Lunes 11; vis a vis en Alcalá Meco de buena mañana. Ya hemos tenido que bajar a dormir el día antes a Alcalá de Henares. Isarn, mi hijo, Bep, el hijo de Dolors, y yo podemos estar dos horas con ella. Tratamos dos temas: el horror del traslado y el juicio. Me voy satisfecha, la he visto con muchas ganas de explicarse. Además, al salir, nos hemos abrazado fuerte también con Carme.
Martes 12; tres puertas diferentes para entrar en el Supremo. Finalmente accedemos después de haber pasado unos nervios innecesarios. Entrar en aquella sala impone; pero sólo para ver a nuestros familiares que nos sonríen, ya ha valido la pena ir. Se acaba la mañana y nos podemos tocar un momento cuando pasan nuestros presos y presas políticas. Subida de adrenalina. ¡Y qué buenos son nuestros abogados defensores! Me tranquilizan. Estamos en buenas manos.
Miércoles 13; me espero en el pasillo junto con otros familiares. Se me acerca un observador internacional, alto y fuerte, y me pide, en castellano, si le puedo explicar las cuestiones prácticas de cómo visitamos a los familiares en la prisión. Contesto tranquilamente; hace un año que lo hago. Él me escucha con atención. Toma notas y, de golpe, se le saltan unas lágrimas. No continúo. Se le hace pesado. Es cuando me doy cuenta de que soy inmune y, eso, no debe ser bueno. ¿Habremos normalizado lo que no es normal? Entramos. Hoy se desahoga el sector enemigo. Respiro para aguantarlo y levanto la cabeza. La vuelvo a bajar rápidamente; en la pintura mural del techo se ve en detalle como se estrangula a una persona. Muy oportuno. Pero lo mejor de la semana pasa al mediodía. Una parlamentaria vasca nos explica que si pedimos verlos un momento, quizás nos lo conceden. Y, claro, le hacemos caso. Estos vascos tienen práctica. Y sí, entramos en la sala donde comen y nos abrazamos. Hace ilusión estar juntos, aunque sólo son minutos. ¡Carme y Dolors están espléndidas! ¿Os imagináis compartir una comida con ellos después de tantos meses de soledad? Tienen buen aspecto y me llenan de energía.
Si no paramos el país... ¿qué presión hacemos?
Jueves 14; sigo el juicio por los medios. He vuelto a casa y me encuentro a mi madre desencajada. Sigue sin entender por qué su hija, que no ha hecho nada, el martes que viene ya llevará un año de prisión. Y querría ir a Madrid, pero la edad no se lo permite. No recibe llamadas porque se levantan a las seis de mañana y llegan por la noche tarde. Espera el viernes como agua de mayo para tener los cinco minutos de comunicación. La animo, pero ella encuentra que hace demasiado tiempo ya. Y yo también.
Estoy llena de contradicciones. Contenta porque el mundo conocerá la vulneración continuada de derechos fundamentales. Contenta porque esta injusticia de prisión preventiva cada día nos hace más fuertes, con más ganas de lucha, de denuncia. Contenta porque hemos llenado, de nuevo, las calles de Barcelona de forma pacífica. Pero también asustada por si el juicio se hace demasiado rápido y no se resuelve como querríamos, asustada por si suben las derechas y muy, muy asustada porque dan miedo los que callan y los que no se posicionan.
Cuando se trata de derechos humanos no hay que ser independentista, sólo buena persona. Sufro porque sé que hay gente que, el próximo jueves, irá a trabajar como si no pasara nada. Dejemos que nos toquen el bolsillo. Comamos patatas hervidas tres días seguidos si hace falta, pero si no paramos el país... ¿qué presión hacemos? No entiendo cómo los sindicatos mayoritarios no se han posicionado ante la falta de derechos. Como la Iglesia. Como la derecha. Estoy enojada. Y es que querría vivir en un mundo donde hubiera solidaridad, y antes que las ideologías, dominaran las buenas personas.