Sale al rellano y nada más cerrarse la puerta detrás de ella se apoya la cabeza en la mirilla y coge aire. Lo suelta poco a poco, dibujando una pequeña 'u' con los labios e hinchando las mejillas. No coge el ascensor, prefiere bajar las escaleras a pie, con calma, no tiene prisa por volver a casa. De hecho, si pudiera, no volvería, pero tiene hijos y tiene una vida —o la tenía— y demasiado miedo. Ha salido a buscar el pan. Lleva el dinero justo para la barra de medio y querría llamar a alguna amiga pero no lleva el móvil encima. El mismo energúmeno que no le ha dado más suelto para ir a comprar también se le ha quedado lo teléfono mientras ella sale a hacer el encargo, no fuera que tuviera vida propia sin él. Y sin embargo, como puede y cuando puede, de estranquis y corriendo peligro por si la descubren, consigue telefonear y pedir ayuda.
En los últimos 15 días, en Catalunya las llamadas por violencia machista han aumentado un 88 por ciento y se me ponen los pelos de punta al pensar en la de mujeres que, con el confinamiento, se encuentran atrapadas en casa con su maltratador. El concepto 'casa' que es sinónimo de refugio, para ellas está asociado al infierno y ahora se encuentran secuestradas. La violencia física y psicológica recorre la sangre de su día a día y mientras algunos de nosotros pensamos en cómo no aburrirnos o con quién querríamos estar, ellas sólo piensan en cómo huir o sobrevivir y con quién no quieren seguir.
Esta lacra de nuestra sociedad —sí, nuestra, de todo el mundo, porque no nos podemos sentir ajenos a ella de ninguna manera— es un drama en sí misma pero con la crisis de la Covid-19 se ha visto agravada. Antes del confinamiento, las mujeres que sufren esta miserable e injusta situación tenían ciertos puntos de apoyo y recreo: cafés con las amigas, abrazos con familiares, la bendecida soledad de cuando el hombre se iba a trabajar... Ahora, ni cafés, ni abrazos ni soledad. Sólo 24 horas en casa con la misma persona a quien un día quisiste y que te maltrata y te anula y te pega, si hace falta delante de los hijos, para marcar territorio y después te dice que le sabe mal y que no volverá a pasar y tú te lo quieres creer, o no, y vuelve a empezar la rueda que de tanto girar al final acaba mareando.
Las llamadas por violencia machista han aumentado un 88 por ciento y se me ponen los pelos de punta al pensar en las mujeres que, con el confinamiento, están atrapadas en casa con su maltratador
Desde mi humilde rinconcito de mundo, quiero contribuir a esta causa con un concierto por internet. Será un streaming solidario emitido a través del portal TickEtic y destinaré el 40 por ciento de la taquilla a la Plataforma Unitaria contra la Violencias de Género, que asesora y abraza y cuida a las mujeres que más lo necesitan con varios programas de ayuda. Será este jueves día 14 a las 19h —también se podrà acceder otro día, fuera del directo— y las entradas a 3€ (se aceptan también aportaciones mayores) se pueden encontrar en este enlace.
Que el alud de información y de actualidad no nos haga ser desmemoriados ni tibios. Ayudemos a las mujeres que piden auxilio, a las mujeres que no pueden pedirlo. Como vecinos y conciudadanos, agucemos bien el oído y la mirada. Seamos solidarios con las entidades que les dan cobijo, las asociaciones que les hacen de puente para salir de ese enclaustramiento violento, de esa prisión cotidiana sin barrotes físicos llena de rejas invisibles y morales. Y ahora me viene a la cabeza aquel trocito de canción de Serrat cuando dice aquello de que si hagués nascut dona m'hauria atipat de cardar sense ganes...