Hola, soy el Delta del Ebro. No sé si oiréis bien mi voz, tengo el agua hasta el cuello y me cuesta respirar. Estoy malherido. Hace tiempo que reclamo atención porque me siento enfermo, pero parece que en el mundo de los de arriba, hoy por hoy, hay otras prioridades. Podréis construir carreteras de ocho carriles, aviones supersónicos y móviles de última generación, pero quizás no podréis salvarme la vida. Me desangro y en lugar de hacerme una transfusión, todavía me estrujáis más en nombre de algo que denomináis progreso.
Nací hace unos cuantos siglos y con los años me fui haciendo mayor gracias al río, a los sedimentos y a una gente campesina que me habita, que ama la tierra y que me ha cuidado mucho. He conocido todo tipo de tempestades, de viento suave y benigno. Temporales ha habido siempre, el problema es que ahora, con el cambio climático, el río débil y los lodos retenidos en los embalses, ya no puedo combatir con la misma fuerza ni en igualdad de condiciones y con cada vendaval el mar muerde y se me lleva un trozo. Un trozo cada vez más grande. Un trozo que no vuelve. Tengo los pies de barro y me derrumbo.
Soy el Delta del Ebro, tengo los pies de barro y me derrumbo. Si antes el mar me lamía los pies, ahora la sal ya me escuece en los ojos
Las personas que convivís conmigo y me queréis, cuando ponéis el remo en el agua, cuando plantáis arroz, cuando corréis descalzos por mis playas salvajes o cuando claváis la azada, me hacéis cosquillas y me gusta. Entonces, me hacéis reír como a un niño pequeño y la vida me renace. Os he oído muy a menudo manifestaros en mi defensa, gritando lo riu és vida y desgañitándoos para ayudarme. A todas, muchas gracias. No sé, sin embargo, si con eso será suficiente. De vez en cuando, oigo voces lejanas que hablan de tomar medidas para salvarme y fortalecerme. Entonces me siento feliz y me pongo de color azul y de color verde y brillo y miles de aves me saludan. Pienso: ahora sí, verás como ahora sí que te protegerán. Pero pasa el tiempo y nada. Pasa el tiempo y voy reculando y me ahogo y el agua me devora y ya no sé dónde esconderme.
El mar se hincha y me engulle y el viento me empuja y me hace recular. Estoy a la intemperie. Malditos todos aquellos que lo habéis permitido, aquellos que me atacáis, me abandonáis, me ensuciáis. Aquellos que decís que soy dinámico y que, por lo tanto, yo solito ya me iré recuperando, que la naturaleza es sabia, como si no fuera vuestra mano artificial la que me azota. Añoro las dunas que me protegían, el río lleno de vida, el faro de Buda hundido seis kilómetros mar allá, la tierra hurtada, el tiempo perdido. Hay heridas irreversibles, el mal ya está hecho y mi dolor será también vuestro.
Soy un ser vivo, y como tal respiro, siento, sufro, sonrío, quiero. Soy un mundo que se va desexistiendo. Soy patrimonio de todo el mundo, pero no todo el mundo me ha sentido suyo y así es difícil que tengan cuidado de ti. Si antes el mar me lamía los pies, ahora la sal ya me escuece en los ojos. Esta herida no sé si se llegará a cerrar nunca y la fisonomía heredada de mundos pretéritos empieza a desfigurarse. Mi resiliencia no sé hasta cuándo podrá mantenerse en pie. Que mi fragilidad os haga más fuertes a los que os quedáis. Sé que os echaré de menos. Ojalá esto no sea un adiós definitivo, pero, por si acaso, habladle bien de mí a los que vendrán, volved a los lugares en los que jugamos juntos, explicad que un día fui un paraíso terrenal y buscad siempre mis faros entre la desolación y que su lucecita os dé esperanza.