Como la propia ley electoral, también otros constructos del Estado democrático se van quedando fijos y mohosos en un pasado que comparte con el presente pulsiones humanas, pero que se distingue de él por el modo en que esas características de nuestra condición se realizan o se combaten. Nada nuevo bajo el sol, pero los vestidos parecen otros.
La censura es un buen ejemplo de esa apariencia de cambio que en el fondo no lo es: la Constitución nos habla de la prohibición de censura previa de los contenidos periodísticos, salvo que así lo acuerde una resolución judicial. Es tan evidente ese tipo de censura que hoy no se puede producir sin que se genere también un enorme escándalo. Estos días el debate gira de forma impropia sobre una “condena de prisión por cantar”, cuánta inexactitud en una sola frase…
La censura no es solo ni necesariamente peor cuando se practica por el poder público, incluso en momentos como el actual en que un gobierno, quizás porque se dice de izquierdas, pretende instaurar un ministerio de la verdad. Censura es también la que practican los medios de comunicación cuando deliberadamente ocultan información relevante, o cuando ofrecen aquella que la ley prohíbe: ejemplo de lo primero ha sido esta semana la minimización de los ataques físicos a partidos políticos por el hecho de que al ocultador le parezca admisible o sencillamente irrelevante una violencia sobre las personas que, si fuera de un hombre concreto sobre una mujer concreta, por protocolo policial ya tendría al primero entre rejas.
Una parte importantísima de la población más joven ahora ya no conoce las noticias sino a través de programas de humor, memes o tik-toks, de tal manera que la cultura política a partir de la cual se genera su voto puede ponerse en entredicho
El medio de comunicación silenciador de lo que le conviene puede aducir que todo se compensa porque existen otros que silencian lo contrario, y vocean con estruendo lo que en aquel se oculta. Bien cierto es, como también que existen otros medios y canales por los que fluye la información, supuestamente de manera neutra. Pero entonces al final el juego acabará consistiendo en cuantificar aquellos medios y canales sobre los que el poder pueda conseguir poner sus zarpas. Y ese debate está abierto entre juristas, filósofos, sociólogos e incluso antropólogos. ¿Puede Twitter cancelar la cuenta de Trump? Tal vez. ¿Y las de los “trumpistas”? ¿Por qué? ¿Ante quién responde Twiter cuando lo hace? Y si responde frente al poder político, ¿cuáles son los criterios de éste para asentir o denegar? Además de propietario, ¿quién es el “señor de la red” para llevarse por delante a quienes no han cometido un delito? ¿O es un delito mentir? ¿Y quién se salva si ese es el filtro de la integridad civil? En el ámbito de los medios de comunicación se ha preferido siempre la autorregulación, pero quizá llegados a este punto debemos preguntarnos si ha cumplido con ese cometido un sector cada vez más confuso y confundente.
No es un medio de comunicación Twitter. No son en general medios de comunicación las redes sociales, pero lo parecen, los vestidos son distintos, la realidad es la misma. Una parte importantísima de la población más joven ahora ya no conoce las noticias sino a través de programas de humor, memes o tik-toks, de tal manera que la cultura política a partir de la cual se genera su voto puede ponerse en entredicho.
La censura se practica también en el ámbito educativo, cuando las personas que deben nutrirse de criterio son solo sometidas a continuos condicionamientos, para adocenar sus decisiones, que más adelante serán también políticas. Acercarse a la información sin formación consistente es una quimera. El convencimiento, el cansancio, la indiferencia o la desesperación de los docentes se suman a las necesidades de los medios de sobrevivir, al calor de la mano institucional, y de los canales o redes, sencillamente ávidos de ganancias y, por tanto, acomodados al aullido de la mayoría. ¿Para qué la censura? Tenemos una mascarilla en la boca, una venda en los ojos y la mano protegiendo la cartera cuando no una parte vulnerable de nuestra anatomía, o de nuestro espíritu, temeroso del aislamiento social. Al lado de todo esto, lo de (el violento) Hasél provoca risa. Y la censura mayor es la que nos hemos acostumbrado a practicar sobre nosotros mismos.