Los caminos del Señor son inescrutables. Un monasterio de monjas de clausura andaluzas ha encontrado en el sushi la manera de llegar a final de mes. Elaborar dulces de convento no les salía a cuenta, y han empezado a preparar sushi para llevar. Te acercas al convento carmelita del Realejo, vas al turno en la portería, dices: "Ave María Purísima" y ya puedes pedir tu bandeja de makis, uramakis, fideos picantes o frutas tropicales. La idea no ha surgido de las dos monjas que quedaban en el convento, sino de las cinco nuevas religiosas filipinas que se han incorporado a la comunidad —o la han salvado—. Y probablemente lo han hecho también por sentido común y supervivencia, porque querían este tipo de comida y no cocidos españoles. La fórmula del sushi monástico se tendría que estudiar en las escuelas de negocio. Las instituciones están en crisis, y de esta surgen desesperaciones y también creatividad. Ha habido resistencia interna, pero también adaptación. Y el mercado les ha comprado la idea. Un vídeo monástico mientras preparan manjares asiáticos está triunfando en las redes.
Predicar una Iglesia donde todo el mundo es escuchado es una opción con riesgos, porque los grupos que no lo comparten refunfuñan
Las monjas contemplativas, básicamente, rezan. La plegaria es lo que las caracteriza. Y con todo, son seres humanos condicionados por la contingencia como todos nosotros. Esta idea que alguien les paga la luz o la calefacción es de otro momento. Hay fundaciones o particulares que las ayudan, como siempre ha habido mecenas o personas que se han vinculado a una causa o institución. Pero para calentar los muros conventuales no basta con elaborar cuatro pestiños o mantecados. Ya hace años que algunos centros comerciales y empresas pensaron que era mejor hacer regalos hechos por monjas y por Navidad envían paquetes elaborados por religiosas a sus clientes. Mientras este sushi está salvando a las monjas andaluzas, en la Iglesia católica están pasando muchas cosas. Llegan informes desconcertantes sobre abusos sexuales que hay que saber leer bien, con autocrítica, pero también con los números en la mano. El Papa en Roma ha tenido durante un mes a un selecto grupo de católicos de todos colores para discutir el futuro de la Iglesia, bajo un concepto que muchos no entienden ni aceptan que se llama sinodalidad (caminar juntos). Se ha discutido mucho y también se han generado frustraciones, porque en la Iglesia los cambios son demasiado lentos.
El sushi monacal ejemplariza una nueva vía de respuesta a las crisis. La vía papal sinodal, con sus riesgos, también. Todo el mundo se espabila como puede, y las soluciones, aunque internas, también provienen de los aires externos. Vender sushi desde un convento puede parecer un disparate, pero tener que cerrar haciendo dulces que nadie pide todavía sería un sinsentido más grande. Predicar una Iglesia donde todo el mundo es escuchado es una opción con riesgos, porque los grupos que no lo comparten refunfuñan. Con razón. Los participantes en el sínodo no eran marionetas, ya se sabía que si se les invitaba, hablarían. Como aquellos llaveros que llevan la frase de "Si ya saben como me pongo, para qué me invitan". Sushi y disidencias, informes y transparencia. Viene un otoño entretenido.