No sé dónde leí que el viaje perfecto es circular: de la alegría de marcharse al gozo de volver. Siempre he pensado que sólo se puede ser mucho de un lugar cuanto más de otros lugares eres capaz de sentirte. Raíces fuertes, sí, y a la vez resistentes al trasplante. Sólo si amas mucho tu rinconcito de tierra puedes entender que otro ame su trocito de la misma manera. Los amigos de Txarango llevan un año y medio moviéndose por el corazón de la tierra, recorriendo el mundo con sus canciones vitales y humanas, un espejo de cómo son ellos. De tal palo tal astilla. Y después de kilómetros y vivencias, el cuerpo y el corazón les piden un descanso. Una esponja se tiene que empapar para poder volver a impregnar y mojar. El sábado pasado dieron el último concierto de la gira, su última actuación en mucho tiempo y fue en el festival Esperanzah. Qué mejor nombre y lugar para un grupo de amigos músicos que transmiten con su actitud ante la vida.
Tras el escenario las sensaciones son contradictorias. "Por una parte me siento feliz porque este año y medio ha sido increíble, por la otra, siento cierta tristeza porque se ha acabado", me confiesa Alguer. Y los ojos azules le brillan y nos abrazamos largamente y a ratos nos sentimos latir el corazón del otro. Un fluvioabrazo siempre va bien, le digo yo. Energía y sinceridad. Y sonreímos. Poco rato antes estábamos haciendo la reunión previa al concierto con todos ellos y los colaboradores de la noche: orden de las canciones, cuándo saldremos al escenario, qué canción hará cada uno, que si esta la presentaré, que si en esta otra caerá confeti del techo. Tic, tac, tic, tac. Y todo el mundo emocionado con ganas ya de que empiece todo. "Este rato entre el final del ensayo y el inicio de la actuación es el que se me hace más largo, ¡ahora ya subiría al escenario", confesa Pau, el guitarra, en medio de otro abrazo de río (claro, es de Móra d'Ebre, ¡no lo olvidáramos!).
Difícilmente serán considerados canción de autor ―para empezar, ¡porque en el escenario son diez!― y también porque quizás alguien querrá catalogarlos de música comercial (como si eso, por sí solo, fuera peyorativo) pero para mí no son sólo compañeros de trabajo, son amigos y los siento primos hermanos con respecto al estilo: de alguna manera también hacen música de autor porque dan la misma importancia a la música que a la letra y con el mensaje de sus canciones y su honesta manera de hacer intentan cambiar el mundo y lo consiguen. Y abren ventanas y se las creen y cuando las abren te invitan para que tú también puedas aportar tu mirada y cuantos más ojos seamos, mejor veremos. Los Txarango más que un simple grupo de música son un proyecto social, un ejemplo de la transversalidad de la cultura, una cooperativa sin ánimo de lucro que con cada partitura contribuyen a mejorar su entorno y así ir haciendo mancha de aceite y eso, chicos, en los tiempos que corren, es un regalo. Y que quieran compartirlo con amigos en el escenario, un privilegio. Se acerca la hora y hacemos un corro, medio a oscuras, ellos y algunos de los invitados. Rodeamos con los brazos la espalda de los compañeros, concentrándonos, cabeza agachada, miradas de reojo, guiños. Ahora manos en el centro, como si fuéramos los radios de una rueda de bicicleta y deletreamos al mismo tiempo el nombre del grupo a pleno pulmón: ¡Txa - - ran - - go! ¡Y ahora más rápido, Txa - ran - go! ¡Txa-ran-go! Hasta que las manos dejan de tocarse las unas con las otras y suben al cielo. Ha llegado la hora. ¡Abrid las puertas!
Hay pueblos que subimos montañas para reclamar libertad y hay otros que sacan al ejército a la calle para celebrar su día nacional. Maneras de hacer
El concierto va avanzando y llega el momento de recordar que si cogemos el horizonte quizás podremos alcanzar la libertad. El momento de recordar la vergüenza que Jordi Sànchez y Jordi Cuixart llevan un año en la prisión. Un año. Parece ayer que con el amigo Cesk Freixas cantábamos "Què volen aquesta gent?" justo en medio de una Diagonal llena de velas y de gente aturdida y conmovida por la brutalidad represiva del estado español. Y la canción que nació para aquel primero de octubre se ha acabado reconvirtiendo en un himno también para la libertad de los presos políticos y los exiliados. Y con las compañeras de Les Kol·lontai salimos al escenario y los miles de personas que se ven abajo empiezan a enloquecer cuando suenan las primeras notas de los metales: pará bará pará bará, tu tu tu tu... El bajo de Àlex marca el latido. "Gent de mar, de rius i de muntanyes, ho tindrem tot i es parlarà de vida!". Y visto desde arriba es todo tan bonito que cuesta respirar. Busco con la mirada el lugar donde sé que se encuentra mi amiga y la señalo aunque no la veo y mientras Sisco y yo nos miramos emocionados y felices, micro en mano, el vestido amarillo que llevo gira como sus rastas cuando bailamos. "Qui treballa la terra se la mereix", canto alegre, y vuelvo a coger aire para decir todavía más fuerte: "Lo poble mana, el govern obeeix!" y miles de gargantas me acompañan al unísono y saltamos todos al mismo tiempo. Y ahora, cuando lo canto, me siento un poco de cada, tanto del pueblo como del gobierno (y depende del panorama, a veces más de uno que del otro) y me cuesta por igual ser razonablemente crítica como no serlo. Pero canto y canto porque eso de jefa de gabinete de la consellera de Cultura es lo que ahora hago, pero cantautora es lo que soy y el matiz del verbo es importante (y de las dos cosas me siento orgullosa). Y las piernas bailan y saltan como si no recordaran que por la mañana estaban en la otra punta del país, a más de 1.300 metros, subiendo la cumbre por la libertad en el Tossal del Rei, entre Tortosa y Beseit. Ya ves, hay pueblos que subimos montañas para reclamar libertad y hay otros que sacan al ejército a la calle para celebrar su día nacional. Maneras de hacer.
Y como el que no quiere la cosa, el concierto se acaba. ¿Ya? ¡Cómo puede ser! Y después de la lluvia de confeti de la que hablábamos en el ensayo (todavía tengo la casa llena y qué hartón de reír al recordar cómo le soplábamos las teclas del piano a Sergi para que pudiera tocar tranquilo, ¡que se le quedaban enterradas de papelitos!) y después de una foto de familia inmensa, y después de ya no poder estirar más la velada, los Txarango nos recuerdan que podemos contar con ellos en el último suspiro de la noche y el primer aliento del día. Un día que primero no queríamos que empezara y ahora no queremos que se acabe. Bajadas las escaleras del escenario, cuando las luces se apagan, una multitud de amigos se abraza, nos abrazamos, medio en silencio, medio en suspiros, en grupo, de tú a tú, de tres en tres. Alguna lágrima mezclada con el sudor de quien se entrega en cada concierto. No hacen falta pañuelos, los besitos en la mejilla secan las lágrimas. "¡Estoy para afeitar!". ¡No me importa! Y mientras imagino que no sé si aquella noche la emoción os dejó dormir mucho, sólo puedo deciros que yo os recordaré constantes a través de los días tiernos y cuando todo se venga abajo vendré a buscaros porque yo nunca, nunca, nunca, nunca seré feliz como lo fui aquella noche, compartiendo escenario con vosotros, cantándole a la vida. Porque los momentos son irrepetibles. Porque las gracias son más que infinitas y porque cada lluna a l’aigua que me encuentre la bailaré con vosotros hasta que decidáis volver de este viaje-paréntesis circular. Entonces, como un maravilloso regalo, seguiremos hablando de vida.