Últimamente he oído y leído varios comentarios o artículos poco halagadores, llamémosle así, referentes a maestros y profesores. Que si están de prevacaciones estivales, que si no están lo bastante implicados, que si se rascan un poco la barriga, que si este verano deberían arrimar más el hombro, que ya tocaría, que si esto que si lo otro y que qué suerte que tienen de seguir cobrando lo mismo trabajando menos horas o nada. Atónita y un poco sorprendida, he querido hacer un pequeño trabajo de campo para captar la realidad con bastantes personas de mi alrededor: familiares, amistades y compañeros varios —también alumnos— que lo viven en primera persona. Aquí, el resultado de las conversaciones. ¡Vamos!
Me he encontrado con personas angustiadas, estresadas, confundidas. Personas saturadas, exhaustas, preocupadas. Profesoras con dolor de cabeza y frustración por no poder llegar a todo, alumnos a los que les ha aumentado la miopía de tantas horas como se pasan delante del ordenador, maestros con insomnio que no dan abasto para borrar e-mails de la bandeja de entrada y que están haciendo videoconferencias (muchas inoperantes) por encima de sus posibilidades. Alumnos preocupados por el temario, por cómo los evaluarán, por la selectividad, que añoran a sus amigos o que echan de menos la hora del patio, tan fácil como eso, la hora del patio para reír con las amigas y charlar de todo y de nada entre clase y clase. Jóvenes que necesitan distraerse, que les toque el sol y el aire, desahogarse, airearse, hacer deporte. No se puede estar rindiendo todo el día sin descanso ni recreo.
La realidad: maestros con angustia e insomnio que ahora hacen más horas, alumnos desanimados o con vista cansada y padres saturados
En general, he hablado con personas agobiadas que notan el peso de la incertidumbre y del ingente volumen de tareas. Personas desesperadas, fuera de juego y enterradas de trabajo. Mujeres y hombres a quienes les ha desaparecido su intimidad porque a todas horas tienen que estar pendientes de móviles, tabletas y ordenadores, laborables y festivos, mañana, tarde y noche. Cada uno con el que hablaba me decía una palabra o un concepto nuevos. A saber: clase virtual, temario competencial, herramienta digital, plataformas, pdf, word, excel, zoom, meet, nodes, skype, class room, google drive, hangouts. Y todo esto, aparte de los convencionales Whatsapp, Messenger o grupos de Facebook y Telegram y correos electrónicos.
¿Qué más he visto? Docentes que hacen más horas ahora que antes y que ven como, a pesar de eso, por muchas horas que dediquen, las herramientas digitales —que son útiles, claro está— no tienen en absoluto la efectividad de las clases presenciales. He visto a personas voluntariosas y capaces, trabajadoras y valientes y con talento, ¡está claro que sí! Simplemente, el sistema no estaba preparado para hacerlo todo, absolutamente todo, online y ahora no se puede pretender que sin las herramientas ni la formación adecuadas, todo el mundo pueda corregir, orientar, revisar, estudiar, hacer deberes o responder, y hacer como si nada. Hay muchos profesores que tratan de no agobiar más de la cuenta a los alumnos y que dedican una parte de sus clases virtuales simplemente a que ellos y ellas tengan contacto visual y se puedan desahogar, comunicarse y expresar y compartir esta situación que los está superando a todos un poco. El temario no siempre es lo más importante. Escuchar a los jóvenes y acompañarlos emocionalmente también es esencial.
El sistema no estaba preparado para hacerlo todo online y ahora no se puede pretender que sin las herramientas ni la formación adecuadas todo el mundo pueda seguir como si nada
También me doy cuenta de que hay familias sin capacidad tecnológica, que no tienen suficientes dispositivos para que los niños y niñas hagan los deberes o que, directamente, en casa no tienen wifi, impresora o escáner, que tampoco tenemos que dar por hecho de que todos hemos entrado en la era digital a la misma velocidad de conexión. A algunos, quizás, incluso les han cortado la línea de móvil porque no la pueden pagar. Y sí, como en todo en la vida, hay gente y gente y quizás sí que hay algún maestro que es un poco pasota, pero será la excepción. Los que yo conozco y me he encontrado adoran su trabajo y están desbordados y, al final, también son unos mandados que siguen pautas que les vienen marcadas desde arriba. Y ya se sabe que desde arriba la perspectiva no siempre es la que más se ajusta a la realidad de los mortales de abajo.
Son docentes exigidos por el propio Departament d'Ensenyament, exigidos por los padres de los alumnos que necesitan asesoramiento y que también van perdidos. Exigidos por los compañeros del centro con quienes también se tienen que coordinar constantemente y acordar criterios y por los alumnos que buscan ayuda y apoyo, por las inspecciones que tienen que justificarles el sueldo y, sobre todo, exigidos por ellos mismos, porque la inmensa mayoría de los docentes son vocacionales y actúan por responsabilidad y decencia y quieren dar respuesta a todo el mundo y a tiempo. ¡Ah!, y muchos maestros, además de todo eso, también son padres y quieren pasar tiempo con sus hijos.
El temario no siempre es lo más importante, escuchar a los jóvenes y acompañarlos emocionalmente también es esencial
Dejemos de ser injustos con ellos, por favor. Vale que todo es mejorable, pero quizás ya está bien de tanto opinador desinformado o malintencionado o toca-gaitas en busca de polémica, y valoremos el trabajazo que están haciendo y las condiciones en las que lo hacen, que es una burrada. Empíricamente comprobado. Y lo he querido decir yo, que nada tengo que ver con la docencia y que, si buscas, ni me va ni me viene porque por no tener, no tengo ni hijos. Pero cuando salgamos al balcón a aplaudir a los sanitarios, a los repartidores, a los campesinos o al personal de limpieza, pensemos también en los maestros y profesores. Educar y enseñar es mucho más que conectarse a internet. Siempre ha sido la hora de los maestros: aman su profesión y la ejercen con criterio, dedicación y dignidad.