El president Carles Puigdemont inicia su rueda de prensa en Berlín explicando que se dirigirá a los asistentes en catalán, castellano e inglés. Empieza a hablar. Acaba haciéndolo también en francés a petición de algún periodista. Turno para las preguntas. La primera que recibe en catalán y justo cuando empieza a contestar en este mismo idioma saltan varios medios del Estado gritando: "¡En español, que no lo entendemos!". El resto de profesionales extranjeros se los miran. Puigdemont para la respuesta un momentito, los mira, sonríe. Se hace un silencio. Sigue hablando en catalán y después traduce la misma respuesta al castellano, tal como ya había anunciado al principio y los que protestaban ya sabían que haría. Son bien curiosos, para utilizar un adjetivo benévolo, los medios españoles que envían corresponsales a Berlín a cubrir una rueda de prensa sin entender ni inglés, ni alemán, ni francés, ni catalán. Y todavía se exclaman. Los monolingües quejándose a los plurilingües. Como diciendo, la tierra es plana y sois vosotros quienes no lo habéis descubierto todavía.
Y todo eso pasaba el dia siguiente de que nuestra lengua materna fuera también motivo de vejación, en este caso por parte de la inmobiliaria Barcelona Selecta. Y digo el nombre con claridad porque el caso que ahora les contaré lo conozco bien, ya que lo sufrí en primera persona y creo que no tengo que callarlo. Por respeto colectivo. Os hago una secuencia de los hechos.
El miércoles (día 4) envío un e-mail a la inmobiliaria. El jueves (5) me telefonean ellos pero yo estoy reunida, la conversación es breve y nos emplazamos a hablar más tarde. Quien me llama es una trabajadora que me habla en catalán. Todo muy correcto. El viernes conseguimos volver a conectar después de varios mensajes en el contestador. Llamo. Descuelgan. Es una voz masculina. Y yo que empiezo a explicar, en catalán evidentemente, que ayer recibí una llamada vuestra y que estoy interesada en visitar un piso de alquiler que tenéis anunciado. Al acabar mi exposición me dice el chico, con tono ofensivo: “¿Por qué no me hablas en español si se puede saber? No tengo porque entender el catalán”.
El chico tiene acento extranjero, italiano para ser más exactos (lo sé porque he trabajado tiempo para una empresa de este país y conozco la tonada). Le digo que hablo en catalán porque la persona que me llamó ayer también lo hablaba conmigo. Me doy cuenta de que ya me estoy justificando cuando no tendría por qué. En todo caso, le digo que ningún problema en cambiar de idioma, a pesar de sus malas maneras de pedirlo. Prosigo, pues, en castellano. Describo el apartamento en el que estoy interesada. Doy el número de referencia. Él me responde muy brevemente, con tono molesto, casi con monosílabos, como queriendo sacárseme de encima. En uno de sus comentarios sobre el inmueble le digo: “d’acord”. Y, ay chicos, aquí se despertó la bestia. Reproduciros por escrito todo lo que me llegó a decir resulta incluso molesto para mí, de tan ofensivo como era, pero os haré un resumen. A mi inocente "d'acord", el hombre respondió que "¿por qué vienes aquí a tocar los cojones y hablarme en catalán con la de inmobiliarias que hay en Barcelona?" que “me cago en ti, mala puta y en tu idioma catalán”, que si “no tengo por qué perder el tiempo contigo, mal educada de mierda”, “asquerosa catalana” y así soltando toda una retahíla de insultos. Evidentemente, todo eso gritando por teléfono. Yo, podéis imaginar, estaba atónita. Sin tiempo para poder decir yo nada más y mientras todavía iba soltando más improperios me colgó, directamente.
Lo que no quería era pasar por alto un caso tan grave como este y creo que como mínimo hacerlo público ayuda a saber que tenemos que mantenernos unidos y fuertes y que tenemos que defender con valentía aquellas cuestiones que son de justicia
Pasados un par de minutos pienso: quizás es un trabajador amargado o que tiene un mal día. Vuelve a llamar y a ver quién te sale y si de caso, te quejas a su jefe. Así lo hago. Llamo. Me descuelga otra persona. Voz femenina. Primero que nada pregunto en qué idioma puedo dirigirme. Me dice que en catalán o castellano, que como prefiera y empezamos a hablar en catalán con total normalidad. Obviando de momento el incidente anterior me limito a hablar del piso en cuestión que me interesa. Al cabo de medio minuto de estar hablando en catalán oigo gritos de fondo. La misma voz que antes. El mismo hombre. “¿Es otra vez esa catalana de mierda?” y más insultos de fondo que se acercan. La trabajadora con quien estoy hablando, nerviosa, primero calla y después cambia al castellano y me dice que lo siente "pero no podemos enseñarle el piso". Y yo que insisto, "¿pero por qué si me has dicho hace un momento que estaba libre? ¿Pasa algo?". El hombre, por detrás, cada vez insulta y grita más. "Mala puta, mierda de catalanes, joder" y perlas por el estilo. Ahora soy yo quien también se pone nerviosa y se preocupa. A la trabajadora le tiembla la voz. Sigue hablándome en castellano. "Lo siento, tengo que colgar, tengo que colgar". Y yo que le digo "¿que tienes a tu jefe detrás amenazándote?" y me dice "sí, sí, eso mismo señorita". Le digo que tranquila, que no quiero que tenga problemas y que me cuelgue.
Cinco minutos después, todavía con la incredulidad encima, suena el móvil. Es la trabajadora. Me habla en catalán. Todavía tiene la voz asustada. Me explica que su jefe acaba de salir a tomar un café y aprovecha el momento para llamarme y disculparse en nombre de la empresa. Le digo que ella no se tiene que disculpar de nada. Me resume concisamente como es su día a día y que el responsable de Barcelona Selecta actúa con una catalonofóbia enorme. Se echa a llorar. La consuelo como puedo. Me dice que si vuelve a entrar tendrá que colgarme en seco. Por suerte, no hace falta. "Estoy cansada", me confiesa. Y pienso enseguida en la Rodoreda. Estoy cansada, profundamente cansada, cansada hasta el alma, de revoluciones, de golpes de estado, de guerra civil, de guerra grande [...] de este delirio de mandar que tienen los hombres, sobre todo los que no saben mandar. Y de hacer caer a los que saben.
Siento infinita lástima y rabia por una chica que hace bien su trabajo y que para ganarse la vida tiene que aguantar las miserias de un jefe maleducado y machista. Cuando dija de llorar me dice que lo siente mucho pero que me olvide del piso, que la empresa nunca me lo enseñará ni me lo dejará alquilar. Es decir, que además de negarse a atenderme en catalán, de insultarme por hablar mi lengua y tratarme vejatoriamente, encima me niega el servicio por el cual telefoneaba, más allá del tema del idioma. Absolutamente intolerable.
He puesto el caso en manos de la Oficina Catalana de Consum y de la Plataforma per la Llengua. Se han vulnerado mis derechos como cliente. No es agradable tener que dar el paso, pero opino que no tenemos que callar ante las agresiones. Quiero que se me atienda en catalán y tengo derecho, pero si me piden educadamente cambiar al castellano, lo hago y lo he hecho siempre sin ningún problema. Lo que no tolero es el maltrato y la descalificación, el odio hacia el país y la lengua y el trato degradante y machista. Igualmente, sin embargo, y sobre todo, tengamos más educación que la empresa y no caigamos en ninguna tentación de escrache, boicot o insultos. No caigamos en su error. Cuando la fruta está madura cae del árbol, no hace falta que la vayamos a recoger. Dejemos que la denuncia siga su curso. Lo que no quería era pasar por alto un caso tan grave como este y creo que como mínimo hacerlo público ayuda a saber que tenemos que mantenernos unidos y fuertes y que tenemos que defender con valentía aquellas cuestiones que son de justicia, independientemente de la ideología de cada uno.