Habló y quizás no fue (¿o sí?) el mejor favor que le pudo hacer al procés, pero yo creo que fue positivo para la ciudadanía, para la credibilidad de la política y para su imagen futura, porque lo único que hizo el ya exconseller Baiget fue decir la verdad, mejor dicho, decir lo que pensaba en voz alta, para escarnio de quienes dicen una cosa en público y otra distinta en privado, y para terapia de grupo de cuantos en estas horas decisivas, teniendo algo que perder, piensan que la revolución no los concierne, o por lo menos que no les sale a cuenta. Y, sí, se podría argüir que el heroísmo consiste en proyectarse más allá de uno mismo en la consecución de metas que tal vez sirvan sólo a las generaciones futuras. Pues bien, de eso justamente pretende ir lo que sigue.
Baiget dice estar dispuesto a arriesgar la libertad, pero no el patrimonio, en una mala intelección de lo que para los suyos pueda ser realmente importante. Piensa Baiget que podría ir a prisión sin el grave quebranto que, en cambio, significaría privar a su familia del sustento reportado por su patrimonio. No sé si su escala de valores es muy acertada, pero lo que sí sé es que quienes le han leído ha sido conscientes de que, llegado el momento supremo en una revolución, la heroicidad consiste en sacrificar lo que verdaderamente nos importa, se llame libertad, seguridad, vida, riqueza, bienestar de los seres queridos u honor. No siempre se cumple la regla, pero en general las revoluciones las protagonizan con su carne quienes no tienen (creen que no tienen) nada que perder.
Que la ley del referéndum es un despropósito normativo que viene a sumarse a otros muchos, lo saben hasta sus autores
Baiget ha dicho algunas otras cosas interesantes de las que muchos piensan y pocos explicitan, antes de ser defenestrado por uno de los suyos a instancias de algunos de los otros: por ejemplo, que tiene dudas sobre la consecución del referéndum del 1 de octubre tal y como es concebible jurídicamente hablando en un Estado de Derecho, y habida cuenta de la fuerza que, dice, y debe de ser cierto, conserva este Estado en el que Catalunya se ubica. Bien es verdad que desde hace relativamente poco tiempo, la incidencia de la legislación internacional en materia de derechos humanos en los Estados de la Unión Europea se ha fortalecido extraordinariamente por efecto de la incorporación a su derecho primario de la Carta Europea de Derechos Humanos, pero Europa es una unión de Estados y es obvia la interpretación en esa clave que han llevado a cabo todos ellos del término “autodeterminación” en la medida en que no lo contemplan en sus Constituciones. Con mayor felicidad aparece el vocablo en el ámbito de Naciones Unidas, que lo reconoce al inicio de su Declaración de Derechos; pero no hay que olvidar el relevante dato de que se llamen “Naciones” y no “Personas unidas”. De ahí que el texto legal ad hoc (y excepcional) que quiere ser la regulación del 1-O hable de la ley de claridad canadiense para justificar el evento, aunque lo que dicha ley diga es que deben resolverse de algún modo aporías entre mayorías y minorías muy estables y determinadas de un Estado, precisamente por la imposibilidad de apelar a un derecho a la autodeterminación que solo cabe reconocer en los pueblos oprimidos. Y es que, por lo que parece, se cuenta Baiget entre quienes piensan que Catalunya no es una colonia.
Que la ley del referéndum es un despropósito normativo que viene a sumarse a otros muchos, lo saben hasta sus autores y, sin embargo, eso no niega su eventual capacidad para revelarse como parte de un proceso constituyente, en el caso de que la fuerza de los hechos acabase alumbrando, sin oposición real de ese Estado que Baiget considera fuerte, una Constitución generada en una declaración de independencia, basada sencillamente en más síes que noes. Es esa la paradoja de las normas constitucionales soberanas, que arrancan de la nada jurídica. Y aunque es evidente que todos los pasos presentes están faltos de legalidad, y con serias dudas puede hablarse de la mínima legitimidad teniendo en cuenta las cifras poblacionales absolutas, todo es posible. Posible, sí, aunque su probabilidad sea directamente proporcional a la cantidad de ropa que lleve puesta el emperador.