¿Qué recuerda la gente de nuestros actos, de nuestra actitud? ¿Y de nuestros silencios o miradas? ¿Tenemos nosotros el mismo recuerdo? ¿Somos conscientes de las migas de pan que vamos dejando por el camino de la vida y de cómo alimentan a nuestros semejantes?
Hace poco me contactó por el messenger de Facebook un antiguo compañero de clase de EGB, mirad si ha llovido ya. Tendríamos unos doce años. Me acordaba de él, pero nada de la anécdota que me contó. Él estaba interno en la escuela donde estudiábamos. Su pueblo pertenece también a la comarca del Baix Ebre, pero lo suficientemente lejos como para que sus padres decidieran inscribirlo como interno. De lunes a viernes estaba en Tortosa y los fines de semana que podía se marchaba a su pueblo, más en el corazón del Delta.
En ese mensaje privado que me envió a través de las redes sociales me decía que recordaba como si fuera ahora lo mucho que yo lo ayudé a superar su añoranza. Nos sentábamos juntos, cosa de los apellidos. Y, según me cuenta, un día me dijo: "Te doy este número de teléfono —apuntado en un papelito—, es de casa de mis padres. Llámalos y diles que me llamen, los echo de menos...". Parece que mi "¡Sí, y tanto!" acompañado de una sonrisa fue instantáneo y desde entonces fui su mensajera para paliar la añoranza y le pasaba recados cuando me lo pedía. Hoy en día les enviaría un whatsapp y todo arreglado. En aquella época, sin embargo, yo fui la única mediadora. Y ahora pienso en nuestros yayos, en el frente de guerra enviando cartas a nuestras yayas y sin saber nunca si las recibirían o no o si todavía estarían vivos cuando las leyeran.
Cada ser humano libra su propia batalla. El día a día es personal e intransferible. Ves pasar a la gente y piensas: ¿cuál debe de ser su historia? ¿Y su poso? ¿Nos duelen las mismas decepciones? ¿Somos capaces de sobreponernos con un coraje similar? Y lo que se nos mostraba hasta ahora inalterable, ¿puede tal vez mutar? ¿Estamos preparados para el cambio que supone esta mutación? Detrás de una persona enfadada suele haber antes una persona triste. Miremos a la segunda antes de juzgar a la primera y seamos condescendientes.
Asimismo, todo lo que hoy les muestro a corazón abierto a mis sobrinos, por ejemplo, yo tengo la sensación de que se les quedará para siempre grabado en la retina. Después, sin embargo, intento hacer memoria de lo que a mí seguramente me decían a su misma edad y bien poco me viene a la cabeza. ¿Cómo es eso? Vale que la memoria es selectiva, según dicen, pero a veces no nos permite escoger con qué nos quedamos. Igualmente, este episodio me ha hecho pensar en la posibilidad inversa: ¿y si en algún momento de mi pasado, reciente o lejano, fui descortés con alguien que ahora tiene eso muy presente de mí, algo que yo ni siquiera recuerdo haber vivido? Esta duda me desconcierta.
Si ya es bastante difícil interpretar las palabras, imaginaos los silencios. Tratemos de tender la mano con delicadeza por si acaso la piel que vamos a tocar tiene cicatrices demasiado frescas, o antiguas pero mal curadas. Sería bonito intentar dejar siempre buena semilla para futuras cosechas, aunque no siempre recordásemos haber plantado en aquel surco. La naturaleza ya se encargará de hacerla crecer y quizás, con suerte, un día te llega la noticia de que se acuerda de ti. Nunca nada cae en mala tierra si el gesto es de dulzura. Sembrar y que el poso que pueda quedar en el fondo de la memoria huela bien. Epicteto dice: "No reprimas nunca un impulso generoso". Efectivamente, porque puede ser que, con el tiempo, aquella persona que lo recibe sea lo único que recuerde de ti.