Se pasea por la zona posterior del escenario bebiendo un té verde. Viene de tomar un baño. Aprieta la taza con las dos manos, como quien abraza a un gatito. Anda a paso lento. Serena. Elegante. Descalza. Son las cinco de la tarde. En Sitges hace calor y ella lleva unas gafas de sol redonditas. Vemos que va hacia la nevera del backstage a buscar un par de botellas menudas de agua fresca. Debe tener sed, pensamos mi amiga Gemma y yo. Pues no: viene hacia nosotras y nos las ofrece con una sonrisa franca. Nos acabamos de conocer y su generosidad y humildad ya flotan como las boyas en el mar, señalando el camino. Nos sentamos en los sofás de palés, ella y los músicos que la acompañaremos en el escenario en uno de los momentos especiales del concierto. Ensayamos sin micros. Una guitarra y cuatro voces. Empezamos a cantar Als teus ulls, la canción original de Peter Gabriel (In your eyes) que el músico Mario Muñoz ha adaptado al catalán y que está dedicada a la libertad de los presos políticos y los derechos de Catalunya.
Acabado el ensayo, y ya de pie bajo unos árboles, Joan Baez nos explica que mañana (viernes) tiene previsto visitar a la presidenta Carme Forcadell en la prisión, acompañada de Bill Shipsey, fundador de Art for Amnesty, de Amnistía Internacional. Mientras ella empieza a hablar de la querida Carme, yo noto cómo se me hace un nudo en la garganta. Por discreción, doy un pequeño paso atrás del grupo y con la melena trato de disimular las lágrimas que empiezan a salir. Sin embargo, Joan, que tiene una mirada que va siempre más allá del horizonte, lo ve igualmente y me hace una señal: con el dedo índice de la mano derecha me señala sus ojos. Tranquila –me dice en inglés y en voz flojita- yo también estoy emocionada. Entonces se acerca y me abraza. Y la dejo. Y la abrazo y se deja. Y lloramos juntas la tristeza de la injusticia compartida. Y se hace un silencio precioso mientras me acaricia el pelo y la espalda. Y ya no recuerdo nada más...
Va cayendo la tarde y nos preparamos para el concierto, en el Festival Terramar, cerca del Mediterráneo. En un momento dado, Joan sale de su camerino, se me acerca y me dice: Apúntame en un papel tu nombre completo y el DNI, por favor. Intentaré que mañana puedas entrar conmigo a visitar a tu amiga Carme. Me hace un guiño, me acaricia la cara brevemente y vuelve por donde ha venido. Con pulso temblón le anoto lo que me pide. Al cabo de unos minutos se lo doy. Cae la noche, se da el concierto. Mario, Eva y yo cantamos con ella. Se acaba la actuación y cuando llega la medianoche, la calma vuelve a la zona trás el escenario y yo ya me iba, me llama: Montse –me dice mientras me coge por los hombros y me mira directamente a los ojos- mañana ven a las 9.30 h delante de mi hotel, que está aquí al lado. Iremos juntas. Solo pude asentir con la cabeza, sonreir y darle las gracias. Sí, dormí poco.
Un programa de radio con Carme Forcadell
El viaje en coche hacia la prisión de El Catllar (Tarragonès) lo hacemos en medio de conversaciones amables y enriquecedoras. La visita se enmarca en una actividad cultural del centro penitenciario: un taller que consiste en hacer un programa de radio, que ya suelen hacer habitualmente, en el cual diversos internos e internas participan, entre ellas, Carme. Entramos en el salón de actos y enseguida la vemos, mientras la gente acaba de ocupar sus asientos. Joan Baez se abraza dulcemente a pie de escenario. Se miran, se entienden. Qué imagen... Qué dos grandes mujeres, pienso. Hablan un ratito y después Joan se aparta un poco para mostrarle detrás suyo que, por sorpresa, yo también he podido ir. Y sus ojos al verme... y la amistad y el Ebro que compartimos y amamos. Y aquel abrazo que todavía llevo enganchado al alma. No pudimos apretar más fuerte la carne. La piel. El tacto.
Y empieza el programa de radio. Se hace desde el escenario. Estamos sentadas una veintena de personas, en redonda. El resto de gente, en platea. Arriba, Carme tiene a Joan a su derecha y a mí a su izquierda. Bill Shipsey, cerca. Y empieza la emisión. Cantan la sintonía. Un preso coge la guitarra y le dedica una canción a Joan Baez. Ella, descalza nuevamente, se levanta y la baila con toda naturalidad. Una mujer le regala unos pendientes hechos a mano y ella se quita rápidamente los que llevaba y se los pone. Parecen hechos a medida. No se los sacó en todo el día.
"Sé que hemos hecho feliz a Carme Forcadell pero me duele mucho tener que marcharme de la prisión sin ella"
Otros internos le hacen preguntas, ella las responde, yo las traduzco. Otro joven coge la guitarra y empieza a interpretar El sitio de mi recreo, de Antonio Vega. Volveré a ese lugar donde nací.... Sí, todos quieren volver a casa... y la cantamos juntos. Improvisamos. Le cojo la mano a Carme. Me la aprieta y no la suelta. Sigo cantando a dúo con el joven encarcelado. Baez está todo el rato pendiente de Forcadell. Gestos, palabras, miradas. Un hombretón que lleva todos los brazos tatuados se bloquea ante Joan. Le quería hacer una pregunta pero se queda sin voz y empieza a llorar suavemente. Le quiere decir tanto y sabe tan poco.. Joan también lo abraza. El programa está a punto de acabarse y no quiere marcharse sin cantarles. Se enfunda las inconfundibles uñas de plástico y empieza a rascar las cuerdas mientras dice: Gracias a la vida que me ha dado tanto... y la gente hace palmas y canta con ella. Se me pone la carne de gallina y con el brazo le rodeo la espalda a Carme. Ella me hace lo mismo. Otra mujer le dice a Joan: Gracias para venir, dice mucho de usted, que ha cantado en la Casa Blanca ante el presidente de los EE.UU. y ahora también nos canta a nosotros. Finalmente, nos marchamos por el interminable patio de cemento, seguimos a Carme con la mirada hasta que la perdemos de vista mientras anda sola hacia su módulo. Sola. Uno de los responsables de la prisión me pide que le pregunte a Joan como se ha sentido. Ella me dice: diles que bien, que sé que la hemos hecho feliz pero que duele mucho tener que marcharse sin ella... En el viaje de vuelta hay más silencio.
La mujer que habla con los truenos
Y llega el sábado y con él el último concierto de Joan Baez en Catalunya. Sant Feliu de Guíxols. Festival Porta Ferrada. El tiempo amenaza lluvia y durante toda la tarde los truenos van y vienen y lo mojan todo. Hemos quedado a las 17.30 h. Una hora antes recibo un mensaje: Ven más pronto, llueve y aquí en la zona del concierto tengo un poco de cobijo y un café calentito. Poco a poco, van llegando los compañeros músicos. Hoy también con Leo y Liz. Acabada la prueba de sonido, sobre las 19 h, Joan viene hacia mí y me dice que la acompañe un momento a su camerino. Querría que me ayudaras con una cosita, dice. Voy pensándome que querrá que le traduzca alguna frase o que la ayude a pronunciar el catalán que tanto se esfuerza en hablar. Entro, nos sentamos en el sofacito y coge la guitarra que tiene su nombre grabado en la madera. Me ayudarías a cantar 'El preso número nueve' esta noche?. Mientras proceso la pregunta y me pellizco el brazo mentalmente, ella adivina mi respuesta con la mirada y la sonrisa y empieza a tocar los acuerdos. ¿Sabes qué? Por la edad yo ya no puedo cantar según qué notas agudas. Ayer te oí cantar en la prisión, improvisando con aquel joven. Me encanta tu voz y creo que lo podríamos hacer juntas y que cada una hiciera una parte de la melodía. Qué me dices, ¿lo intentamos?. Le dije que a Joan Baez no se le dice nunca que no.
"Me encanta tu voz: ¿me ayudarías a cantar El preso número nueve esta noche?"
Sin saber cómo, me encontré cantando con ella, solas, en su camerino, compartiendo música, compromiso, complicidad. Hablando de la canción, de Catalunya, de mis yayos, de su pasión por la meditación, de la naturaleza, de la vida, de justicia. Faltan unas cuatro horas para el concierto y empiezo a estudiar a contrarreloj. Tampoco pude cenar. Ya estaba llena, de alegría. Llamo por teléfono a algunas amigas: ¡Chicas, chicas, no os lo vais a creer! Y no, no se lo creían. ¡No me extraña, ni yo! ¡Que estoy para tener hijos, a mis 43 años, solo para poder contarles eso a los nietos! Y ríen. Y yo también.
Pasa el rato y me quedo sola en el espacio reservado a los artistas. La gente va a comer un poco mientras los técnicos tratan de secarlo todo. De vez en cuando, Joan Baez me grita nuevamente en su camerino y volvemos a repasar la canción y juntamos las dos voces y sonreímos y sí, que gracias a la vida, ¡qué caray! Fuera truena, diluvia, pero ni me doy cuenta de ello. Estamos en un microclima particular. Trato de retenerlo a pesar de grabármelo en cámara lenta en la retina del corazón. La añorada lluvia reaparece en el momento más inadecuado y el concierto está a punto de suspenderse. El público rodea pacientemente el recinto, enfundado en impermeables y bajo paraguas de diferentes colores.
En el momento más complicado, meteorológicamente hablando, vuelve a aparecer la gran cantautora norteamericana: Montse, ven conmigo, por favor. Voy. Al entrar huele a incienso. Meditaremos juntas para alejar a la lluvia. Y pone mis dos manos dentro de las suyas. Cerramos los ojos. El agua resuena fuerte en el tejado metálico del camerino. Pide ayuda también a tus yayos, necesitaremos toda la energía posible. Y así nos quedamos en silencio no sabría decir cuánto rato, perdí la noción del tiempo. Notamos el calorcillo en las palmas de las manos entrelazadas. En un momento dado, me da un beso en la frente, nos miramos, sonreímos y la vuelvo a dejar sola.
Con casi una hora de retraso, sí, pero el concierto se pudo dar. Entero. No volvió a llover. Nada. Es más, el cielo se quedó completamente raso. Las estrellas la acompañaron durante su último concierto en Catalunya, el penúltimo de su carrera. Que cada uno piense lo que quiera. Yo solo puedo decir que esta mujer tiene una energía espectacular y maravillosa que se contagia y que es capaz de hablar con los truenos y la lluvia. Y parece ser que ellos también la escuchan. Las canciones fluyeron, su voz, aterciopelada, enamoró. Nuestro dúo, inolvidable, resonará dentro mío para siempre. ¡El público gritando Llibertat! y Txell Bonet entre los asistentes. Joan Baez quiso hablar con la mujer de Jordi Cuixart al acabar el concierto y la hizo pasar a su camerino. Mientras le acaricia la barriga ya muy crecida, la mira con estima y conversan. Joan Baez reconforta y hace feliz a la gente solo con su presencia.
Un mito viviente ha decidido bajar de los escenarios definitivamente. A sus 78 años, la voz le ha dicho que tendría que parar y ella, que se escucha el cuerpo y el alma, le ha hecho caso. Sesenta años de carrera artística no los cumple cualquiera. Su compromiso, sin embargo, no se jubila. Su energía no se detiene. Su sensibilidad, nos rodea. Es una mujer de luz. Es de aquellas personas que una vez la has conocido, tú ya no vuelves nunca más a ser el mismo. Te mejora. Es una de las indispensables. Por eso la echaremos de menos, por eso la amamos. A partir de ahora, su voz y la respuesta las tendremos que escuchar dentro del viento...