Los catalanes estamos de peregrinaje. Pasamos por el cine como pasamos por una fuente: nos detenemos, saciamos la sed y continuamos nuestro camino. Sedientos de autoestima y huérfanos de referentes, Alcarràs nos ofrece dos horas de raíces y orígenes. Carla Simón apunta directamente a nuestro imaginario colectivo para acercarnos a su imaginario concreto: el de lo rural, los melocotones y la voluntad de supervivencia y permanencia de una familia, que podrían ser muchas, en la tierra donde se han ganado la vida durante generaciones. Simón trata delicadamente la dureza de la realidad y consigue llenar los cines de Barcelona y de todo el país, constatando que muchas veces las cosas bien hechas llegan más lejos que las cosas hechas en castellano.
Dice Josep Pla en Els pagesos que estos "forman una clase antigua, invariable, estática. Su voz me da la impresión de que proviene de las profundidades del tiempo. Lo que realizan con las manos es una simplificación obtenida a través de años y años, de una incontable cantidad de lunas y de cosechas. (…) Los campesinos no tienen nunca ninguna influencia visible. Son siempre ellos. Van a la suya. Su personalidad es inconfundible". La familia Solé encarna este fragmento como encarna la situación del mundo rural en la Catalunya del siglo XXI, y es este encaje perfecto entre el núcleo de la condición de campesino y las consecuencias de serlo hoy que convierten el filme de Simón en una ventana abierta a su realidad. Con el fin de acercarnos y hacer que lo entendamos, Alcarràs nos habla desde lo universal de la familia: hacer gamberradas con los primos, tener un hermano mayor que es un imbécil, ver cómo se enemistan los tíos, la bofetada de una madre, ser un niño y no entender el sufrimiento de los padres o darte cuenta de que ya eres lo bastante adulto para entenderlo y hacerlo tuyo, aprender que los abuelos pueden estar tristes y que escucharlos es devolverles todos los favores. Carla Simón busca —como en Estiu, 1993— que esta familia sea nuestra familia para hacer que su problema sea también nuestro problema, el de la gente que un lunes laborable estábamos sentados en el Cine Verdi y no hemos recogido un melocotón en nuestra puñetera vida, y lo consigue.
Pla aconseja a los jóvenes un viaje a pie por una comarca cualquiera para "saciarse de la manera de ser fundamental, inalienable, insoluble, de la gente". 'Alcarràs' es eso
Alcarràs es valiosa porque muestra lo que es, no lo que tendría que ser. Los temporeros son negros. El padre y el hijo trabajan. La madre limpia, cocina y plancha las camisas. La hija ayuda a la madre. Quien tiene más dinero, gana. Quien tiene menos, pierde. En familia se mueve toda la mala leche que quieras. “Cagundéu”. “Això fa pudor de conill mort”. “Aquests homes són tots uns nafrats”. “Canalla dels collons”. “Aquella era una fresca, tenia la casa plena de merda”. “A menjar i a callar”. Sin ánimo de sermonear ni de elogiar, Simón entrega al espectador una ferocidad sin retoques, también con respecto a la muerte de un mundo y al advenimiento de otro mundo, y a las consecuencias vitales que eso tiene para los que son fruto del primero. Además, Alcarràs nos sirve de recordatorio a una parte del país de que muchas veces no incluimos ni a la gente de Ponent ni el cosmos rural a la concepción del "nosotros" que utilizamos para definirnos. Todo eso lo hace elevando una lengua y elevando un dialecto concreto porque no fuerza a nadie a negarse para hacerse popular, y nos reafirma. Josep Pla aconseja a los jóvenes "un viaje a pie por cualquiera de nuestras comarcas (...) detenerse en las masías, hablar con la gente que el azar hace encontradiza, ver el maravilloso paisaje que cada año construyen los campesinos (...) informarse, enterarse de lo que vaya sucesivamente apareciendo, saciarse de la manera de ser fundamental, inalienable, insoluble, de la gente". Alcarràs es eso.