Tomar el pulso al procés catalán en unas elecciones españolas y en el contexto actual de represión no es tarea fácil. Es verdad que no nos dan miedo las urnas y es verdad que desde el 1 de octubre se nos pone la carne de gallina cada vez que volvemos a nuestro colegio electoral. Del mismo modo, no es menos cierto que empezamos a estar un poco cansados, no de ejercer el nuestro derecho sino de tener que hacerlo a menudo con una pinza en la nariz o viéndonos casi obligados a votar lo menos malo para evitar malos mayores. Me gustaría poder meter una papeleta más por ilusión que por temor, más porque quiero que vengan unos y no tanto porque no quiero que vengan otros.
Y eso vale tanto para los partidos del 155 y la extrema derecha como para el mismo bloque de republicanismo político catalán, que ha sido incapaz de ir unido a estos comicios y ha obligado a escoger a la gente de un pueblo que el 1 de octubre no nos preguntábamos de qué partido era la persona que estaba a nuestro lado defendiendo una urna de madrugada. ¿Y cómo se podía dar un voto de castigo a determinadas actitudes de partidos soberanistas sin lanzarnos piedras al tejado independentista? En mi caso fue votando a Front Republicà, aunque la misma TV3, en una actitud incomprensible e impropia de una televisión pública, los ha ocultado hasta el último momento. Y resultados aparte, no me vale eso de que no tenían presencia parlamentaria porque eso no fue excusa para hacer aparecer Vox en su mapa de sondeos y otras noticias. No ha sido suficiente para sacar un escaño pero sí que mi voto se suma al saco de aquellos que hemos seguido votando independencia. Otro tema es que en las Terres de l'Ebre nos penaliza, y mucho, formar parte de la provincia y no tener circunscripción propia, porque os aseguro que poco tiene que ver el comportamiento del votante del Ebre con el de gran parte de votantes del Camp de Tarragona.
Me gustaría poder meter una papeleta más por ilusión que por temor, más porque quiero que vengan unos y no tanto porque no quiero que vengan otros
Se ha dicho a menudo que la generación de políticos que el PP, Ciudadanos y PSOE "descabezó" con el 155 (usando la misma palabra que la nefasta Soraya Sáenz de Santamaría) supo estar a la altura de las circunstancias. Comparto esta afirmación y me siento orgullosa y agradecida, a pesar de los errores cometidos y con la autocrítica que ya se está haciendo. Desde entonces, sin embargo, los representantes actuales de la clase política catalana han creado desencanto por sus continuadas desavenencias, estratégicas o personales, y considero que nunca agradecerán suficiente al pueblo de Catalunya su madurez y constancia, a pesar del desengaño que ellos mismos nos han provocado, con diferentes niveles de responsabilidad. Si por un momento acercamos el foco a las Terres de l'Ebre, al desencantamiento por la desunión se le suma el hecho de que en el sur del sur el electorado nos encontramos con muy poca renovación de candidatos, que van adaptándose camaleónicamente a las circunstancias. Una pinza de la ropa no puede con todo, señores.
En todo caso, no se trata de quién gana sino de quién puede gobernar. Es cierto que el tripartito de extrema derecha no suma (por suerte) pero la amenaza de un pacto PSOE-Ciudadanos todavía es posible y como lo es numéricamente, no es algo descartable, a pesar de las numerosas negaciones que han hecho los protagonistas. También sería posible un supuesto pacto de legislatura en minoría de PSOE y Podemos con acuerdos puntuales con otras fuerzas y quizás haciendo el vacío a las candidaturas catalanas. Sea como sea, no esperemos tener una respuesta rápida, no al menos antes de las nuevas elecciones del 26 de mayo.
Finalmente, en Catalunya las derechas sólo suman 7 escaños; en el País Vasco, cero. Tomemos nota. El color de nuestro país es amarillo y las coordenadas de votación bien diferentes de las del resto del estado español. Veremos qué harán en Madrid los 22 diputados catalanes, un récord. Felicitémonos por el crecimiento de escaños, por la participación. No obstante, recordemos que votar es importante pero no bastará. Habrá que seguir desobedeciendo. ¡Vamos!