitó fácilmente como bufones ideales.
Resultaría esencial que el independentismo entendiera qué mecanismos de Estado ha utilizado nuestro rival, sobre todo cuando estos se han demostrado exitosos. Sería más útil entender que el Rey hizo todo el que perpetró porque supo ponerse un Estado detrás y tuvo bastante habilidad para arreglar sus hilos sin que se notara mucho
Servidor es de militancia independentista, pero intenta entender cómo va el mundo y no guiarse por el resentimiento. Juan Carlos I ha sido, con Felipe, el político más genial que han tenido nuestros adorables enemigos. El rey emérito fue una figura incontestablemente respetada en el ámbito internacional, con un bagaje y contactos infinitamente superior a la mayoría de sus presidentes. Cuando España lo necesitó, y pasó muchas veces, Juan Carlos cumplió su trabajo con creces y muy rebién. Consciente de la fragilidad de la corona, el monarca quiso hacerse rico para que las élites españolas abandonaran el republicanismo. Lo que haya podido defraudar no es excusable, pero es ridículo comparado con los beneficios que ha conseguido para España y el enriquecimiento de los beatos que ahora osan ponerlo a parir.
Entre esta gentecilla destacan los cronistas reales de nuestra tribu. Una gente que, oso insistir, conocía perfectamente la condición faldera y comisionista del monarca y que nunca osó ni insinuarla en las páginas de La Vanguardia, no fuera que España traqueteara un poco. Entiendo que Juan Carlos tenga ganas de publicar un libro explicando su propia versión de todo, y yo aconsejaría al monarca que transcribiera, nombre por nombre, todos aquellos parásitos que se aprovecharon de su figura para vender diarios y motos, y que ahora fruncen la nariz porque se aligeraba la tensión del paquete con la mencionada vedette (una señora que, dicho sea de paso, ha rentabilizado de sobra su relación con el monarca y no es ninguna víctima de violencia de género, como así la retratan). Yo del Rey ajustaría las cuentas de verdad con una gran lista de aprovechados; Bárbara Rey no fue la única vedette a quien pagó la fiesta.
Antes de ganar cualquier disputa contra España, resultaría esencial que el independentismo entendiera qué mecanismos de Estado ha utilizado nuestro rival, sobre todo cuando estos se han demostrado exitosos. La monarquía es una de estas estructuras; es muy fácil reírse del esperpento actual del rey Juan Carlos y cotillear con su vida amorosa del pasado. Pero sería más útil entender que el Rey hizo todo lo que perpetró porque supo ponerse un Estado detrás y tuvo bastante habilidad para arreglar sus hilos sin que se notara mucho. Cuando el independentismo tenga un líder con una cuarta parte de su inteligencia quizás podremos empezar a reprobarlo. Pero de momento, por mucho que nos duela, lo tendríamos que respetar por su capacidad de conseguir cosas; y, solo faltaría, también por ser un hombre con una tendencia nada disimulada a pasárselo bien.